viernes, 6 de mayo de 2016

51.- Antología poética; Carlos & Zyanya, Las causas, Jorge Luis Borges


La palabra “melancolía” ha ido multiplicando sus significados. Según el libro, ya clásico, Sarturno y la melancolía de Klibansky, Panofsky y Saxl, el término melancolía es polisémico pues define desde una enfermedad mental hasta una disposición peculiar y temporal de la mente que puede llevar aparejado dolor y depresión. Se refiere también a un simple estado de nostalgia o preocupación aletargada. Algunas veces señala uno de los cuatro humores —además del sanguíneo, el colérico y el flemático— propuestos en el Corpus hipocratum… La palabra también puede ser utilizada para adjetivar ciertos paisajes equívocos y acompañarlos de emociones por ejemplo “la melancolía del atardecer” o “la melancolía de la infancia”. Sin embargo, me perturba el significado que vincula a la melancolía con Saturno, el dios del conocimiento, con el hastío de saber, con los afanes inútiles… En fin con el sin sentido que tocó a Fausto. 



Melancolía I, Durero, 1514 
buril / burin, 24 × 18,8 cm.




LAS CAUSAS


Los ponientes y las generaciones. 
Los días y ninguno fue el primero. 
La frescura del agua en la garganta 
de Adán. El ordenado Paraíso. 
El ojo descifrando la tiniebla. 
El amor de los lobos en el alba. 
La palabra. El hexámetro. El espejo. 
La Torre de Babel y la soberbia. 
La luna que miraban los caldeos. 
Las arenas innúmeras del Ganges. 
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña. 
Las manzanas de oro de las islas. 
Los pasos del errante laberinto. 
El infinito lienzo de Penélope. 
El tiempo circular de los estoicos. 
La moneda en la boca del que ha muerto. 
El peso de la espada en la balanza. 
Cada gota de agua en la clepsidra. 
Las águilas, los fastos, las legiones. 
César en la mañana de Farsalia. 
La sombra de las cruces en la tierra. 
El ajedrez y el álgebra del persa. 
Los rastros de las largas migraciones. 
La conquista de reinos por la espada. 
La brújula incesante. El mar abierto. 
El eco del reloj en la memoria. 
El rey ajusticiado por el hacha. 
El polvo incalculable que fue ejércitos. 
La voz del ruiseñor en Dinamarca. 
La escrupulosa línea del calígrafo. 
El rostro del suicida en el espejo. 
El naipe del tahúr. El oro ávido. 
Las formas de la nube en el desierto. 
Cada arabesco del calidoscopio. 
Cada remordimiento y cada lágrima. 
Se precisaron todas esas cosas 
para que nuestras manos se encontraran.

J. L. Borges




El monstruo marino, Durero, 1498 
Buril / burin, 24,6 × 14,7 cm.








CONFERENCIAS 11; Los caminos de Eros

ZyanyaM


 Sexo, Sexualidad e Historia*
Jornadas de Historia 2011



Par orgueil tu refusas le bonheur de l'amour… 
subis le châtiment de l’orgueil

Al Hallaj



Al fin y al cabo en las sociedades burocratizadas y aburguesadas, es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto.  Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; y furia de vivir quiere decir vivir la dificultad.

Edgar Morin

 



El sexo es la raíz, el erotismo es el tallo, y el amor la flor.
¿Y el fruto? Los frutos del amor son intangibles.
Éste es uno de sus enigmas.
Octavio Paz







A Rilke


Los caminos de Eros [1]



(Ponencia leída en el marco de las Jornadas de Historia,
Sexo, Sexualidad e Historia, México y Octubre 2011 )



Un viernes por la tarde, mientras mi hija de siete años jugaba con un amiguito en el cuarto contiguo yo me cuestionaba, con terror y culpa, por qué leía y, peor aún, seguía leyendo la historia de una madre que prostituye a su hija para filmar películas pornográficas. A esa historia perturbadora la acompañaba la de un millonario que infligía castigos, humillantes hasta la desnudez, a su amante en turno. ¿Acaso era yo un monstruo?, me preguntaba. Al terminar la novela, ese mismo día porque es breve y escrita pulcramente, me cuestionaba qué me había atrapado de una lectura que manejaba un erotismo violento hasta la crueldad y situaciones donde los seres humanos, unos más abyectos que otros, tocaban el abismo. La respuesta a esa pregunta es este pequeño texto.

