Dune
Denis Villeneuve
Basada en Dune de Frank Herbert
Estados
Unidos, 2021 y 2024
En el desierto sin agua, he lavado a mis hermanos con arena,
he cavado el azeka y los he acostado del lado derecho,
con la faz vuelta hacia la Meca.
: Cantos de los oasis del hoggar
(tradición oral de los tuareg)
Dune, segunda parte (2024) inicia con una
escena que bien podría ser una metáfora de lo que sucede hoy en Medio Oriente:
Glossu Rabban, llamado también la Bestia, golpea a uno de sus generales y le
recuerda que los habitantes del desértico planeta Arrakis, los Fremen, no son
seres humanos, sino ratas. La lógica colonial de deshumanizar a una población
para poderla exterminar mejor y adueñarse de su territorio y riqueza, está
presente en la historia de Dune. El destino de Rabban también profetiza
el destino de personajes como Netanyahu, utilizados para el trabajo sucio como
el genocidio, y luego desechados por el poder. Pero regresemos a la historia.
Después de la guerra
de exterminio contra los Artreides, Rabban ha sido designado por su tío, el
barón Vladimir Harkonnen, patriarca de la casa Harkonnen, como encargado de
gobernar Arrakis. No es cosa fácil, Rabban debe aumentar la producción de la Melange
(asegurar pétroleo y gas para Europa) y acabar con las revueltas de
los habitantes autóctonos del planeta (palestinos). Por eso, la segunda parte
de Dune se centra en el desierto y en la vida y costumbres de los Fremen (free men).
Una amalgama (vestuarios, constumbres, palabras) de las singularidades y características
de los hombres del desierto (palestinos, árabes, drusos, kurdos, tuaregs, bereberes,
persas...).
Arrakis, gobernado por
los Shai-Hulud, gusanos de arena, ha convertido a los Fremen en un pueblo único.
Su vida está marcada por las dunas, los gusanos y la falta de agua. Los
guerreros bailan arítmicamente sobre las dunas y cabalgan a los gusanos. Utilizan
los dientes monstruosos para la elaboración de cuchillos sagrados y la orina
como camino hacia lo sagrado. La orina, que otros llaman Melange, se usa como
especie en la comida y como agua de muerte y resurrección. El agua es sagrada,
no se desperdicia, ni el sudor ni las lágrimas. La de los vivos, se mantiene en
circulación gracias a unos trajes especiales; la de los muertos, se acumula
dentro de las oquedades de la montaña. ¡A ningún Fremen se le ocurriría el crimen de mezclar agua limpia con excremento en los inodoros!
En la película, el agua es una totalidad que se confunde con la Melange y compite con el absoluto del desierto. Ella, con su azul intenso, es veneno y transformación; ella, como líquido corpóreo, es sobrevivencia; ella, como caudal acumulado de los ancestros, es trascendencia. Ella, es muerte y rito encarnado por la dama Jessica. Más allá de la profecía que la sororidad de las Bene implantaron en el inconsciente colectivo de los Fremen; el agua, la Melange y la Dama Jessica representan un antiguo arquetipo religioso: La madre cosmos, la madre tierra, la madre agua, la madre mujer con un niño en brazos. La madre con el hijo muerto en brazos, como la escultura de la Piedad de Miguel Ángel en el Vaticano, como la foto del fotoperiodista palestino Mohammed Salem (la cual tiene los mismos colores azul y ocre, que usa Villeneuve). Este arquetipo primitivo, en términos mesiánicos, se convierte en la madre y su hijo el Mesías, el esperado, el mensajero de una nueva era. Así, en la secuencia de las dos películas, Paul pasa de muchacho ingenuo a el muadbib del desierto. En efecto, el arco del personaje de Paul Artreides, que va de la ingenuidad en la primera parte, al maquiavelismo y control de una población para su venganza en la segunda parte, es multi interpretativo.
