sábado, 19 de abril de 2014

6.- Invitados y circunstancias, Paola Díaz

LA INVITADA DE HOY, PAOLA DIAZ*
Periodista independiente. Egresada de la Universidad Iberoamericana
Abril y 2014





DOS ESTAMPAS CHIAPANECAS: 
DEL CAFÉ A LA MIGRACIÓN





LA DIFICULTAD DE SER UN PEQUEÑO PRODUCTOR CAFETALERO


CHIAPAS, México— El estado de Chiapas es conocido por ser uno de los mayores productores de café a nivel nacional, incluso internacional. Aunque existen muchos productores, hay pocos que deciden apostar por un producto con marca propia en vez de vender a los grandes intermediarios quienes a su vez lo venderán como materia prima de alguna marca mundialmente reconocida. 

“Como pequeños productores queremos llegar directamente a los que consumen café”. Estamos en San Cristóbal de las Casas y quedamos de vernos con Antonio, un productor de café de 57 años miembro de una cooperativa de 200 integrantes quien nos llevará a su parcela ubicada en San Joaquín, localidad perteneciente al municipio de Pantelhó. 

Antonio, cuya lengua materna es el tzeltal describe que la cooperativa produce 200 toneladas al año de café, sin embargo, su venta es difícil ya que no cuentan con certificación de producto de comercio justo u orgánico. “Las certificaciones para producto orgánico cuesta unos 50 mil pesos y la de comercio justo es todavía más cara”. Esta cifra es difícil de reunir para la cooperativa cuando las ganancias en conjunto por mes rondan los 7,500 pesos. 

Antonio rodeado de plantas de café
Foto Paola Díaz

Durante el trayecto a Pantelhó, llevamos apenas unos quince minutos de trayecto y los pequeños pueblos por los que atravesamos parecen estar ya muy lejos del ambiente turístico que predomina en San Cristóbal. A lo largo del camino hay mujeres cargando leña en mecapales y niños descalzos. En el camino atravesamos por municipios autónomos pertenecientes al movimiento zapatista distinguidos así en los letreros que los identifican, casi siempre acompañados de casas con murales que ilustran a mujeres y hombres en pasamontañas. 

Antonio tiene 11 hijos, el más grande tiene veintisiete años y el más pequeño tres; cinco de ellos migraron al D.F. a estudiar una carrera profesional y a trabajar al mismo tiempo para mantenerse, es a través de ellos que la cooperativa busca mercado fuera de Chiapas. Crearon una página de internet que administra Juan Carlos, uno de sus hijos y han logrado vender en Guanajuato. 

Además de abrirse espacios de venta a través de internet, su mayor objetivo es ser proveedores de las grandes cadenas de supermercados pero no han logrado acceder a ellos pues el empaque que manejan no tiene código de barras. Me dice que no conoce el proceso para obtener uno. En el portal de la Secretaría de Economía, a través del programa México Emprende, se da asesoría para la gestión de trámites, que incluyen el código de barras. Sin embargo, para ser sujeto a asesoría o para tramitarlo de forma independiente, hay que estar dado de alta ante Hacienda y contar con FIEL. Trámites complicados de realizar en un municipio en donde la actividad agrícola es en gran parte para auto consumo, y para venta en pequeña escala. Debido a estas condiciones poco favorables para un buena comercialización de su producto, en estos momentos, la cooperativa vende solamente 50 kilos al mes. 


Integrantes de la Cooperativa de café
Foto Paola Díaz

“Lo tenemos que malvender, queremos entrar a vender a los restaurantes pero es difícil porque en San Cristóbal ya tienen a sus proveedores, hay mucha competencia”. A veinte años del Tratado de Libre Comercio, los pequeños agricultores como los miembros de la cooperativa, no han presentado grandes cambios en su estructura tecnológica y económica. Esta poca movilidad del sector se puede ver reflejada en la relatividad del precio del café la cual está conectada con el territorio y el establecimiento. Mientras en el D.F. una taza en algún establecimiento de moda puede costar hasta 30 pesos, el kilo que ofrece la cooperativa es mucho menor, y el costo de una taza es de 0.20 centavos. 