Mucho se ha hablado del erotismo. Desde los tabús sociales hasta los clásicos como Foucault y su tríada: Poder, saber y sexualidad.  Sin embargo no voy a hablar de la historia de Foucault, porque a pesar de mi formación tengo la mirada de un lector y, si acaso, de un poeta (¿existirá eso?). Tampoco quiero iniciar este texto con las referencias comunes de la literatura occidental: Los diarios de Anaïs Nin o Historia de O, curiosamente ambas escritas por mujeres, transgresoras las llamaría Foucault. No me detendré tampoco en las novelas de Henry Miller, ni siquiera en John Cleland y su icónica Fanny Hill, rescatada recientemente por el guionista de historietas Alan Moore (más conocido por V de Vendetta). Ni siquiera tocaré dos adjetivos comúnmente utilizados y manoseados a lo largo del siglo XX: sadismo y masoquismo y sus inolvidables padres, el Marqués de Sade y el Conde Masoch.  No, no lo haré pues sólo quiero entender (me), por qué una novela contemporánea mexicana como Los esclavos de Chimal, escrita en un México sitiado por las muertas de Juárez y enrarecido por la guerra contra el narco de Felipe Calderón, me produce revelaciones.

Los romanos solían decir que “Lo que pasa en la cama pasa en la plaza”, que la vida de alcoba habla de los sucesos sociales y que el erotismo es una forma de decir “polis”.  Coincido pues tanto el erotismo como la política forman parte del quehacer del hombre. De hecho arte, erotismo y literatura, a diferencia de lo que pensaba Oscar Wilde y los esteticistas del siglo XIX, tienen una función social y muy posiblemente utilitaria, a ellas le añado una dimensión sagrada. Afirmación temeraria, exclamarán algunos, sin embargo estoy convencida que el erotismo por más sucio y amoral que nos parezca es un camino hacia lo espiritual. Por otra parte la búsqueda del Amor, vía el erotismo, sublima incluso en la perversión, las contradicciones sociales y violentas de una época dada. 

En La llama doble Octavio Paz escribe que “El sexo es la raíz, el erotismo es el tallo, y el amor la flor”. Yo añadiría que el tallo es el camino al amor.  Por supuesto que no todo tallo deriva en amor, con A mayúscula, pues nadie nos quiere por merecimientos sino por simple y llano amor: misterio le llaman. El sexo en tanto origen y raíz pertenece a lo primitivo, sin menoscabo, pues es una función tan elemental y necesaria como comer y respirar. Con el paso de los días coger, respirar y comer se perfeccionan, —aunque hay días que engullimos comida rápida; algunos otros nos deleitamos con banquetes pero las más de las veces comemos y con el tiempo, el acto se desgasta, y la frugalidad se impone—, pero permanecen como actos que hablan de lo terrenal. En cambio el erotismo, como una gota que recorre el tallo buscando la flor, es un camino que evoca lo sagrado.

La literatura, de ayer y de hoy, habla justamente de las historias que suceden en ese camino, un proceso que no es imagen aunque a veces se represente más cerca del sexo y a veces más cerca de la flor. Nunca se quedan en el sexo, por más explicita o aparentemente pornográfica que sea la narración. El sexo, en cambio, que deriva en pornografía no es una historia; se consolida como una imagen estática que promete erotismo pero sólo ofrece satisfacción inmediata; como tomar café soluble.

Ya dije que la literatura no se queda en el sexo pero tampoco se detiene en el amor; sólo lo insinúa, lo promete. En el caso de la Divina Comedia el amor está representado por la búsqueda de Beatriz. Es el recuerdo de su imagen lo que le permite a Dante perseverar en su tránsito por el Infierno y el Purgatorio. Al llegar al Paraíso la imagen se ha transformado, lo que creíamos una jovencita florentina ha sido en realidad la fuente de un proceso, fuerza invisible convertida en una luz; indescriptible. Antagónicos al recuerdo de Beatriz están los caminos “amorales” como aparecen en Justine del Marqués de Sade, en Tadeys del escritor argentino Lamborgini o en los esclavos de Chimal.  En todos estas historias el erotismo cruel, tortuoso o violento, promete, entre líneas, la redención e incluso la experiencia mística después de la anulación.

