martes, 19 de septiembre de 2023

Rituales del caos: PÍCAROS Y PACHUCOS; TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1 COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
: Jorge Luis Borges  
 
 

PÍCAROS Y PACHUCOS,
TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1 COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS
 
 (primera parte del texto)
 
 I EL PÍCARO Y LA DIOSA FORTUNA  

 
108 es un número sagrado. Se refiere a los 108 nombres de la diosa, 108 son los años que hoy se conmemoran del nacimiento de Tin Tan. Germán Valdés nació un 19 de septiembre de 1915, atrás de la Alameda, en una vecindad de la ciudad de México,. Nació en un México aún revolucionario, 70 años antes del temblor del 85; 102 antes del sismo del 2017.
    Hoy, que evocamos
los sismos del #85 y del #2017, es un día de tristeza pero también de solidaridad. Hoy recordamos las manos que se juntaron para levantar piedras, escombros y salvar vidas. Los sismos nos cambiaron de muchas maneras. El 2017 cuestionó las mieles del neoliberalismo y el 85 cimbró el alemanismo, una modernidad esperanzadora que también construyó Tin Tan con sus películas. 
    Hoy, este blog también cumple años. Generalmente festejo con poesía, pero este año de tiempos inéditos, lo festejaré diferente. Ya que son tiempos de inventar nuevos mundos y contar nuevas historias; tiempos de recordar quienes estuvieron antes e inventaron nuevas escenas y nuevos idiomas que llegaron para quedarse. Festejo entonces el cumpleaños de este blog con un pequeñísimo homenaje a la labor de Tin Tan en el teatro y en el cine; en el lenguaje y en la construcción del México moderno... tan TinTanesco... 
Gracias TIN TAN por el legado.
ZM
 



PÍCAROS Y PACHUCOS;

TIN TAN,
UN HOMBRE DEL SIGLO XX1,
COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS

(PRIMERA PARTE)


El pícaro y la diosa Fortuna*

 
El pensamiento es libre,
sagrado, secreto, soberano.
To be or not to be? that is the question
 
: Tin Tan
[El Mariachi desconocido], 1953
 


Los riesgos eran altos, se amenazaba el negocio. Sólo la Warner, que necesitaba un éxito para sanear sus finanzas, se arriesgó a cuestionar la estética del cine mudo, del universal silencio. En 1927 apareció la película El cantante de jazz (Alan Crosland), protagonizada por Al Jolson, un actor y cantante de vodevil de origen lituano-ruso. Tomada de un musical de Broadway, la anécdota cuenta la historia de Jackie, el hijo de un rabino ortodoxo que canta jazz en un cabaret, entre coristas y vedettes, con el rostro maquillado de negro (blackface), como imponía la época a la interpretación mediática de la música afroamericana de tradición oral. Su éxito abriría el camino del cine sonoro e impondría un argumento repetido hasta la náusea en el cine hollywoodense: personaje joven desobediente, psicológicamente un individuo, transita por los bajos fondos hasta alcanzar el sueño añorado, o la victoria. Al final, la familia lo perdona como símbolo de redención íntima.

A partir de ese momento, la formula del dinero en la pantalla hollywoodense será la siguiente: a una anécdota que parezca realista y épica se le añade luz, convertida en imagen y sonido, que irrumpe como música, de preferencia canto. Esa irrupción del sonido en el cine fue paralela a la aparición de Germán Cipriano Teodoro Gómez-Valdés Castillo, conocido como La Chiva, Topillo Tapas, o Tin Tan en el Teatro Esperanza Iris. En noviembre de 1943, el público descubrió que un pachuco venido del norte lo hacía reír tanto como Cantiflas. Fueron meses de éxito en el 'Teatro Alameda', el 'Follies Bergere' y 'El Patio', que culminaron con un sketch de poco más de cinco minutos en la película Hotel de verano (René Cardona, 1944).



