martes, 24 de abril de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS; Gueguigo


ZyanyaM


Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.      
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo


Miércoles Santo en Gueguigo, Shiho Takagi



A mi abuela que me decía, 
elige como quieres morir porque así será tu vida, 
ella que murió un 19 de abril de Semana Santa soleada.



CRÓNICAS MESTIZAS; Gheguigo

En la cultura católica conservadora del centro y el bajío del país, año con año, los inocentes insisten que el viernes Santo, a las 3 de la tarde, el cielo se nubla y el día se enluta por la sangre derramada de Cristo; olvidan que es primavera y que Jesús, si existió, era un judío indómito.  Mientras en el Istmo se escucha alegre el grito ¡Cabani señor! ¡Cabani señor!   Y en efecto en plena Semana Santa el señor resucita en los frutos del equinoccio que cada año se convierten en alimento que los vivos comparten con los muertos. 
Es el renacer de la tierra y el mar, ley de vida y muerte que los juchitecos festejan con huevos y flores desde tiempos inmemoriales; cuenta el dominico Fray Francisco de Burgoa en su “Geográfica descripción”.  Añade el cronista y, confirman los estudiosos, que posiblemente el año agrícola zapoteco iniciara un 12 de marzo y terminara el 7, los 5 días restantes considerados nefastos eran tiempo de guardarse y comer frío.  Eso quedó atrás, hoy, el renacimiento mestizo se festeja con comelona en el panteón. 
A diferencia de los hieráticos festejos de noviembre cuando, en espera de nuestros muertos, levantamos en la casa altares de cempasúchil con ofrendas; la fiesta de los panteones en Juchitán es algarabía pura; ritmos profanos y simbólicos se fusionan.  El día de la fiesta bautiza los panteones, a Juchitán el más viejo, se le conoce como “Domingo de Ramos”, y como “Miércoles Santo” al de Gheguigo.  Desde temprano las mujeres, de huipil y enagua, cargan velas, fotos y flores: Gladiolas de todos los colores, azucenas, rosas de castilla guiechachi (rosa) y la incomparable guiexhuba; la flor blanca del istmo que le dio nombre a la ciudad.   

Guiexhuba


En su "Historia verdadera de las cosas de La Nueva España", Bernardino de Sahagún la describe así:  ... esta flor se le llama cacaloxochitl… se hacen en árboles y tierras calientes y tienen muy suave olor.
Bernardino de Sahagún, detrás
el Códice Florentino o
Historia de las cosas de la Nueva España 
En Michoacán se le conoce como Tzutzuki; Sach-nic-té en Yucatán; en español le llamamos flor de mayo (rosa o blanca) seguramente porque, los Franciscanos primero y los dominicos después, vieron el árbol florecer en mayo; yo lo vi en abril.  Quizás, por el cambio climático, las jacarandas y las guiexhuba se adelantan y florecen antes, lo cierto es que en Semana Santa los juchitecos las utilizan, -blancas rosas o pintas-, para decorar las casitas o las enramadas del panteón.  Cuelgan de un lado al otro como guirnaldas y, a veces, son lo más lujoso de una tumba pobre.  Y es que las flores engarzadas parecen collar perfumado que evoca las ropas de alguna princesa Zapoteca que seguramente, en otros tiempos, salía a las calles de su señorío para ser contemplada.  Blanca y mítica, la flor renace cada ciclo como los huevos del cocodrilo, la iguana y la tortuga.  Se identifican, aparecen juntos en los mitos; quizás porque el árbol tiene un tronco rugoso, quizás porque son eternos.  La sabiduría popular afirma que una rama cortada con burdeza basta para que crezca un árbolito; lo sé pues me robé del árbol que decora el atrio del templo una ramita que al sembrarla nombré Aquiles.


Juchiteca en el panteón, sentada junto a sus muertos.
Se acababa de comprar unos aretes de plástico
fosforecente,  mientras hablaba de la importancia de
las tradiciones y nos convidaba comida.
Foto Arturo Santomé
Con la tarde los preparativos mudan en verbena.  Las familias salen de sus casas arregladas de fiesta: traen sillas, focos y guitarras; abren las tumbas y festejan con el muerto; comen pescado y cangrejo, mole; cantan boleros, Alvaro Carillo y sones; beben hasta la mañana.  Mientras la calle principal del panteón y las aledañas se llenan de puestos que venden de todo garnachas, elotes, tamales de Iguana con huevo, huevos de tortuga, cervezas, dulces regionales y regañadas…  Pregunté porque las llamaban así, entre albures y risas, las mujeres contestaron: “Es que están delgaditas porque están regañadas”.  La respuesta no es banal, a pesar de la publicidad y los cuerpos anoréxicos de los medios, la mujer del itsmo adquiere el pronombre Sa, señora, cuando su prestigio y cuerpo crece. 


