miércoles, 29 de abril de 2015

Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan, Apostillas; LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA


ZyanyaM
Լրացուցիչ
տեղեկություններ Աղբյուր՝ Երևան, «Արևիկ», 1987թ.: Տրամադրեց՝ Միքայել Յալանուզյանը
Portada de Armenianhouse.org


Refugiados en Gyumri, Armenia © Library of Congress


LO QUE PASA EN LA CAMA, PASA EN LA PLAZA; 
Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan, Apostillas


No existe pueblo bueno y pueblo malo, la ignominia es humana, humanísima. La historia de la infamia, como la calificaría Borges, es universal. Siempre han existido seres humanos que por intereses políticos, económicos o necesidades primitivas y sangrientas, persiguen a otros en nombre de las ideas, las religiones o los alfabetos... Este es el caso de hombres, mujeres y niños que a finales del siglo XIX e inicios del XX fueron perseguidos en nombre del nacionalismo y otros absurdos. Su pecado fue nacer en lo millets armenios, bajo un imperio decadente y con miedo a su inminente destrucción. 
No culpo a los turcos, pues grandes semejanzas y espíritus existen entre lo que llamamos el pueblo turco y el pueblo armenio y el ser humano, sin embargo culpo con vehemencia a la soberbia de los que matan... 

Sí, la soberbia de los que mataron el 23 de agosto de 1915, a los 31 años, al poeta Daniel Varujan, considerado uno de los poetas más importantes de su época. Fue arrestado meses antes junto a otros intelectuales y hombres de pensamiento, un 24 de abril de 1915, fecha que recuerda el genocidio del Pueblo Armenio. Como en todo Genocidio, las persecuciones a los millets armenios, asentados al este del Imperio Otomano, se desataron antes en 1895 y culminaron hasta bien entrado 1922. De hecho la familia del poeta se instaló en Constantinopla luego de huir a pogroms anti-armenios en 1896. 

Como un homenaje a los muertos, quienes en su humildad nos dejan sentido y aliento y palabras, publico aquí pequeños fragmentos de "El Libro  de los susurros" del escritor Rumano de origen armenio,Varujan Vosganian. 



El libro de los Susurros, Varujan Vosganian
Editorial Pre-textos. 
Valencia, 2014 – 575 páginas.


.. EL ESCORPIÓN DE LOS LIBROS
“No podía leer todos los libros de la casa. Pero los conocía por el olor. El abuelo Garabet me había enseñado a reconocerlos así. Un buen libro huele de cierta manera. Encuadernado en piel desprende un olor casi humano. Algunas veces, sin darme cuenta me pongo a olfatear los libros en una librería... Comprendí los libros, antes que nada, palpándolos y oliéndolos. No era yo el único. Entre las hojas veía algunas veces un insecto rojizo. “No lo mates”, me prohibía mi abuelo. “Es un escorpión de libros. Cada mundo ha de tener sus bichos. El libro también es un mundo. Los bichos están destinados a alimentarse de los pecados y errores del mundo. Eso mismo pasa con este escorpión: corrige los errores del libro”. Durante mucho tiempo no lo creí. Sin embargo, ahora, el narrador soy yo, una especie de escriba que quiere enmendar los viejos errores. Por ello, soy un escorpión de libros...” (Página 20)


Refugiados armenios en Gaziantep, Turquía © Library of Congress


.. LA FOTOGRAFÍA Y EL FOTÓGRAFO. 
“El abuelo Garabet tenía una máquina fotográfica con trípode. A través de ella mirábamos el mundo. Y a nosotros mismos. En otro tiempo, el abuelo había sido un fotógrafo experimentado. En una época en que no existían las fotografías a color él coloreaba las suyas al pastel. Peor lo que más le gustaba era fotografiarse a sí mismo... Fijas el sitio y lo marcas con tiza. Aprietas el disparador y corres lo más rápido que puedas hasta el lugar marcado. Par esto se dispone solamente de tres segundos. Acto seguido, el botón se dispara automáticamente El abuelo se hizo fotografías sólo hasta que empezó la guerra. Durante una temporada no estuvo de humor para fotos y, después, ya no tenía la suficiente rapidez para ajustarse a los tres segundos...

El fotógrafo avisaba con unos días de antelación. Iba de pueblo en pueblo. Los más pudientes lo esperaban en casa y juntos buscaban el sitio más apropiado para el sillón donde se sentaba el patriarca de la familia y en trono al cual se congregaban todos. Los otros, más pobres, acudían a la plaza del pueblo y se ponían en cola, sudando, con cuellos duros y vestidos largos de pliegues y delantales bordados. Un tiempo después, el fotógrafo pasaba de nuevo recorriendo los pueblos con las fotos enmarcadas. Encorvado en una banqueta, enseñaba los cartones sepia a la gente. Quienes se reconocían levantaban la mano y recibían la foto que habían pagado y para la que habían sudado a mares.