    Me llamo Tin Tan, o Germán Valdés, carnal. Ando rolando en     busca de un chantre (trabajo). ¿Ves? ¿Aquí puede uno trapar la
     oreja (dormir), ése? [...] ¡Ése! ¡Ése, carnal! ¿No trae una trola? [...]   Una antorcha (encendedor) [...] ¡Pos una mecha, carnal! [...] Sabe
   que yo vengo de Los (Los Ángeles), ¿ve? [...] ¡Chale! si es el estilacho, ¿ve? [...] Es near Los Ángeles. Yo vengo de Santa
    Mónica [...] ¡Chale, vato!, usted no conejo (conoce) allá [...].



Vestido al estilo de los Ángeles y masticando la tatacha, caló de los pachucos, Tin Tan baila swing y canta Guatatitaratiratao acompañado por la guitarra de Marcelo, su carnal, quien traduce los anglicismos para el público. Fue un feliz azar muy mal pagado. En aquella época puente que fue la presidencia de Manuel Ávila Camacho —entre los revolucionarios del período cardenista y la modernidad alemanista— René Cardona, el antagonista de la película Allá en el Rancho Grande (Fernando de Fuentes, 1936), chamaqueó a los carnales norteños y les pagó una bicoca: “Me agarraron como un pichoncito por trescientos cincuenta pesos para hacer un número”, explicó Germán en una entrevista.

Nadie imaginaría que veinte años después de El cantante de Jazz, Tin Tan, de sombrero y pluma, resignificaría el éxito de Al Jolson en Soy charro de levita (Martínez Solares, 1949), interpretando a un pachuco que baila con una china poblana y sueña con escribir su nombre con foquitos de colores en Broadway. Germán Valdés se convertiría en el actor mejor pagado del cine nacional de los muy particulares años cincuenta.

El México de Miguel Alemán Valdés y sus cachorros pregonaba la modernidad, el progreso y el nacionalismo; no es extraño que volteara a ver el pasado revolucionario y el mundo rural de Flor silvestre (1943) o Enamorada (1946), ambas películas de Emilio, el Indio Fernández, como algo remoto y mítico. En ese contexto, el público urbano y la naciente clase media alemanista exigen personajes que los representen en la pantalla. No importa si el retrato se articula en tono de melodrama y la multitud llora; como lo hizo con la exitosísima trilogía de Ismael Rodríguez: Nosotros, los pobres (1948), Ustedes, los ricos (1948) y Pepe, el Toro (1953), junto a su figura icónica, Pedro Infante. Tampoco importa si en la representación quiebra Una familia de tantas (1948), al confrontar al joven David Silva, vendedor de electrodomésticos, a la tradición, encarnada por Fernando Soler, en uno de los tantos dramas sociales que gustaban al director Alejandro Galindo; o si se refleja en un cine de autor de registros múltiples como el de Luis Buñuel: El gran calavera (1949), Los olvidados (1950) o Ensayo de un crimen (1955).





Llorar e identificarnos con el dolor de los personajes nos hace sentir únicos, sin embargo, Aristóteles, que amaba la representación y sabía de su importancia social, sugirió en la Poética que el llanto gobierna las emociones, mientras que la risa encauza la inteligencia: lo que hace reír incomoda al poder. De ahí la importancia popular del personaje de Cantinflas quien, a través del sin sentido y la deconstrucción del lenguaje expone, más que critica, los oficios sitiados por el corporativismo, el presidencialismo y el charrismo de la época. Más allá de la “mexicanización de Hollywood” que aplicó la industria nacional —uso de la música, chantaje sentimental, convenciones estilísticas y estéticas, doble moral de la censura, técnicas publicitarias y propagandísticas, uso del suspenso, desdén por el argumento e improvisación de directores y actores—, me parece que la risa y el gozo de Tin Tan, el dúo más potente entre las herejías posibles, abrevaron de su experiencia teatral.