Permitan explicarme con un texto latino de Apuleyo, El asno de oro, quizás uno de los textos más famosos y reverberados en la literatura occidental. Su verdadera fama, más allá de las divertidas andanzas de un hombre convertido en asno, se las debe a dos fragmentos intercalados en el texto: El primero es el mito de Eros y Psiche, el segundo la descripción de los ritos dedicados a la Diosa Isis. Aunque ambos hablen de la redención y funcionen cuál espejos, nos centraremos por ahora en el mito de Eros. Por un juego de incidencias Eros se enamora de Psiche, a pesar —como suele suceder en todo amor respetable—, de la prohibición materna, la diosa Venus-Afrodita. Mientras viven su amorío Psiche, envenenada por las hermanas, duda de Eros. “El amor no puede vivir sin confianza”, le recrimina Eros, que la abandona. Psiche, herida a su vez por las flechas incendiarias del amor, tendrá que pasar por varias pruebas hasta que transformada pueda recuperar a Eros. Mutatis mutandis, simplificando mucho, esa es la historia. Más allá de las infinitas posibilidades de interpretación del mito, recupero una idea que me taladrea la cabeza: ¿De qué se alimenta el amor? Parafraseando a Gide preguntaría ¿Cuáles son los alimentos amorosos?  Desde ya puedo decir que el amor no se alimenta ni del sexo, ni de la felicidad doméstica, ni de la maternidad; en todo caso produce placer pero tampoco se alimenta de él. El mito de psiche lo explica de la siguiente manera.

Buscando a Eros, Psiche pide refugio a Ceres (Deméter), la diosa del grano, el alimento y el arquetipo de la madre, ésta se lo niega. Después le pide protección a Juno (Hera), Diosa del matrimonio, los partos y la familia, quién también se lo niega; ambas temen caer de la gracia de Afrodita. ¡Convengamos quién querría pelearse con la posibilidad siempre azarosa del amor! La negación de ambas Diosas explicaría, dentro del mito, que el amor no puede refugiarse en los ritos terrenales del grano y el alimento, ni siquiera en el amor materno; ni protegerse o intercambiarse por el matrimonio y la familia. Recordemos que sexo, amor y matrimonio son tres entidades distintas, en casi todas las culturas, y que sólo en la cristiandad medieval, con el amor cortés, se funden.  Repito, el amor sólo puede alimentarse de Amor, pero ¿qué es el amor? Esta vez el mito no lo explica, sólo sabemos que Psiche atraviesa todas las pruebas en soledad y embarazada, una vez cumplidas, pare al lado de Eros un hijo al que nombran Placer. En efecto el placer es uno de los frutos del amor. Llega después de un proceso, de ahí que no se pueda confundir con hedonismo, deseo, satisfacción o pornografía; pero no amamos sólo por placer. En el amor buscamos un algo más.
Allende la tradicional condena occidental al placer, sobre todo si se trata de mujeres; está la condena al amor y por supuesto al erotismo. Nadie se escandaliza de los excesos de la guerra (las bochornosas fotos de Kadhafi) pero tanto la sociedad occidental como las occidentalizadas se perturban frente al placer, el erotismo o la sexualidad sin reproducción. Represión diría Foucault, escándalo añadiría yo. Recordemos lo que produjeron los textos de las Mil y una Noches en la Inglaterra Victoriana o el descubrimiento de los templos de Khajuro, en India, con escenas de sexo explícito. En ese siglo XIX aburguesado y moralino, nadie entendió el simbolismo del tantra como camino divino hacia los Dioses. El yo, dicen los textos sacros, se elimina tocando el pozo; ya sea como una crisis esquizoide (los sueños chamánicos y místicos) o una muerte simbólica (el viaje al inframundo) que promete un regreso iluminado.  El erotismo sería entonces una vía al pozo para desintegrar la identidad adquirida por nacimiento, costumbre, regionalismos y convenciones sociales. Buscando el amor del otro se prueba una chispa del gran fuego cósmoco al cual deseamos todos regresar.
De hecho en la tradición popular de la India existen cinco grados de amor: el que se da entre 1) servidor y amo; 2) entre amigos; 3) en el corazón del hombre; 4) el de los esposos y 5) el de los amores prohibidos; se le considera el último grado pues desintegra, en la transgresión del tabú, nuestras creencias identitarias. Por supuesto que esta idea de tocar lo divino a partir del erotismo, como cuerpo o idea, no es exclusiva del Gita Govinda, y los textos religiosos de la India. La encontramos en el existencialismo de Kierkegaard y en el Cantar de los cantares bíblico; en los textos místicos monoteísta, desde San Juan de la Cruz hasta Al Hallaj; en la famosísima disputa entre los Montesco y los Capuleto, la tragedia shakespeareana de Romeo y Julieta; y en el mito mesopotámico de Inanna. De esta búsqueda personal del amor surge toda la literatura amorosa cortesana, apologizada por los trovadores y poetas quienes cantan al amor protegido por lo divino pero, de alguna manera, prohibido socialmente y desdichado; es el caso de Tristán e Isolda e incluso de las telenovelas mexicanas.  Quizás el romanticismo y la ingenuidad han quedado atrás pero nuestra incapacidad para definir, curar y convocar el misterio del amor sigue vigente ¿por qué nos duele tanto y lo representamos sin cesar?