Juchiteca con Jecapixtle, Tina Modotti
 
Con su peso se asientan en la tierra, son dadoras de vida, sirenas, matronas y comerciantes que desde muy temprano venden, cocinan o transforman los frutos renacidos: huevos de Iguana, collares de flores blancas y Corozos,
 la flor del coyol; esa palma ritual de la región.


El panteón es una ciudad trazada alrededor de una calle principal con callecitas y callejones perpendiculares.  Es una pequeña Juchitán de colores con casitas de un piso, techo colado y rejas.  Las hay de todo tipo pequeñas y grandes, abiertas y cerradas; las más pobres son sólo enramada.  Como en la ciudad la arquitectura del panteón es moderna.  La casa colonial, con patio interior y teja, ha cedido su lugar a las cuatro paredes de hormigón, techo colado y enrejado en las ventanas.  Tiene un dejo de otras ciudades calientes, de Oaxaca a Managua pasando por Villahermosa, donde el trazo urbano, un poco caótico, y las migraciones revelan asentamientos recientes y construcciones hechas poco a poco.

          Algunos puristas, yo incluida, dirán que arruinaron la ciudad colonial, pero cabría preguntarse por qué los Juchitecos tendrían que conservar los restos de la Colonia que les quitó más de lo que les dió.  Alguna vez una argelina me preguntaría, con mucho tino, por qué los latinoamericanos presumíamos tanto nuestras ciudades coloniales que se habían construido sobre nuestro pasado indio y derrotado; era, me decía, como si nosotros los argelinos presumiéramos nuestra tiempo bajo el yugo colonial francés.  Al escucharla supe que todavía nos falta en México mucho por recuperar y amalgamar, mucho por mestizar.  Hoy ya no somos ni blancos, ni indios, ni negros; a estas alturas de la historia somos indias con piel blanca, tocando el piano, y escribiéndole a nuestros amigos correos electrónicos. 



Tehuanas 1922, Tina Modotti
Nuestro pasado indígena es tan ambiguo como lo fue la Edad Media para los Ilustrados.  De esa llamada Edad obscura sólo quedan dos o tres castillos, los demás los tiraron o remodelaron; de hecho si la catedral de Nôtre Dame existe es gracias al esfuerzo de Victor Hugo, -romántico y moderno como Martí y Darío-, que escribió la historia de un jorobado y una gitana para salvarla.
Yo sólo conocí la fiesta del Gheguigo; sin embargo un taxista que nos llevaba a Playa San Vicente me comentó, sin titubear, que la celebración de Domingo de Ramos se pone más buena y más bonita.  No lo dudo es un cementerio más grande, más viejo y está la tumba del gran cacique juchiteco: Heliodoro Charis Castro. 

Don Aquiles y su hijo nos contaron muchas historias del general revolucionario, anécdotas populares que lo recuerdan no sólo como el hombre fuerte de la región sino también como benefactor, que a pesar de no tener estudios, fundó escuelas primarias, técnicas y bibliotecas.  “Todo lo hacía a punta de pistola el General Charis, cuenta Don Aquiles, no sabía leer ni su gente tampoco, por eso cuando entrenaba con ellos en vez de decir flanco izquierdo flanco derecho, decía, lado machete lado moral; y así luchó con Obregón y se hizo General.  Otra cosa que pasó, continuó Don Aquiles pausando las risas, fue cuando vinieron de Oaxaca-ciudad, como el General Charis quería ser Senador le dijo a la gente; se me juntan y van dando vueltas y vueltas a la calle sin dejar de gritar ¡Viva Charis! Si no ya saben.  Y la gente se cansó de tanto dar vueltas y gritar, mientras que los de la ciudad dijeron: sí que tiene apoyo este Charis mira na’ más cuanta gente.” 