Al respecto,
Villeneuve ha dicho, en diferentes entrevistas, que ha seguido el reproche y
análisis que Herbert hace de las figuras mesiánicas a partir de la
transformación de Paul en Muad'Dib. En realidad, nos gusta olvidar que todo héroe,
si vive largo se convierte en tirano. El ejercicio del poder, y cierta idea
exaltada que tienen los héroes de sí mismos, incluso los de Marvel, les
corrompen el espíritu y la mente. Solemos olvidar que si Aquiles, Héctor, Alejandro
y el Che Guevara, no llegaron a ser tiranos fue porque murieron jóvenes.
No es la primera vez,
que una película, con mesías blancos, convierte al desierto en un personaje con
igual o mayor protagonismo que los actores principales. Antes del desierto de
Arrakis de Villeneuve; antes del desierto de Tatooine de George Lucas, existió
el desierto árabe de David Lean. Este director británico hizo de las
dunas una encarnación de lo absoluto. Las presentó como un tapete de arena
coronado por unas inmensas formaciones rocosas que desprendían calor y
mostraban la limpieza del desierto bajo el sol radiante. Quizás por ello,
Villeneuve utiliza las mismas dunas, las mismas piedras y la misma psicología cromática que
la película de Lean. Los azules militares que plantean el contexto de Thomas
Edward Laurence —Arab Bureau (inteligencia británica) estacionada en el
Cairo— y el origen de los Artreides —un Caladan de azules acuosos— se oponen a
la paleta de rojos que colorean el desierto, y al blanco y negro que determina
a los Harkonnen.
En 1962, esa película
de más de cuatro horas, sin estrellas, sin mujeres, sin ninguna historia de
amor, sin muchas escenas de acción, cara y rodada en el desierto ganó siete Oscares;
seis Globos de oro y cuatro Baftas. Todas las academias incluyeron el premio a
la mejor película y dirección. La película se llamó Laurence de Arabia y narra la participación de Thomas Edward Lawrence, oficial y escritor
británico, en la Gran revuelta árabe (1916-1918) contra el Imperio Otomano. En
la película se ve como los territorios prometidos al chérif Hussein por los británicos, han sido previamente
negociados. El chérif y otros jefes árabes soñaban con un Estado que iría de Alepo, en Siria, hasta Aden, en Yemen, casi la extensión
del creciente fértil en Medio oriente, pero este sueño panislamista nunca se
materializó. Los acuerdos Sykes-Picot, firmados el 16 de mayo de 1916,
contemplaban dividir la región en cinco zonas de influencia y control
administrativo: dos para Francia, dos para Inglaterra y una quinta zona,
Palestina, de administración internacional. Así, la
lucha árabe, que se desarrolla en el desierto —un personaje más de la película—es
traicionada por los británicos. La traición incluye a un arabizado Laurence
que peleó junto a las tribus árabes implementando tácticas de guerrilla, que
hoy calificaríamos de terroristas. En su momento, la película fue considerada un
alegato contra el imperialismo inglés, Dune, segunda parte (2024),
también puede ser leída como una crítica al imperialismo de Estados Unidos y su
política de guerra en Medio Oriente. Justamente, en esa misma región y desierto que atravesó Laurence de Arabia.
En entregas pasadas
explicaba que el temor del Imperio a los Artreides (Rusia) y sus posibles alianzas es viejo, pero
más viejo es el temor de Occidente al Mundo islámico (Fremen). El Islam, como
otredad, puebla los relatos medievales que entrelazan amor y Cruzadas. En las
novelas de caballería, mahometanos armados aparecen a veces como aliados y a
veces como enemigos. El Occidente naciente, en cambio, los empuja a la
inferioridad. Otelo, el Moro de Shakespeare, a pesar de sus talentos en el
combate, es descrito por Yago, como un salvaje de piel obscura que no merece la
mano de Desdémona, la hija del Dux veneciano. Por su parte, los ilustrados,
siguiendo a Voltaire, llamarán a los creyentes de Alá, islamista. En el siglo
XX, el término se confundirá con ideología política, cultura de salvajes, despotismo
y últimamente como actos terroristas. Con la caída del muro de Berlín y la URSS,
el nuevo enemigo será el Islam, según Huntington el teórico estadounidense, una
civilización enfrentada a Occidente ("Clash of civilizations" (Foreign
Affairs, 1992). Este orientalismo, deshilado y denunciado por Edward Said
en su libro Orientalismo (1978), Kissinger lo utilizaba para señalar dos
tipos de conocimiento, para él los únicos posibles: el que busca adentro y el que busca afuera.
