lunes, 24 de junio de 2013

17.- Antología poética; Carlos & Zyanya





Estoy solo y no hay nadie en el espejo
Borges




"Amor" en caracteres chinos
Compuesto de las palabras (ideogramas) corazón, aceptar y sentir
  

En la llama doble Octavio Paz escribe, refiriéndose al erotismo, la siguiente metáfora: "El sexo es la raíz, el erotismo es el tallo, y el amor la flor",  añade inmediatamente la pregunta ¿Y el fruto? Los frutos, respondo, son variados dependiendo la cultura.  Pueden ir desde la culpa hasta el placer, como se llamara según Apuleyo el hijo de Eros y Psiche.  Entre ellos cualquier variable religiosa, cultural o ideológica posible...  Lo importante es que entre comernos al otro o entregarnos, pecho abierto, al dolor y al gozo subsiste el misterio y la palabra. 




Ted Hugues / Edward James Hugues, (1930-1998)
Londres, Inglaterra
@CarlosAzar


Lovesong



He loved her and she loved him.
His kisses sucked out her whole past and future or tried to
He had no other appetite
She bit him she gnawed him she sucked
She wanted him complete inside her
Safe and sure forever and ever
Their little cries fluttered into the curtains
Her eyes wanted nothing to get away
Her looks nailed down his hands his wrists his elbows
He gripped her hard so that life
Should not drag her from that moment
He wanted all future to cease
He wanted to topple with his arms round her
Off that moment's brink and into nothing
Or everlasting or whatever there was
Her embrace was an immense press
To print him into her bones
His smiles were the garrets of a fairy palace
Where the real world would never come
Her smiles were spider bites
So he would lie still till she felt hungry
His words were occupying armies
Her laughs were an assassin's attempts
His looks were bullets daggers of revenge
His glances were ghosts in the corner with horrible secrets
His whispers were whips and jackboots
Her kisses were lawyers steadily writing
His caresses were the last hooks of a castaway
Her love-tricks were the grinding of locks
And their deep cries crawled over the floors
Like an animal dragging a great trap
His promises were the surgeon's gag
Her promises took the top off his skull
She would get a brooch made of it
His vows pulled out all her sinews
He showed her how to make a love-knot
Her vows put his eyes in formalin
At the back of her secret drawer
Their screams stuck in the wall
Their heads fell apart into sleep like the two halves
Of a lopped melon, but love is hard to stop
In their entwined sleep they exchanged arms and legs
In their dreams their brains took each other hostage
In the morning they wore each other's face

Ted Hughes 




Silvia Plath, Ted Hugues y sus padres, William y Edith, 1956



CANCIÓN DE AMOR

(traducción Xoán Abeleira)

Él y ella se amaban 
Los besos de él le succionaban todo su pasado y su futuro o eso intentaban al menos/
Ella era lo único que a él le apetecía
Ella lo mordía lo roía lo chupaba 
Quería tenerlo entero dentro de sí
Sano y salvo para siempre
Los pequeños gritos de ambos revoloteaban entre las cortinas
Ella lo escrutaba procurando que nada se le escapase
Clavándole con sus miradas las manos las muñecas los codos
Él la asía con fuerza para evitar que la vida
Pudiese arrastrarla desde aquel instante
Quería que el futuro cesase de golpe
Quería desmoronarse abrazado a ella
Precipitarse desde el borde de aquel instante en la nada
En la eternidad o en lo que hubiese
El abrazo de ella era una inmensa prensa
Con la que lo imprimía en sus huesos
Las sonrisas de él eran los desvanes de un palacio de fábula
A donde el mundo real jamás llegaría
Las de ella eran picaduras de araña
Y él aguardaba inmóvil acostado a que ella tuviese hambre
Las palabras de él eran ejércitos de ocupación
Las risas de ella intentos de asesinato
Las miradas de él eran balas dagas vengativas 
Las de ella fantasmas agazapados en la esquina con horribles secretos/
Los murmullos de él eran látigos y botas de montar
Los besos de ella abogados escribiendo constantemente
Las caricias de él eran los últimos anzuelos de un náufrago
Las artimañas amorosas de ella el chirrido de unos cerrojos
Y los profundos gemidos de ambos se arrastraban por el suelo
Como un animal acarreando un enorme cepo
Las promesas de él eran un separador quirúrgico 
Las de ella le quitaban la tapa de los sesos
Con la que anhelaba forjarse un broche
Él con sus votos le arrancó los tendones
Para enseñarle a hacer un nudo de amor
Ella con los suyos le arrancó los ojos para conservarlos en formol 
En el fondo de su cajón secreto
Los chillidos de ambos se clavaron en la pared
Mientras dormían sus cabezas se quebraron como las dos mitades
De un melón partido, pero el amor es algo imposible de parar
En sus sueños entretejidos intercambiaron brazos y piernas
Sus cerebros se tomaron mutuamente como rehén
Al amanecer cada uno lucía el rostro del otro

Ted Hughes 


T. Hugues, 1971













Derek Walcott, 1930, Premio Nobel, 1992
Castries, Santa Lucía
@ZyanyaMariana

Love After Love

The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other's welcome,
and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feast on your life.