Recordemos que Psiche después de ser abandonada por Eros intenta reiteradas veces quitarse la vida, pero como en la falla está la respuesta, cada vez que lo intenta se encuentra algo o alguien que le pide no ensuciarlo (usarlo para suicidarse). “No me ensucies y te ayudaré” le explican a Psique, quien al contenerse obtiene la solución a la prueba exigida por Venus. Para Psiche aún la separación amorosa es parte del misterio amoroso, grato a los dioses, que termina llevándola a la última y gran prueba; el viaje al inframundo. No estoy diciendo nada nuevo, amor es también morir dicen las crónicas caballerescas y el ideal amoroso medieval, —en la estructura de la palabra está implícita “a-mors” sin amor—.  El famoso “liebestod” de Tristán e Isolda en realidad es un concepto reiterativo en la literatura de los caballeros de la mesa redonda e incluso en algunos textos psicológicos actuales como La separación de los amantes de Caruso, especie de manual para curar el desamor. Sin embargo la literatura y los mitos van más allá.     
Para recuperar a Eros, Psiche debe bajar al inframundo. Este viaje, paralelo a las tradiciones iniciáticas (muerte y resurrección), originarias de Mesopotamía pero que aparecen en todas las tradiciones religiosas, e incluso en Walt Disney, habla de la posibilidad de transformarnos, de integrar el mal de origen, e incluso el mal social en nuestro ser, por vía del viaje erótico. Por ejemplo en el texto del Yucateco Juan García Ponce, Crónica de una Intervención, sus personajas Mariana y María Inés recuerdan a la unidad femenina representada por las diosas duales, diurna y nocturna, de la antigüedad: Démeter/Persefone; Ishtar/Ereshkigal y la más conocida María/María-Magdalena. Son la luz y la obscuridad, ágape y eros, la doncella y la vieja; en el atavismo machista la mujer para casarse y la hembra para cogerse. Incluso en el México religioso la dualidad aparece como Guadalupe/ Santa Muerte. En realidad ambas mujeres representan la unidad mesopotámica que en la India se le conoce como la Diosa de los 108 nombres y en la tradición tebana como Isis.