En casi todas las casas de los viejos armenios he encontrado fotos como ésas. Las familias reunidas alrededor de los ancianos. Sin sonreír, rígidos, parecían más bien objetos de exposición que seres humanos. Los armenios, en aquellos años, se pirraban por fotografiarse. Era su modo de permanecer juntos ya que, poco después, las familias se redujeron y dispersaron. De esa forma, aunque muchos murieron, desorientados y en condiciones tan humildes que ni aún hoy se han encontrado sus sepulturas, sus rostros han quedado impresos en los cartones sepia descoloridos en los bordes. Queriendo hacer patente a toda costa que una vez existieron...” (Página 58)


Misión militar de Estados Unidos en Armenia, 1919 © Library of Congress


EL DÍA DE LA QUEMA DE LIBROS
La lista de libros prohibidos la trajo el cartero. El remolque estuvo tres días en la esquina de la calle. La gente cargó sacos de libros, sin saber si sería o no bueno mostrar que habían tenido libros prohibidos. Los libros retuercen la mente y generan enemigos del pueblo. La lista de libros era tan larga (la integraban incluso libros de texto y manuales escolares), que era imposible que nadie no tuviese en casa al menos uno prohibido. La gente, apurada, llenaba sacos compactos de libros y respiraba aliviada cuando los entregaba al individuo ataviado con mono en el estribo del remolque, en el extremo de la calle. “Es mejor así. Antes de que vengan ellos a buscarlos, más vale que los traigamos nosotros”, “Sí, pero no tenemos ningún libro de esta lista. O uno o dos… ¿Con qué vamos a llenar el saco?” “¡Qué más da!”, decía encogiéndose de hombros el cabeza de familia. “Los ponemos a montón, lo que tengamos por casa… Al final, los prohibirán todos, mejor librarse de ellos de una vez. ¿De qué te sirven hoy los libros de ayer? Hace más daño recordar.”

Nadie inspeccionó los libros, que permanecieron en sacos atados con cuerdas de tender, pues así resultaba más fácil descargarlos. Para que cupiesen en la plaza, frente al teatro Pastia, donde resistía como por milagro el busto de Mitita Filipescu, las excavadoras empujaban los sacos caídos. Se reunieron tantos libros que la plaza se llenó; las hojas arrancadas flotaban como aves blancas, empapadas de brisa. La gente al pasar los revolvía y los libros intentaban escapar, notaban que algo no estaba en orden, pues los hombres jamás se habían comportado así con ellos. Las botas los llevaban luego junto a los demás. Saltaban por el aire con las páginas revueltas y luego se acurrucaban esperando que, en lugar de las botas llegase una mano que los hojease. Las excavadoras, al empujarlos, y los sacos desgarrados dejaban salir hojas y tapas mezcladas al buen tuntún, que recordaba a cómoda antigua, a toquillas sin desdoblar. Luego, estaba el olor penetrante y el brillo de la gasolina que derramaron por encima. Y el fuego. Yo no había nacido en aquel tiempo, mi padre era un joven de apenas veinte años, delgado y con bigotillo, que miraba sin poder llorar siquiera, ya que el calor de la hoguera le quemaba las mejillas y secaba las lágrimas.

La pira duró toda la noche. Los custodios del fuego parecían gigantes alargados por las llamas que proyectaban enormes sombras sobre la gente que miraba en silencio, sobre las casas, las ventanas y la ciudad entera. Por la mañana temprano, de los montones que ardían lentamente se levantó un humo en que revoloteaban las chispas…” (Páginas 137 y 138)

.. “En 1949, los personajes no están en El libro de los susurros sino que viven fuera de él. Más aún, forman parte de quienes azuzan contra los libros e incitan a la multitud a arrojarlos al fuego. En El libro de los susurros se habla del día en que ardieron los libros. Así como el día en que degollaron a los inocentes no pudieron matarlos a todos, tampoco la jornada de la quema de libros pudieron destruirlos todos. En la guerra entre el poder y los libros, aunque los únicos que mueren son éstos, el poder nunca gana. Porque los hombres han escrito más de lo que pueden olvidar.” (Página 281)


Niños armenios esperan la comida en un campo de refugiados de Marasch © Bettman • Corbis

.. INTERCOMUNICACIÓN EXTREMA. LOS PERIÓDICOS VIVOS. 

