lunes, 2 de enero de 2023

Solsticio 2022

Bienaventurados los que saben
que detrás de todos los lenguajes,
se halla lo inexpresable

: Rainer María Rilke


Reflejos del edificio Chihuahua, Plaza de las tres Culturas, Tlatelolco
Foto: María Pía Quiroga


 

"Corazón de melón, el tiempo es la única relación verdaderamente importante que tenemos toda la vida", le escribía a mi hija este final de año. "El tiempo no existe, es sólo un reflejo que nos atraviesa; está, pero no lo podemos tocar. Corre, sucede y se va cuando nos estancamos en nuestros laureles o cuando creemos merecer todo sin agradecer. En cambio, se aletarga y espera paciente, cuando miramos la vida con gozo y nos sorprendemos como niñas. Sé que ha sido un año largo y lento para ti, pero me congratulo de habernos vaciado de las que éramos y estar llenas de huecos para lo que se venga".

            Mandaba mis palabras en un mensaje virtual, quería que le llegara a mi hija en la tarde del 31 de diciembre a tierras sureñas. También me lo decía a mí misma, este año que dejé de ser mamá (de crianza y en el sentido tradicional que heredamos del siglo XIX) y mi hija se convirtió en una universitaria. Un ser humano aparte que va desplegando sus alas. Con su partida, dejé también mis 22 años universitarios. Seguiré dando clases, pero ya no seré académica, la posibilidad de una plaza se había convertido en una cárcel.  

 

 

Durante la pandemia, y este año, gran parte de mis ensoñaciones han sido en Tlatelolco

Foto: María Pía Quiroga

 

Vaciada de mis identidades pasadas y convertida en algo con alas y vulnerable, la vida me regaló ser editora. Con ese yo me fui al Perú y luego a Taxco, mi yo poético me llevó a Ciudad Juárez. Si el desierto peruano me colmó de viejos encuentros: Germancito, mi tribu adolescente; Gustavo y su fe en mí y en mi trabajo... el desierto fronterizo le regaló a mi corazón nuevos personajes entrañables: Luis Armenta y su sorprendente trabajo como editor de poesía; Mario Heredia y su libertad pródiga y Dora, artífice del encuentro y mucho más. Mi yo-casa se llenó de gente de todas las edades desde finales de octubre: Ana con sus 70 años que viajan, se indignan y sonríen; Alejandra con su pareja, sus gentilezas y sus quipus y Pía con su niña de siete años. A esas cuatro mujeres les agradezco las aventuras compartidas y los espejos incómodos, pero siempre amorosos, que llegaron con sus presencias. 

    Este año llena de oquedades no me queda más que lanzarme al vacío y recibir lo que se venga con los brazos abiertos. Gracias a todos los encuentros, maestros de la existencia. A todos ellos, y a los que no he nombrado pero están ahí y caminaron conmigo calzadas, marchas y reímos y comimos durante el año que termina... gracias. Les deseo muchos yoes que les permitan crear lenguajes y que los lleven por mundos inciertos. Que alguno de sus yoes encuentre espejos que se enreden en las noches en sus piernas y en sus sueños. Y por supuesto, muchos yoes que aletarguen el tiempo y los llenen de sorpresas.

 

Zyanya Mariana
Enero 1 y 2022, 
fin de la pandemia

 

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