Psiche e Isis, mencionadas al inicio, son dos reflejos de una misma unidad.  Pero ¿para qué sirve la unidad, para qué bajar al inframundo?  En el caso de Crónica de una intervención, los hombres con diferentes profesiones y tedios, reintegran su personalidad a partir del cuerpo de dos mujeres: Mariana (que en el nombre lleva el pecado, pues lo mariano es lo referente a la Virgen María) y María Inés. La primera morirá el 2 de octubre en Tlatelolco, mientras que María Inés, la erótica, (uno de los personajes es un fotógrafo) ligada a la fotografía, a la contemplación y posteriormente al recuerdo reintegrará la vida de los sobrevivientes del 2 de octubre a través de la representación. No es casualidad que Ponce utilice el cuerpo y la contemplación de María Inés para que sus personajes perdonen la violencia que implicó Tlatelolco, de hecho los personajes no recuerdan a María Inés en tanto persona, sino como cuerpo desnudo, y no lo evocan en el tacto sino en la vista; la memoria recreadora de la imagen. Ponce sabía, algo que la pornografía ha explotado hasta el cansancio: el erotismo inicia en los ojos, en la contemplación; quizás por eso Bataille nombró a su novela erótica Historia del ojo.
En efecto, y quizás aquí se encuentre la segunda idea transgresora, el cuerpo es el lugar privilegiado del ser humano para reintegrar el mal. De ahí la tradición equívoca de culparlo, de sojuzgarlo, reprimirlo y condenarlo.  Pero voy más allá, el mal social, las  dictaduras, la acumulación de la riqueza en unas cuantos manos, el sistema de explotación capitalista y otras tantas infamias, también se reintegran en el cuerpo, para bien y para mal. Doy dos ejemplos periodísticos y uno literario.
Quizás recuerden al monstruo austriaco Josef Fritzl, de 73 años, que encerró durante 24 años a su hija violándola y teniendo hijos con ella. Para muchos especialistas era una metáfora del nazismo y los campos de concentración. La misma línea de interpretación la encontramos en una nota de Pedro Miguel, en el periódico la Jornada del 16 de octubre del 2007, “Nuestro caníbal”, donde interpreta la nota roja de un joven de la colonia Guerrero que mataba a sus novias para luego comérselas. Escribe Pedro Miguel: “Esta historia no le funciona a nadie como espejo. En lo individual, no hay forma de reconocerse en (tales) acciones…. Pero tal vez la simbología no le sea ajena a la actual circunstancia nacional.” Continúa su texto mencionando tres casos de canibalismo simbólico:  1-) La misoginia criminal en tres lustros de feminicidios que no se limitan a Ciudad Juárez, 2-) la antropofagia económica fundamentada en la sobrexplotación inmisericorde de la carne humana y 3-) el grupo burocrático y empresarial que gobierna canibaliza desde hace mucho los bienes nacionales haciendo promesas amorosas (¿seguridad?, ¿ empleo?) como las que pudo haber formulado a sus novias el presunto asesino de la Guerrero. No estoy justificando al electricista austriaco ni al caníbal mexicano, pero sé que intentaban en el cuerpo del más frágil (mujeres-madres solas) reintegrar un mal social del cual se sentían víctimas. 

La literatura tiene algo que la realidad parece carecer, la posibilidad de redención de los personajes al final de la lectura. Pienso en los personajes que viven en la Comarca, un estado dictatorial donde las detenciones, torturas y asesinatos de sus ciudadanos son moneda corriente. La Comarca exporta carne de Tadeys, animal que se asemeja mucho a los seres humanos pero que se simbolizan jerárquicamente a partir del ano. Me refiero a la novela de culto y horror, Tadeys, escrita en el exilio por Osvaldo Lamborghini durante la dictadura militar argentina. A partir de la narración de prácticas sexuales explícitas, y denigrantes, el lector puede imaginarse y sentir las torturas en los campos de concentración argentinos. Huelga recordar que durante la represión política argentina (pero sucede en general) se había empleado sistemáticamente la violación de prisioneras y prisioneros, y otros tipos de tormentos sexuales. No sólo el erotismo perturbado de Tadeys reintegra la humanidad de los personajes perdida en la época de las dictaduras militares, también cuestiona el falocentrismo que los militares llevaron a lo apoteótico. No es casual que las enemigas institucionales de la dictadura fueran madres y abuelas.

 También en el caso de Los esclavos de Chimal, la situación social orilla a los personajes a la violencia privada: “Si no me prostituyo no como”, afirmará Marlene una de las protagonistas. Parecería que los novelistas intuyeran que no hay violencia privada e íntima sin violencia social. En realidad me atrevería a afirmar que la violencia erótica en la literatura, no sólo en América Latina, refleja la violencia social. Pienso en las leyendas alrededor de Gilles de Rais, compañero de armas de Juana de Arco, que se fueron tejiendo al finalizar la guerra de los Cien años y afirmaban que Rais comía niños y hacía festines orgiásticos; festines paralelos a los que se vinculan las muertas de Ciudad Juárez. Pero pienso también en la literatura japonesa tan violenta, erótica y redentora a la vez.
Calificaríamos de provocativa o de entrañable la narración de Kawabata, en La Casa de las bellas durmientes, al describir al viejo y decrepito Eguchi rememorando sus años mozos frente al cuerpo narcotizado de una joven dormida  ¿Y qué pensar de Heiju, el rival de Shihei, en la novela de Tanizaki, La amante del capitán Shigemoto? Ese joven que comprara la cajita de heces de su amada, sublimes como ella, dicta su deseo, sólo para descubrir decepcionado que las beldades cagan como todos los demás  ¿O qué pensar del viejo comerciante, aquel que desea morir bajo el pie de la joven Fumiko que lo deleita y sojuzga? en el relato El pie de Fumiko, también de Tanizaki. ¿Qué más se puede añadir después de leer la obra maestra de Sakaguchi, En el bosque bajo los cerezos en flor, donde la bellísima amante va destruyendo, bajo el aura del deseo y las cabezas cortadas, la fuerza del cazador? ¿No revelan todas estas escenas una sociedad violentamente jerarquizada, donde la sexualidad y la escatología recuperan la integridad humana perdida en los mandatos sociales? El escándalo que produce la literatura erótica revelaría una sociedad que no desea ver la realidad social que la rodea, de hecho la literatura erótica debería perturbarnos menos que la realidad violenta que nos sitia. 