Sin filtrarse fuera, los deportados escribían para ellos mismos. Los manuscritos que han quedado del espacio de los siete círculos de la muerte se escribieron en las rutas de la deportación, donde quiera que se hallara un trozo de madera, un poste kilométrico, un árbol de corteza blanda o un muro. Durante mucho tiempo, hasta que las lluvias las desgastaron y los vientos las borraron, permanecieron escritas o grabadas en la madera y en la piedra palabras y letras armenias. Quienes pasaban dejaban aviso a los que venían después. Y éstos, si aún había sitio, añadían sus propias palabras. En los campos de deportados circulaban entre la gente hojas de papel. No estaban firmadas por miedo a las represalias ni fechadas...

Las noticias describían las realidades de cada círculo de la muerte. Los que enviaban tales noticias eran los mensajeros elegidos entre los chavales porque eran más ágiles y tenían la posibilidad de infiltrarse sin ser vistos... Los mensajeros eran siempre voluntarios y los elegían entre los huérfanos, pues pocos padres aceptaban separarse de sus hijos. El que decidía en aquel extremos de los convoyes se llamaba Krikor Ankut. El que respondía en el otro, en Deir-ez-Zor, era Levon Sasian, hasta que lo mataron tras someterlo a tormentos inimaginables.

Krikor Ankut examinó al chiquillo y lo empujó dándole en el pecho, pero Sahag encontró fuerzas para mantenerse derecho y no cayó... Alguien se quedó de guardia fuera de la tienda y otro trajo un recipiente con agua. Hermine (la madre del chico) lavó cuidadosamente la espalda a Sahag, acto seguido el muchacho se tendió boca abajo y con los brazos en cruz. Krikor Ankut mojó la pluma en el tintero y escribió despacio en la piel del chiquillo. Le cubrió la espalda hasta la rabadilla de letras mayúsculas, lo bastante estilizadas para simplificar los signos y terminar lo antes posible, así como para arañar lo menos que pudiera al chaval, que soportaba sin quejarse las rascaduras de la pluma... El chico permaneció un rato inmóvil a fin de que la pintura se secase. Después mezclaron tierra en la escudilla de agua e hicieron un barro fino con que le taparon la espalda. Así, untado de lodo, sólo estaba un poco más sucio que antes...

Sahag hizo exactamente lo que le habían indicado... Cuando llegó a Deir-ez-Zor buscó a Levon Sasian, que limpió el barro y leyó el mensaje de Krikor Ankut. Volvieron a lavarlo para trazar otras letras y, después, le extendieron en la espalda la pasta de lodo mezclada con ceniza...” (Entre las páginas 387-390)

(Más adelante, la dirección del campamento descubrió al grupo de Levon Sasian, que había organizado los periódicos vivos que los huérfanos llevaban a la espalda de un campo a otro y también un sistema de aprovisionamiento de medicamentos y víveres, en la medida de lo posible. Levon fue asesinado de forma despiadada por el mismo comandante del campo.)






Traducción de Joaquín Garrigós

Licenciado en derecho y filología hispánica por la Universidad de Murcia. Es traductor de literatura rumana, en particular de Mircea Eliade y Emil Cioran. Dirigió el Instituto Cervantes de Bucarest.

viernes, 24 de abril de 2015

Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan, LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA

ZyanyaM
Tengo aquí, sobre mi mesa, 
un poco de tierra de Armenia… 
Daniel Varujan

Yo soy, sobre todo, lo que no he podido realizar
Varujan Vosganian



Érevan, capital de Armenia.
Al fondo Ararat, símbolo nacional de Armenia en territorio Turco;
la política y sus nacionalismos absurdos... 


LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA, 
"Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan"



En el lenguaje común, genocidio implica "el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, religión o política". A pesar de la violencia de los último 9 años en el país, de la desaparición como un acto cotidiano, -nos falta 43 y muchos más-, en México nadie se atrevería a convocar la palabra Genocidio. Sin embargo la violencia selectiva que se ejerce en México contra los más pobres, usualmente de piel morena, negros o mestizados, y sobretodo poblaciones indígenas, bien podría coquetear con el uso de la palabra Genocidio en el ámbito jurídico. Nunca hay que olvidar que durante el sexenio del Calderón las muertes de los pobres se explicaban como peleas entre narcotraficantes hasta el fatídico 28 de marzo del 2011 cuando la muerte de un joven blanco universitario, hijo de un poeta reconocido Javier Sicilia, concientizó a la sociedad de que vivíamos bajo una necropolítica. 
En términos legales la palabra se entiende a la A) Matanza de miembros del grupo; B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo. Si nos atenemos a esta definición, el Estado mexicano ha sido reiteradamente acusado de esterilización de hombres y mujeres en comunidades indígenas y acusado, sobretodo en los últimos 10 años, de ejercer una política de criminalización de los más pobres, generalmente comunidades indígenas o afrodescendientes, asentados en territorios ricos en agua, tierra y minerales. 
Este es el caso de Guerrero, tierra fértil rica en oro; de Michoacán con puertos y hierro; de Tamaulipas corredor natural de petróleo; de la sierra del Nayar donde las mineras, norteamericanas y canadienses, intentan el despojo de los territorios sagrados huicholes y coras; de Chiapas donde los paramilitares alimentan los conflictos por la tierra; de Sonora y la disputa del indomable pueblo Yaqui por el agua. Pero también sucede en las zonas de población urbanizada y pobre como Ciudad Juárez, urbe que ha testificado el nacimiento de los feminicidios y el experimento por el despojo.    