Juchitán 1922, Tina Modotti



Los panteones sólo acogen a los vivos los días de fiesta.  Durante el año, a pesar de tener sus puertas abiertas, son inhóspitos, ahí más de un centroamericano, buscando donde pernoctar, encontró la muerte.  Para ellos no hay velas ni flores, ni siquiera rezos, sólo cuerpos sepultados sin nombre: son los olvidados


También pienso que deben abrirse las fronteras para el libre tránsito de los seres humanos, tal como circulan las mercancías y los capitales.  Pues estoy convencida que somos de todas partes, que el origen es hacia donde vamos y no de donde venimos, y que sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero, amado y asombroso, es como un país extranjero.

Zyanya Mariana


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miércoles, 18 de abril de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS, IXTAXOCHILTLAN

ZyanyaM
Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.      
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo
Juchitán de Zaragoza, principios del siglo XX


Para Don Aquiles y su hijo Russel, por los regalos invisibles


CRÓNICAS MESTIZAS; Ixtaxochiltlan


Entre Coatzacoalcos y Salina Cruz se puede trazar una línea imaginaria, es el cinturón que ciñe la cintura de la República mexicana y le da la forma de una cornucopia.  Al norte de esta línea, México-Tenochtitlan, al sur las riquezas del Soconusco y el cacao; entre ambos el señorío zapoteca.  Cuentan las crónicas que la muerte de ciertos mercaderes mexicas en Tecuantepec (Tehuantepec) desató la guerra contra los zapotecas.  En realidad Ahuitzotl, que no podía vencerlos, envió una embajada a Cocijoeza, señor de los Binni záa asentado en Zaachila, ofreciéndole a su hija, cual esposa, como sello de una alianza para vencer al Xoconochco (Soconusco).  A pesar del parentesco, las batallas y las constantes rebeliones en contra de los tenochcas, el valle y el Istmo terminaron como tierras tributarias del Anáhuac; quizás con algunos privilegios, pues a la llegada de los españoles, el nieto del Tlatoani Ahuitzotl, Cocijopij, todavía reinaba el señorío de Tehuantepec. 
Ya sabemos, desde que Yahvé se lo dijo a Adán, que al nombrar una cosa la identificamos, la hacemos propia, la aprehendemos; posiblemente esta sea la razón por la cual los llamamos a la usanza mexica -pues fue a través de ellos que los primeros españoles identificaron y conquistaron al mundo indígena-, y así en vez de llamarlos “hombres nubes” los conocemos como “los hombres del árbol del zapote”; esa fruta negra, oriunda de México, que mi abuela me preparaba con jugo de naranja como premio por comer bien.                                                         
Zapote negro

También es cierto que el náhuatl fue lengua franca durante la Colonia, incluso más allá de las fronteras conquistadas por los mexicas; de ahí que Ixtaxochiltlan, (por cierto fundada por Cocijopij en 1480), más el pésimo oído español, más la Independencia, la Revolución, el tren y la carretera Panamericana, se haya convertido en Juchitán de Zaragoza, sin árboles de zapote.  Esta metamorfosis histórica que convierte Huaxyacac, lugar de los Guajes, en Oaxaca de Juárez sin árboles de Guaje e Ixtaxochiltlan, lugar de flores blancas, en Juchitán de Zaragoza no revela la belleza del Istmo, siempre deslumbrante.  En efecto detrás de una ciudad moderna, como Juchitán, fea arquitectónicamente (las prácticas casas de techo colado han sustituido el trazo colonial y la teja roja), pujante (el ruido de las moto taxis importadas de India le dan un toque Calcuta o Bombay), propositiva (se ubica el corredor eólico de La Venta, uno de los principales proyectos energéticos no sólo de Oaxaca sino de México), se encuentra una identidad indígena fuerte y autoregenerativa culturalmente.
A que me refiero, el hombre y la mujer zapoteca de hoy, siglo XXI, no se parece en nada a los hombres nubes que peleaban contra sus vecinos Mixtecos y sus enemigos Tenochcas; son otros muy otros.  De la Colonia conservan la religión, las iglesias y el Cristo Negro de Esquipulas pero preservan “el secreto del nahual” y la sabiduría antigua que respeta las hierberas, las parteras y los médicos tradicionales; de la Reforma recuerdan que uno de ellos Benito Juárez, indígena zapoteca, fue el primer presidente “indio e ilustrado” de la República; del general Díaz también Oaxaqueño aunque mestizo, conservan las vías del tren que pasan frente a la casa de su querida amante Doña Cata, en la vecina ciudad de Tehuantepec, y del siglo XX, revolucionario y nacionalista, les quedan las Velas de mayo, las singulares festividades del panteón en Semana Santa, la vestimenta tradicional en las mujeres, el traje de Tehuana e incluso la Guelaguetza; todo lo que hoy llamamos indígena.  He ahí la maravilla del Istmo, han sabido ser indígenas y modernos; han conservado, no sin problemas y contradicciones la lengua, los saberes alimenticios, la iguana y otros animales, las flores de mayo, una singularidad cultural y un orgullo más allá de lo invisible.  Estoy deslumbrada, gozosamente deslumbrada.    