Foto Paola Díaz
La cooperativa cuenta con una gran ventaja, a pesar de la dificultad para diversificar su producto, se encuentran muy cerca de una ciudad turística. Cuando logran vender el café a buen precio, lo venden en 150 pesos el kilo en San Cristóbal de las Casas a hoteles o restaurantes, pero cuando se ven en la necesidad de venderlo a intermediarios, el mismo kilo lo venden en 18 pesos, un decremento en el valor de 88%. A su vez, los intermediarios lo venden en otras comunidades de Tuxtla Gutiérrez, Comitán y ahí es procesado para venderlo a los grandes supermercados como Wal-Mart y Chedraui; empresas a los que la cooperativa aspira vender directamente. 

“Es un tiempo muy largo sin cosechar, es una inversión”, una vez plantado el café, da fruto hasta los cinco años y hay que limpiarlo cada dos meses. Cada uno de los 200 padres de familia que conforman la cooperativa trabaja su parcela, pero las ganancias y los costos son repartidos por igual. La casa de Antonio guarda una máquina comprada entre los miembros de la cooperativa para hornear el café y es usada de acuerdo a los pedidos que tengan. 

El fruto se da una vez al año, empieza en octubre y continúa en noviembre y diciembre, una vez que recogen el fruto, toda la familia ayuda en la recolección, cargan los costales de 50 kilos en mecapales, y los transportan por los senderos hasta el camión de regreso a Pantelhó. Antonio explica que la recolección por parcela entre diez personas se realiza en 4 días, mientras que una sola persona tardaría un mes. 

“De 50 kilos recolectados después de seleccionarlo y procesarlo quedan entre 15 y 20 kilos para vender”, una vez que los integrantes de la cooperativa recogen el fruto en cada una de sus parcelas, lo procesan y lo empaquetan para su venta bajo una misma marca y logotipo: Café Guerrero Maya. 

El horno para tostar el café descansa entre paredes de colores en tonos rosas y azules, los costales de café yacen en uno de los cuartos esperando a ser tostados y vendidos. Los pequeños productores, como Antonio, se pueden ver beneficiados al formar parte de una cooperativa para ofrecer un mismo precio al mercado y compartir costos y gastos. Pero, a pesar de estos esfuerzos, parece que la brecha entre ciudades y municipios; entre pequeños y grandes productores de café no parecen estar cerrándose. 

¿Llegaremos a encontrar el Café Guerrero Maya en un supermercado?




"Los migrantes son el rostro de la deshumanización que padecemos"
Obispo Raúl Vera


El Camino de la Bestia
Foto Paola Díaz




MIGRACIÓN Y RETORNO


Chiapas, México—Xun o Juan Gallo nos recibe en su casa vestido con chamarra de piel negra, cadena dorada colgando con un dije de una AK-47 y múltiples accesorios que delatan su gusto por la ropa urbana, sobretodo de estilo militar. Nos explica cómo se ha dado el fenómeno de la migración en uno de los pueblos más herméticos y tradicionales de Chiapas: San Juan Chamula. 

Casa Californiana en San Juan Chamula
Foto Paola Díaz
“Mis hijos se fueron hace un año, ellos sufrieron desierto; están en el norte de California; nada más se fueron a trabajar un poco para ahorrar”, -- relata Juan Gallo, habitante de Chamula. Este pueblo de los altos de Chiapas se resguarda del exterior, aún conservan la vestimenta tradicional y la lengua, sin embargo, algunos chamulas desde la década de los noventa han emigrado a Estados Unidos y algunos más ya están de regreso. 
Chiapas es uno de los estados con mayor marginación en el país y tierra de paso de centroamericanos rumbo a los Estados Unidos. Estas dos variables han cambiado el imaginario de las poblaciones convirtiendo al estado en una región con tendencia migratoria en aumento. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un fenómeno poco visto con anterioridad: la llamada “migración de retorno”.

Juan, es pintor, tiene tres hijos, dos hombres y una mujer; los tres viven en California. Los hombres se fueron “de mojados” y a ella la ayudaron a pasar: “le enseñaron unas palabras en inglés, practicó diario 3 días, así pasó mi hija, maquillada y con lentes”. 



Casas de dos pisos y muy urbanas en Chamula 
Foto Paola Díaz
Chamula parece un espacio perfectamente contenido en sus límites territoriales y culturales; no viven “extraños”, ni gente extranjera; los turistas tanto nacionales como internacionales visitan la iglesia de la plaza central, famosa por su sincretismo. Los comercios están diseñados para cubrir las necesidades de los locales. No hay hoteles. Parece que el pueblo vive suspendido en el tiempo, pero al recorrerlo, saltan a la vista construcciones que no forman parte del paisaje tradicional; casas de estilo californiano de dos pisos de altura y estacionamiento. San Juan Chamula ejemplifica el fenómeno de migración voluntaria de retorno, el objetivo de la migración es ahorrar, regresar a sus lugares de origen y vivir con un mejor salario, desligados de la dura y poco rentable actividad agrícola y convertirse en dueños de un comercio. 