En su libro Orden
mundial (World Order Penguin Books, 2014), Kissinger afirmaba que a diferencia de Occidente, que desarrolló un compromiso hacia la
idea de que el mundo era externo al observador y que el conocimiento se obtenía
por medio de la recolección y la clasificación de la información de afuera; el mundo
islámico concibió la idea contraria. Entendía, según Kissinger, que el mundo se comprende por
medio de la experiencia religiosa (interna) del creyente.
Este argumento tiene varias falacias. Para empezar, el Islam es una religión heterogénea, como la cristiandad (ortodoxos, católicos, diversas ramas protestantes). Tiene pueblos de diversos orígenes (turcos, persas, árabes, indios, beréberes...), tiene diferentes ramas (chiítas, sunitas, wahabitas...) y varios misticismos (sufismos múltiples, fuentes zoroástricas y las interpretaciones del Corán). Y a diferencia de lo que se cree comúnmente, su difusión no fue vía la guerra (la Yihad) sino vía el comercio. Hoy por hoy, es la religión con más conversiones adultas. Por otra parte, el Islam puede ser muy práctico, Mahoma lo era.
En su clasificación, Kissinger simplifica hasta esconder lo complejo. Olvida que el chiismo se ha alimentado del zoroastrismo, la primera religión mesiánica del planeta, prima del hinduismo. Que en Asia, en general, pienso particularmente en China y Japón, la naturaleza es la única verdadera fuente de conocimiento, no los especialistas ni el método científico. Que la existencia es un constante equilibrio entre el mundo interior y el contexto. Los Fremen de Herbert y de Villeneuve, se parecen a los múltiples pueblos del Islam. Como ellos son diversos y pragmáticos. Han logrado sobrevivir a las leyes del desierto, pero también son un pueblo de creyentes que ven en Paul (afuera) las esperanzas de un mundo venidero mejor (adentro).
Sin embargo, para Kissinger, y para Occidente en general, ver a los Fremen como un pueblo de fanáticos siguiendo el liderazgo de paul-Muad'Dib, un Harkonnen-Artreides, el enemigo, es casi una necesidad. Por ello, la película de Villeneuve puede leerse como una convocatoria a la guerra santa, tan deseada por Israel. En ese sentido, la lectura aparentemente crítica sería a las figuras mesiánicas y a los pueblos que se dejan manipular por ellas. Sin embargo, también puede leerse como un engarce de arquetipos visuales que anuncian, como lo hizo Laurence de Arabia en su momento, el fin del imperial monocrático de los Estados Unidos y el declive de Occidente.
Al final de la película, el Padishah Emperador, Shaddam IV de la Casa Corrino, antes de inclinarse ante Paul, le confiesa que instigó la muerte de su padre y amigo, Leto Atreides, porque este era débil, gobernaba con el corazón. Se sabe que el Duque de los Atreides prefería, en el juego de la política, la diplomacia, incluso con los Fremen, al enfrentamiento directo. Esto le había permitido acumular suficiente influencia dentro del Landsraad. Increíblemente, el hacer político de Leto Artreides o de Putin o de Xi Jinping es mucha más cercano a la figura de Kissinger que a cualquier halcón de Washington y a la agenda actual de guerra en Medio Oriente.
ZM
Tercera y última parte
CINE, ALGUNAS PALABRAS
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