También pienso que deben abrirse las fronteras para el libre tránsito de los seres humanos, tal como circulan las mercancías y los capitales.  Pues estoy convencida que somos de todas partes, que el origen es hacia donde vamos y no de donde venimos, y que sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero, amado y asombroso, es como un país extranjero.
Zyanya Mariana


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lunes, 16 de abril de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS; Guchachi

ZyanyaM

Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.       
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo 
Mujer con Iguanas, Raúl Anguiano, 1956 óleo sobre tela


Para Arturo y su generosidad,
para los Orozco y los Santomé 
por los regalos invisibles


CRÓNICAS MESTIZAS; GUCHACHI

Estoy convencida que a los seres humanos, independientemente del color y la cultura, nos mueven las mismas pasiones y las mismas búsquedas.  Somos tan parecidos los unos de los otros, aunque no lo creamos.  Quizás por eso no me sorprende encontrar aquí o allá, al norte de África, al sur del río Suchiate o en el Istmo de Tehuantepec las mismas historias, las sonrisas y los dolores repetidos al infinito.  Sin embargo, a diferencia de Kant que jamás necesitó salir de su Könisberg querido y silencioso; mis ojos, mis oídos y mis pies exigen movimiento para refundar mi cuerpo y poder percibir el mundo con mayor alegría y fuerza; las únicas dos cosas que necesito para sobrevivir los días; la únicas dos cosas que a veces no encuentro.
Fue esta y no otra razón la que dirigió mis días hacia el Istmo de Tehuantepec; buscaba, como siempre que viajo, alegría y fuerza en los usos y costumbres de los otros.  Así fue como llegamos a la tercera ciudad más poblada de Oaxaca, Juchitán de Zaragoza, un miércoles santo y 2012 y, ahí directito, nos fuimos a casa de Don Aquiles, mi Virgilio en el paraíso itsmeño. 
La casa de Don Aquiles está cerca del panteón Gheguigo también conocido como “Miércoles santo”, lo que nos fue muy conveniente para iniciar el viaje pues dentro de las tradiciones importantes de Juchitán están las fiestas de los dos panteones; la celebrada el domingo de Ramos en el panteón de Juchitán y la del miércoles en el Gueguigo. 
-¿Ya comieron?, preguntó ese hombre de mirada límpida y pícara sonrisa.  Y más tardó en decirlo que en mover la mesa, arrimar las sillas y ofrecer tamales de iguana con huevo, queso fresco hecho por él y Regañadas, campechanas que hornean sólo durante los días de Pascua.  -Aquí hay más, nos insistía.  -Sólo hoy, repetía alegre, porque ya nos las comimos todas y, la autoridad, sólo nos deja cocinarlas en estos días que hay fiesta en el panteón.  Así es acá, sonreía mientras su piel morena, aún joven, delataba con arrugas su alegría por la vida; los pliegues se dibujaban alrededor de los ojos y la boca, todos hacia arriba.  -¿Quieren más?  Agarren, aquí hay, con confianza.  Bueno ¿verdad? preguntaba afirmando este campesino de 76 años y pies terruños.  -Hay una señora en el mercado, continuó, que las hace todo el año.  Las pide uno en caldo, pero te dan un trocito así pequeñito, nos mostró con los dedos, porque ya no hay, y es que es muy sabrosa.  ¿Verdad que es sabrosa la iguana negra?  Ella las tiene que importar de Chiapas, y dicen que las tiene en su casa amarradas y en jaulas-.
Nosotros, hambrientos y silenciosos, devorábamos el tamal de iguana negra con huevo, mientras escuchábamos deleitados las historias de don Aquiles quien nos explicaba todo acerca de Guchachi, la iguana, uno de los platillos más emblemáticos y tradicionales de Juchitán.  No es casual que la imagen que representa la ciudad, en las señales de tránsito, sea una foto de Graciela Iturbide de 1979, “Nuestra señora de las iguanas”.