No siempre fuimos tan ascépticos; en la pintura de Bruegel, Los proverbios Flamencos, un hombre saca sus nalgas desde la ventana para cagar. En Gargantua y Pantagruel, Rabelais hace acopio de innumerables actitudes que hoy nos escandalizarían.  Es cierto que en su época también escandalizó, pero más por sus críticas al poder que por las costumbres sexuales descritas. En el Decamerón y en los cuentos de Canterbury el excremento aparece constantemente junto al amor.  ¿Puede uno realmente escandalizarse porque Joyce deliraba ante los calzones sucios de su esposa, o frente a esa costumbre que tenía por sentarse cerca de los baños en los bares para excitarse con el sonido de la pipi cayendo en el excusado? 

No lo creo, es más Joyce en toda su obra habla de la redención y repite, en cada capítulo del Finegans wake, como en el Ulises, el número 1132.  Curiosamente ese número nos remite a la Epistola de San Pablo a los Romanos, capítulo 11, versículo 32 que dicta: “Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos la misericordia”[2], lo dirá también Lutero “Pecad con valor” e incluso Jesús “Sed ardientes no seáis tibios”.  Es una paradoja, el gran pecador es el que más despierta compasión divina afirmará la tradición judeocristiana, islámica y budista; y en realidad la ambivalencia que somos todos los seres humanos la reintegramos en el erotismo y en nuestro personal viaje (o viajes) al inframundo. Más allá de los profetas, hoy, el amor también es carne y proviene de cuerpos incompletos, como nos lo recuerda Cabrera Infante en La amazona, que inicia con la sentencia: “El amor es una vulgaridad”.  Y efectivamente el amor huele y sabe y se toca y no siempre sus texturas, sus olores y sus sabores son agradables, pero siempre prometen lo sublime y lo bestial del hombre.
En Los esclavos de Chimal, Golo violentamente rico es capaz de revertir el orden social para humillar y torturar a Mundo, —el mundo—.  Mundo se convierte en un perro, (no nos recuerda esa idea la propuesta de los cínicos y su anhelo de libertad) y como perro anda desnudo, mudo. ¿Por qué se queda? ¿Por qué acepta ese trato? Mundo, antes Edmundo, es un viejo burócrata con familia, que prueba el principio de libertad al unirse a Golo.  No es la casita, la familia y el trabajo lo que anhela, sino la libertad, la única que te reintegra, que te promete. Mundo después de bajar al inframundo a la realidad de bestia se redime. “Los últimos serán los primeros”, recordaba Jesús, en el nuevo testamento.

Permítanme explicar esta idea de redención con un mito de origen medieval, La historia de Juan boca de oro, Juan Crisóstomo, aparecido por primera vez en 1471.  El Papa en una cacería se pierde en el bosque. Ahí escucha la voz de un muerto que le pide ayuda: Necesito que el santo Juan me bendiga para liberarme, pide la voz.  El Papa insiste en traérselo pidiendo informes de donde encontrarlo, la voz le indica calle y familia.  Cuando llega, el Papa se encuentra con un niño recién nacido. Para cumplir su promesa lo educa dentro del clero y a temprana edad decide confirmarlo. Pero Juan, que ya para ese momento lo llaman boca de oro porque lo que sale de sus labios es santo, se cuestiona en medio del lujo eclesiástico si ese es el verdadero camino hacia dios. No, se responde, mientras huye a vivir a una eremita. Un día, llevada por los vientos, una joven toca a su puerta. Es bella y sola, y Juan no se atreve a dejarla en el bosque como alimento de lobos.  Le permite vivir con él en la eremita bajo prohibición total de dirigirle la palabra.  Además pinta una raya a la mitad del cuarto, nadie debe cruzar esa frontera. Pero la frontera muy pronto se cruza, y Juan lleno de culpa decide deshacerse de la fuente del pecado aventando a la joven al precipicio. El pecado no desaparece se multiplica, de la tentación del sexo ha caído en el asesinato.  Juan decide entonces vivir a cuatro patas, sin hablar, cual animal hasta que dios le mande una señal de perdón.  La señal llega el día del bautizo de un bebé, hermano de la joven desaparecida y asesinada por Juan. El Papa es el invitado de honor encargado de bautizar al niño, pero antes de que el agua caiga sobre la frente del bebé, éste habla y pide que la bestia, recién traída a Palacio, le otorgue el sacramento. La bestia es Juan quien en ese momento se levanta, su piel de animal cae, es redimido por dios quien se ha expresado en boca del bebé y lo ha perdonado.