Esta ingeniería social, parecida al Apartheid más que a un genocidio, se ha ido recrudeciendo con los años y seguramente se tornará más violenta con las leyes energéticas que legalizan el despojo. 


Empero, quitarle a otros sus tierras, su agua y sus cuerpos en nombre de una religión o una raza no es privativo de México. Sucede en todos los países y está vinculado a la política y, en los últimos tiempos, a la acumulación de capital: los más ricos, generalmente hombres empresarios, con estudios y propiedades, blancos, ilustrados y monoteísta usan las leyes, el capital financiero, la industria paramilitar y armamentista y la idea de progreso para apropiarse de la riqueza de los pueblos. Los políticos son sus aliados. 
Es curioso que justo hoy, el día que murió el poeta Daniel Varujan, hoy que se cumple el Centenario del Genocidio Armenio, escriba esto. Un día como hoy que 240 intelectuales armenios, -poetas, músicos, diputados y clérigos- fueron detenidos en Constantinopla (Estambul) y posteriormente deportados a "un lugar desconocido" para ser asesinados. Después seguiría un número indeterminado de civiles armenios, entre un millón y medio y dos millones de seres humanos. 
¿Por qué hoy hablar de los pueblos indígenas, de los afrodescendientes, de la violencia selectiva del Estado Mexicano? Quizás para recordar la "...  la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan...", frase que como aliento de vida me susurró al oído el escritor rumano de origen armenio, Varujan Vosganian. Quiero agradecerle las palabras que va tejiendo del Genocidio armenio en su texto "El libro de los susurros", con ellas me regresó el sentido de la escritura que perdí hace siete meses cuando ví el rostro descarnado de Julio César Mondragón. “Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan...", reverberaba como sentencia en mi cabeza y la inmovilidad y el silencio se fueron diluyendo. Pensé en ese instante que no importaba el uso de la palabra Genocidio, Apartheid, Guerra o Narcoestado, coto de especialistas e intereses políticos, sino la humildad de los que mueren y nos dejan sus susurros como manantial, útil, que fluye.





Varujan Vosgonian

Como un pequeño homenaje dos poemas al escritor y político... Con gratitud.


VARTANANTS
-el día de los héroes-


mi nombre perteneció a un guerrero caído en el campo de batalla
y a un joven poeta muerto a pedradas
ellos son los muertos más hermosos de mi pueblo
llevo una túnica blanca empapada de sangre
que no corre por mis venas
pero que está viva
siento un dolor en la sien donde la piedra
atravesó el hueso blando
y un pensamiento surgido muy pronto se transforma en sangre
recibo mi nombre como agua que cae goteando de las paredes de un pozo
desde allí las alturas del cielo y las profundidades de la tierra son una misma cosa
me refresco los labios y me lavo la cara
ahora puedo hablar y puedo llorar
el libro de mi nombre está lleno de imágenes
del mundo tal como lo he visto
y me doy cuenta de que, durante dos mil años,
los tres hemos amado a la misma mujer
bienaventurada seas, pues nadie puede desearte más
que nosotros, un guerrero y un poeta




NUEVE HORAS DESPUÉS

luego se puso a llover
las gotas tenían gusto a lágrimas
saladas y dulces
en la otra parte del Gólgota
los árboles lloraban
mirando al redentor de los árboles
clavado en el hombre con forma de cruz



Las traducciones, provenientes del libro El ojo velado de la reina, 2001, son de Joaquín Garrigós, quien también tradujo la novela. 


Fragmentos de El libro de los susurros, Aquí











A 100 AÑOS DEL GENOCIDIO ARMENIO

Editorial Tariyata ha dedicado tres entradas, si te merecen algún comentario estaríamos encantados de leerlo. 
  1. Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan
  2. Qué diferencia entre la humildad de los que mueren y la soberbia de los que matan, Apostillas;
  3. Antología poética #50: Daniel Varujan, 1884-1915