Graciela Iturbe, Nuestra señora de las Iguanas, 1979
En la región se conocen dos tipos de Guchachi, las negras y las verdes; la primera es endémica sólo se multiplica en el istmo, la segunda pulula en todo el país.  Aunque la Iguana (de agua, de tierra, asada, frita, en caldo o en tamal), es un platillo común en diferentes regiones de México como los amuzgos, los coras o los huicholes que también la consumen durante las fiestas; la Guchachi guiña, iguana frita, es para los juchitecos, como para ningún otro pueblo, el sabor de su identidad.  No me extraña, la carne de Iguana es sabrosa, suave y perfumada, tan sabrosa que ya se la acabaron, a pesar de los criaderos y del iguanario en la ciudad que suelta centenares de iguanas cada año en libertad.  Pero este pequeño lagarto herbívoro, con ganas de extinguirse, es fácil de cazar y es hasta cierto punto manso para confinarlo en casa.  Cuentan que los Huaves, la gente del mar asentada en la costa del Istmo, les cose la boca y las mantiene vivas hasta el día de su preparación.  En el caso de la gente nube, los ben´zaa o binni záa, los zapotecos como los denominaron los nahuas, cuando por falta de trabajo migran a la pizca del tomate en Sinaloa, se asombran de que la gente prefiera comprar pollo a cazar las iguanas que deambulan cerca de los campos.  Si migraron con toda la familia los hombres y los niños cazan las iguanas y le piden a las mujeres que las cocinen en caldo o tamales con salsa de semilla de calabaza asada, mezclada con guajillo, jitomate y un poco de achiote.

También pienso que se deben abrirse las fronteras para el libre tránsito de los seres humanos, tal como circulan las mercancías y los capitales.  Pues estoy convencida que somos de todas partes, que el origen es hacia donde vamos y no de donde venimos, y que sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero, amado y asombroso, es como un país extranjero.
 Zyanya Mariana


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lunes, 2 de abril de 2012

Cáncer; LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA

ZyanyaM
mis primas, a mi tía la guerrera y, a mi tribu de lado materno, con respeto y amor
Cáncer en el mundo.  Según los estudios son factores extrinsecos
los que contribuyen al desarrollo del cáncer: substancias químicas (fumar), radiación, virus o bacterias

EL CÁNCER, UNA OPORTUNIDAD PARA LA TRIBU
A diferencia del SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) el cáncer lo he vivido como una oportunidad de purificación para mi y mi tribu.  Es muy posible que el hecho se derive de tres factores, juventud, familia y naturaleza de la enfermedad. 
Yo era muy joven, universitaria y tonta cuando me tocó experimentar la muerte de un amigo de SIDA.  Con los años se va la juventud, la cara de nada y muchísima de nuestra tontería malsana; quizás por eso el cáncer lo he recibido, agradecida, como lección de vida.  La segunda razón puede estar vinculada a la cercanía de la enfermedad.  El SIDA lo tenía un amigo, y ya sabemos que los amigos casi hermanos se construyen con el tiempo a partir de encuentros, desencuentros y reencuentros; él y yo no tuvimos tiempo, ni siquiera para desencontrarnos, la parca se lo llevó antes.  Muchos dirán y, tienen razón, que los amigos se eligen en cambio en la familia se nace; sin embargo con los años he entendido que lo que le afecta a la tribu, querida o vilipendiada, nos perturba como personas aparentemente individuales.  Más allá de esta observación practica subsiste la vieja idea, desde Pitágoras pasando por los Vedas y los Upanishads hasta llegar al budismo de moda, que sostiene que sólo existen tres libertades; una de ellas, en este juego de nacimientos supone elegir a nuestros padres.  La elección también tiene un fin práctico, recordar rápidamente lo ya aprendido.  Es como si aquel que fue músico eligiera, en la siguiente vida, nacer en una familia de compositores y músicos para reconocer, desde la niñez, lo que le había costado toda una vida aprender.  Así de importante percibo hoy a la tribu, allende las propuestas prácticas o freudianas, está la libertad y la idea de que tanto las taras como las cualidades de la tribu son lecciones por adquirir.
Empero, más allá de las disquisiciones alrededor del tiempo, la amistad y la reencarnación subsiste un tercer argumento que me parece el más importante de todos.  La naturaleza de la enfermedad.  El SIDA convierte al cuerpo en un organismo incapaz de dar respuesta a las infecciones, aún las más oportunistas.  Es como si el virus nos quitara la capacidad de pelear y se llevara nuestra voluntad de sanar, amar y perdonar (nos).  No debe extrañar el VIH es un retrovirus, es decir que para reproducirse se inserta en el mecanismo de reproducción de la célula infectada, cual parásito incapaz de vivir y reproducirse solo.  Cuando recuerdo a mi amigo sólo en el hospital, rechazado por su familia, rodeado de pocos, lo pienso agónico, como un cristo malquerido bajado de la cruz, consumiéndose por ríos negros, venidos de no sé donde, y apoderándose de su cuerpo como hoyos hambrientos.
La naturaleza del cáncer en cambio es multiplicativa, generalmente no se inserta en una célula (en algunos casos sí) se prolifera vitalmente en los tejidos más allá de los limites normales, creando incluso ambientes nutricios para su supervivencia.  Es como una necesidad de vivir y reproducirse sin reglas.     