Derek Walcott





El amor después del amor
(versión Zyanya Mariana)

Vendrá el tiempo
cuando, con júbilo
saludarás al que llega
a tu puerta, en tu espejo,
y ambos sonreirán la bienvenida del otro,
y dirán, siéntate aquí. Come.
Amarás de nuevo al extraño que fuiste.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu corazón
a ti mismo, al extraño que te ha amado
toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, quien te conoce de memoria.
Recoge las cartas de amor del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.

Derek Walcott






jueves, 13 de junio de 2013

16.- Antología poética; Carlos & Zyanya, Fernando Pessoa, 1888-1935


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Pessoa, en su 125 cumpleaños



Conocí a Pessoa cuando salí de la casa paterna para vivir en un cuartito que se inundaba cada vez que llovía. En esos muros, que cubrí con pintura verde mezclada con cal y sellada con baba de nopal, me llené con los versos del maestro y sus discípulos; que eran muchos y a la vez uno solo.  Cuentan que un 8 de marzo y 1914 su mano fue guiada por una fuerza que no era él pero surgía de su cuerpo: “lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di desde luego el nombre de Alberto Caeiro.  Discúlpeme lo absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro.” [...]  Mucho tiempo después entendería que todos somos muchos y que a la vez somos solo una persona y que siendo, transitando la vida, somos Pessoa, el poema, el yo y los otros.    
Un día como hoy, 13 de junio y 1888, en Lisboa nació el maestro.  Quizás por eso Carlitos y yo decidimos recordarlo en esta entrada como Alvaro de Campos y su Tabaquería; reverberando.   
  


Fernando Pessoa (1888-1935)
Lisboa, Portugal
@CarlosAzar
@ZyanyaMariana



TABAQUERÍA
(versión Zyanya Mariana)


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
das al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y canas en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la hilera de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos en la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien pensó, halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
He fracasado en todo.
Como no hice ningún propósito, quizás todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
lo tiré por la puerta trasera de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual una a la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos! 
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, a ninguno,
sólo quedará estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones! 
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien lo conquista
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He estrechado contra un pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant escribió.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derramé la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tenga que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña,
come chocolate!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolates con la misma verdad con que tú comes! 
Pero yo pienso, y al quitarles el papel de plata, que es hoja estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin rol, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
o meretriz celebre del tiempo de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vacio.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado e incluso creí
y hoy no hay mendigo que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: quizás nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
quizás hayas existido tan sólo, como una lagartija a la que cortan la cola
y es que sigue siendo cola, más acá de la lagartija, removidamente.

Hice de mi lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El traje que vestí estaba equivocado.
Me reconocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
y cuando quise quitarme la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando me la arranqué y me ví en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el traje que no me había quitado.
Tiré la máscara y me dormí en el vestidor
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el dueño de la tabaquería se asomó por la puerta y se quedó en la puerta.
Le miro con la incomodidad de la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
él morirá y yo moriré.
Él dejará el negocio y yo dejaré versos.
En cierto momento también morirá el negocio y también los versos.
Después en cierto momento morirá la calle donde estuvo el negocio,
y la lengua en la que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girando cuando todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a a un negocio/
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio de fondo tan cierto como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad pausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y gozo, en un momento sensible y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
quizás sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?)./
Ah, lo conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El dueño de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una instinto divino, Esteves volteó y me ha visto.
Me ha dicho adiós con un gesto, le grité ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se reconstruyó sin ideales ni esperanza, y el dueño de la tabaquería sonrió.

Alvaro de campos
Uno de los tantos Pessoa's






TABACARIA


Não sou nada.  
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a pôr humidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.
Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.
Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade que devo
À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.
Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos,
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei-de pensar?
Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso ser tanta coisa!
E há tantos que pensam ser a mesma coisa que não pode haver tantos!
Génio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho génios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?, nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicómios há doidos malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos certo?
Não, nem em mim…
Em quantas mansardas e não-mansardas do mundo
Não estão nesta hora génios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas —
Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas —,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o conquistar
E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.
Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que Cristo.
Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para isso;
Serei sempre só o que tinha qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem/
[porta,
E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço tapado.
Crer em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente
O seu sol, a sua chuva, o vento que me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistámos todo o mundo antes de nos levantar da cama;
Mas acordámos e ele é opaco,
Levantámo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e o Indefinido.
(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)
Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que atiro
A roupa suja que sou, sem rol, pra o decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.
(Tu, que consolas, que não existes e por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,
Ou cocotte célebre do tempo dos nossos pais,
Ou não sei quê moderno — não concebo bem o quê —,
Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritos invocam espíritos invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo os carros que passam,
Vejo os entes vivos vestidos que se cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)
Vivi, estudei, amei, e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,
E penso: talvez nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente.
Fiz de mim o que não soube,
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.
Essência musical dos meus versos inúteis,
Quem me dera encontrar-te como coisa que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.
Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.
Olho-o com desconforto da cabeça mal voltada
E com o desconforto da alma mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei versos.
A certa altura morrerá a tabuleta também, e os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,
E a língua em que foram escritos os versos.
Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de coisas como
[tabuletas,
Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a outra,
Sempre o impossível tão estúpido como o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou nem uma coisa nem outra.
Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?),
E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido, humano,
E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.
Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como a uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar mal disposto.
Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.
(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou à janela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o: é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.

Alvaro de campos