Como en el caso de esta narración, aparentemente siniestra de San Juan Crisóstomo, Mundo necesitó bajar a la condición de Bestia para atreverse a ser, para dejar a un lado los mandatos sociales y probar la libertad. Es la misma estructura que compone el Decamerón de Boccacio, la peste obliga a los personajes a huir y aferrarse a la vida.  Lo hacen a partir de cuentos picarescos y eróticos, para al final rozar lo divino. 
Frente a la muerte estamos solos, rodeados de una soledad que sitia la existencia y mata, a menos que la chispa divina nos toque. Quizás el antídoto al desamor, a la descomposición social, esté en esa literatura erótica que turba y perturba.





Octubre y 2011

Zyanya Mariana








* [1] Este texto se leyó en el marco de las Jornadas de Historia, Sexo, Sexualidad e Historia, del 24 al 25 de octubre del 2011


[2] Biblia de Jerusalem

CRÓNICAS MESTIZAS; Una escritora y su perra: Buen viaje maestra Janikuá

Zyanya Mariana



Creo que los animales ven en el hombre 
un ser igual a ellos que ha perdido de forma 
extraordinariamente peligrosa el sano intelecto animal, 
es decir, que ven en él al animal irracional, 
al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz.
Friedrich Nietzsche

Buen viaje maestra



CRÓNICAS MESTIZAS; Una escritora y su perra,
Buen viaje maestra 4ta parte


Janikuá, lluvia en purépecha, murió el 3 de junio a la 1:30 de la tarde del 2014. Esta nota la empecé a escribir desde entonces y no la había posteado por culpa. Me sentía culpable de su ataque al corazón por envenenamiento.
Cuenta María Elena, —la mujer que trabaja en mi casa, mi brazo derecho, mi amiga— que al regresar de recoger a su hija Marianita de la escuela empezó todo. Janikuá, mi hermosa labrador chocolate, corrió del umbral de la cocina a la zotehuela y de la zotehuela a la cocina. Ahí bajo la mesa empezó a convulsionarse. Se pegó una vez en la cabeza al caer, Karlita, la niña más chiquita de María Elena y hermana de Marianita, empezó a llorar. Marianita corrió a pedir ayuda y María Elena le sostuvo su cabeza hasta que murió. Todo ocurrió muy rápido en menos de cinco minutos. Yo no estuve ahí para testificar, sólo espero que no haya sufrido. Janikuá le hizo honor a su nombre, llegó como aguacero y se fue al escampar.





 
Llegó tres meses después de la muerte de Antígona, mi gata amada. Me acompañó 17 largos años, y yo estaba en luto, pero Tziri, mi hija, quería un perro; así que me aventé a la aventura. Al principio lloraba mucho, tenía sentimientos encontrados.



Todavía recuerdo la primera vez que la ví y el súbito pensar que me envolvió: ella puede ser una maestra. Y lo fue. Me enseñó muchas cosas desde que llegó. Los primeros días, por ejemplo, me introdujo en el difícil arte del desapego; se comía los objetos, los libros y los dejaba en pedacería regados por el piso.

Después refrendó la importancia de los límites en toda convivencia sana y la importancia del ejercicio, mencionada por el filósofo del siglo XX, César Millán el encantador de perros, para encontrar la serenidad en casa y el reposo en el sueño. Mi hija la celaba y yo la amé con la misma devoción que una madre a la cría pequeña. Se fue muy pronto y aún la extraño.

Buen viaje Janikuá.