Sólo quiero morir en mi tierra,
Que me entierren en ella,
Fundirme y desvanecerme en su fertilidad
Para resucitar siendo hierba en mi tierra,
Resucitar siendo flor
Que deshoje un niño crecido
: Fadwa Tuqan
(Fragmento de Sólo quiero estar en su seno
Perteneciente al poemario: La noche y los jinetes, 1969)
(trad: MARÍA LUISA PRIETO
"Una tribu convertida en columnas de sal por mirar atrás..." Cordillera de la sal, desierto de Atacama, Chile |
Cuenta el libro del Genésis que Edith, la mujer de Lot, se convirtió en estatua de
sal. Sodoma y Gomorra en llamas, los ángeles le dijeron a Lot: "¡Huye por tu vida! No miren detrás de sí ni se detengan en ningún
lugar de la llanura; huye a las colinas, no sea que sean arrastrados". Mientras huían, la esposa de Lot se volvió para mirar hacia atrás y se convirtió en una columna de sal. Muchas son las historias que este gesto ha provocado; a veces lo atribuyen a un amante, a una mirada de melancolía, a un gesto de libertad. Antes, en este espacio, presentamos cuatro variaciones del mismo tema, cuatro poetas de diferentes latitudes (Wislawa Szymborska, Anna Ajmátova, Amalia Bautista y un fragmento de un relato propio inédito, la mujer que amaba los insectos). Ahora presentamos la versión que del mito hace la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) y el nicaragüense Carlos Martínez Rivas (1942-1998).
I
Juana de Ibarbourou
Cual la mujer de Lot
Un perfume de amor me acompañaba.
Volvía hacia la aldea de la cita,
bajo la paz suprema e infinita
que el ocaso en el campo destilaba.
En mis labios ardientes aleteaba
la caricia final, pura y bendita,
y era como una alegre Sulamita
que a su lar, entre trigos regresaba.
Y al llegar a un recodo del camino
tras el cual queda oculto ya el molino,
el puente y la represa bullidora,
volví atrás la cabeza un breve instante,
y bajo el tilo en flor, ¡vi a mi amante
que besaba en la sien a una pastora!
II
Carlos Martínez Rivas*
Beso para la mujer Lot
"y su mujer, habiendo vuelto la
vista atrás, trocóse en columna de sal".
Génesis, XIX, 26.
Dime tu algo más.
¿Quién fue ese amante que burló al bueno de Lot
y quedó sepultado bajo el arco
caído y la ceniza? ¿Qué
dardo te traspasó certero, cuando oíste
a los dos ángeles
recitando la preciosa nueva del perdón
para Lot y los suyos?
¿Enmudeciste pálida, suprimida; o fuiste
de aposento en aposento, fingiéndole
un rostro al regocijo de los justos y la prisa
de las sirvientas, sudorosas y limitadas?
Fue después que se hizo más dificil fingir.
Cuando marchabas detrás de todos,
remolona, tardía. Escuchando
a lo lejos el silbido y el trueno, mientras
el aire del castigo
ya rozaba tu suelta cabellera entrecana.
Y te volviste.
Extraño era, en la noche, esa parte
abierta del cielo chisporroteando.
Casi alegre de espanto. Cohetes sobre Sodoma.
Oro y carmesi cayendo
sobre la quilla de la ciudad a pique.
Hacia allá partían como flechas tus miradas,
buscando.. Y tal vez lo viste. Porque el ojo
de la mujer reconoce a su rey
aun cuando las naciones tiemblen y los cielos
llueve fuego.
Toda la noche, ante tu cabeza cerrada
de estatua, llovió azufre y fuego sobre Sodoma
y Gomorra. Al alba, con el sol, la humareda
subla de la tierra como el vaho de un horno.
Así colmaste la copa de la iniquidad.
Sobrepasando el castigo.
Usurpándolo a fuerza de desborde.
Era preciso hundirse, con el ídolo
estúpido y dorado, con los dátiles
el decacordio
y el ramito con hojas de cilantro.
¡Para que todo duerma, reducido a perpetuo
montón de ceniza. Sin que surja
de allí ningún Fénix aventajado.
Si todo pasó así, Señora, y yo
he acertado contigo, eso no lo sabremos.
Pero una estatua de sal no es una Musa inoportuna.
Una esbelta reunión de minúsculas
entidades de sal corrosiva,
en cristaloides. Acetato. Aristas
de expresión genuina. Y no la riente
colina aderezada por los ángeles.
La sospechosamente siempre verdeante Söar
con el blanco y senil Lot, y las dos chicas
núbiles, delicadas y puercas.
Carlos Martínez Rivas
*El poema me lo sugirió el poeta Nicaragüense Franz Torres Hernández, mi gratitud