A diferencia de las células no cancerosas,
las células con cáncer evitan la muerte celular,
llamada apoptosis.
Su mismo nombre explica su vigor: como Cangrejo, -cáncer, del griego Karkinos,  (cangrejo), pues se dice que adopta formas abigarradas como nebulosas cósmicas, que se adhieren obstinadamente, cual pinzas, a lo que agarran.  Sin embargo la analogía que más me perturba del cáncer es donde se le compara a un ser dentro de una sociedad.  Un cuerpo funciona porque sus órganos disciplinados responden sin intereses propios, a su vez los órganos trabajan convenientemente porque las células se multiplican para un fin común; el servicio y bienestar del cuerpo.  En el cáncer, sin embargo, las células desobedecen, se individualizan combatiendo el funcionamiento común, la idea más allá de ellas, de los órganos e incluso del cuerpo.  Siempre habrá células desobedientes que se combaten sistémicamente, pero cuando se aumentan más allá de los limites permitidos, el cuerpo muere.  Cuando hay guerra, de dos iguales en un mismo territorio, ambos, sin juzgar buenos y malos, deben ceder y cambiar para que el cuerpo, la cultura o el país sobreviva.  Esto sucede poco en nuestros días modernos y narcisistas, demasiado “yo”.  De hecho estoy convencida que la búsqueda implacable de nuestros intereses personales a costa de los demás, el individualismo sin limites, la búsqueda de placer sin compromiso o el acumular sin sentido es un reflejo del comportamiento de las células cancerigenas; no me cabe duda.
Mi experiencia es que el enfermo de cáncer funciona como frontera entre su cuerpo y la tribu.  El enfermo se convierte en una frontera, un espejo hacia adentro y hacia fuera.  Él individualmente debe sobrevivir a una metamorfosis donde se perdone y perdone los motivos de su aislamiento, de su malquerer; por su parte la tribu debe perdonarse haberlo aislado y, sobretodo, las razones y prejuicios por las cuales quisieron aislar al enfermo antes de su enfermedad.  El enfermo se convierte en una oportunidad para todos de reflexión; de transformación, de pasar de gusanos cotidianos a mariposas.  Me recuerda los rituales antiguos de purificación donde se sacrificaba un animal con las culpas del grupo pero también invoca el fundamento de los cristianos cuando afirman que Jesús se sacrificó por los hombres.  El cáncer es una enfermedad ritual sirve para purificar, como si del enfermo salieran ríos blancos que como rayos sanadores se expanden en la familia, en el grupo, en la tribu.  Si el enfermo y la tribu cambian el enfermo se cura. 
Esta nota es para mi tía, la guerrera, que se ha atrevido a cambiar y para el resto de la tribu que estamos cambiando aunque nos duela. 

También pienso que dada la diversidad de nuestro país es necesario refundarnos como un país plurilingüe. Que de las 53 lenguas indígenas que sobreviven hasta el día de hoy, se elijan 5 y junto al español se conviertan en nacionales; que se le exija a todo profesional hablar una de ellas, además del del castellano.  Es fundamental, por otra parte, que nuestra capital recupere con su nombre México Tenochtitlán, su vieja vocación de grandeza.
Zyanya Mariana