Sin embargo muchos se convertirán en una estadística sin lograr el propósito original, es el caso de Arnulfo. “La primera vez por manejar borracho, me cobraban 10 mil dólares, eran 20 mil pero me lo bajaron a 10 mil, preferí la deportación”. Relata Arnulfo, originario del ejido Nicolás Bravo, en Arriaga (Chiapas), ciudad en donde comienza su recorrido “la Bestia”. Arnulfo tiene 27 años se fue en el 2010 por primera vez a Chestertown, Virginia y la segunda vez que regresó fue deportado. 

Hospedaje en Arriaga donde inicia el recorrido de la Bestia, 
el tren que cruza México de sur a norte 
Foto Paola Díaz


Al contrario de la impenetrabilidad que se percibe en Chamula, Arriaga es un punto estratégico para gran parte de los centroamericanos que cruzan varios estados de la República en su camino por alcanzar E.U.. Es un lugar en donde la necesidad de vivir otra realidad es palpable en cada esquina, los migrantes centroamericanos no duermen esperando el sonido de la Bestia para correr y subirse al techo y continuar el viaje a la frontera norte. Arriaga no es un destino turístico con bellezas naturales sino migrantes desesperados por cambiar su situación de origen. 

En Estados Unidos Arnulfo trabajaba en una fábrica de papel durante el turno nocturno, dormía en el día y solamente salía para comprar lo necesario; los domingos eran su único día de descanso. En una de las raras ocasiones en las que salió a divertirse, decidió tomar alcohol y fue cuando lo detuvieron. Al no poder pagar la fianza fue deportado. “Ganaba a la quincena 600 dólares, aquí se ganan 400-500 pesos, no te alcanza ni para la cerveza”. En la actualidad, Arnulfo trabaja en el campo pero cada vez que observa el paso de la Bestia por los rieles del tren vuelve a pensar en la posibilidad de volver al norte. 

Chiapas continúa teniendo uno de los más altos índices de pobreza a nivel nacional, pero no todos sus municipios sufren esta condición. De acuerdo con datos del CONAPO (2010), mientras San Juan Chamula tiene una marginación “muy alta” 48.18%; una tasa de analfabetismo de 42.5% y un ingreso de hasta dos salarios mínimos: 93.73%; Arriaga goza de otra situación económica; su nivel de marginación es de 26%, prácticamente la mitad de la de Chamula; la tasa de analfabetismo es de 12.32% y las personas que viven con hasta dos salarios mínimos son el 75.23% de la población. 

Juan Antonio, también del ejido de Nicolás Bravo, explica: “me entró ánimos de irme cuando veía a la Bestia que llevaba a la gente para allá”. Juan Antonio se fue desde los catorce años, ahora tiene veinticuatro. Llegó a Sonora en autobús y caminó ocho días por el desierto hasta llegar a Estados Unidos. Relata que sentía miedo cuando estaba en la frontera. Antes de cruzar estuvo un mes en el norte esperando a que se reunieran las personas necesarias para llenar el autobús que los llevaría hasta la frontera, a bordo iban 32 personas. Lograron pasar 22, porque como él, corrieron; los otros 10 no lo lograron. No tenía intenciones de regresar a México pero fue deportado. 


Muro y leyenda
Foto Paola Díaz
Si bien algunos migrantes regresan voluntariamente a poner un negocio o a vivir con su familia, muchos otros han sido forzados a regresar. A Juan Antonio lo detuvieron 16 veces, la última vez fue condenado a tres meses de cárcel. Actualmente está deportado y no puede reingresar a E.U. durante 10 años. Si vuelve a ser detenido tendrá que cumplir una sentencia de un año. 

Al final de la entrevista, Juan Antonio parecía estar hablando desde un lugar muy personal, finalmente dijo: “voy a regresar, muchos tienen miedo de cruzar el río, yo ya lo crucé 16 veces.”





*Invitados y circunstancias es un espacio plural donde las voces de diferentes autores pueden expresarse. Los textos que aquí aparecen son personales y revelan las posiciones de sus autores; Editorial Tariyata no comparte forzosamente dichas opiniones.

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