Antes de entrar a escena, el pachuco Topillo Tapas supo de las supersticiones que anidan en las compañías y del trabajo grupal que exige el teatro. Frente al público descubrió los secretos del sketch y de la risa, forjando un humor con amor donde gestos, cantos y acrobacias abundaban. En la actuación aprendió los ritmos del lenguaje; ese que improvisa en el hablar como un jazzeo y acuña neologismos. Se podría afirmar que los elementos teatrales (lo grupal, las supersticiones y el contacto con el público), más el talento personal del actor Germán Valdés, acompañados de los dispositivos propios de la comedia: 1) la resignificación paródica de escenas o textos populares, incluso infantiles; 2) la caracterización del pícaro, antihéroe seductor y mandilón; y 3) la presencia de la diosa Fortuna en un ambiente festivo y carnavalesco, conquistaron al público. De muchas maneras, la suma de su talento, su experiencia teatral y los dispositivos de la comedia se convirtieron en la fórmula del éxito de la comedia tintanesca de los años cincuenta y de las más de cien películas que filmó a lo largo de su vida.

De hecho, los tres dispositivos de la comedia aparecen cristalizados en dos películas que se estrenaron en 1948: Músico, poeta y loco, y Calabacitas tiernas, ¡Ay!, ¡qué bonitas piernas! Aunque ambos títulos prometen divertimento paródico al aludir a refranes populares, o piropos de la cultura callejera del cortejo (¡impensables hoy!), pertenecen a dos épocas diferentes del actor, en tanto personaje, y marcadas por sus directores. La primera, Músico, poeta y loco, filmada a mediados de 1947 en los estudios clasa, fue la última película de las cinco que Tin Tan actuó bajo la dirección de Humberto Gómez Landero. Para escándalo de la Iglesia que prohibió a los fieles ver las películas de Tin Tan, en esa historia, el Pachuco se rodea de jóvenes beldades de un instituto para señoritas, las libera con el baile y ellas, bailando vals, tango, jarabe tapatío, conga, boogie-woogie, y enseñando las piernas, se liberan de la rigidez que imponen las buenas conciencias. Cantará Bonita, de Luis Arcaraz; le dirán que no es guapo, pero entre acrobacias y maromas Tin Tan se quedará con la más bonita y la que mejor baila, la rumbera Meche Barba.






En Calabacitas tiernas, ¡Ay!, ¡qué bonitas piernas!, la primera película que filmó con el director Gilberto Martínez Solares, Tin Tan también baila, llora, ríe, salta bardas y dinamita la rigidez idiomática, pero en el filme el actor se despoja del personaje de pachuco y se convierte en un pícaro disfrazado de empresario. La película no sólo inaugura la feliz tríada entre Germán Valdés, Martínez Solares y el actor y guionista Juan García, el Peralvillo; marca también la evolución de Tin Tan, que de pachuco pasa a un pícaro de barrio capaz de ejercer múltiples y contradictorios oficios que derivarán en la famosa y quizás la mejor de sus películas El Rey del Barrio (Martínez Solares, 1949). No importa si se viste de pachuco o con tacuche fino; de maleante, vagabundo o ferrocarrilero; de mesero, luchador, esgrimista o torero, Tin Tan siempre encarnará al personaje seductor, lleno de bonhomía, que termina besando a su más bella, aunque el final implique lavar trastos y cuidar hijos: una rosita Quintana y un Tin Tan disfrazados de bebés en Calabacitas tiernas.

Este dispositivo, paralelo a la vida del actor, no es fijo. En algunos casos, el personaje juega con la posibilidad del mujeriego, del don Juan, como sucede en la película Simbad el mareado (Martínez Solares, 1950) pero, generalmente, el enamoradizo se decanta como hombre de una sola mujer, fuerte y bella, que lo ha elegido incluso a través del tiempo, como en la surrealista El Bello Durmiente (Martínez Solares, 1950). En esta película loca e inverosímil (y adelantada en temas de reencarnación), un brebaje cavernícola hunde al protagonista en un largo sueño, pero su amada en el renacimiento actual lo reconoce como el elegido de una vida anterior. Huelga decir que este rasgo del seductor mandilón se opone al macho alburero de la comedia erótica mexicana de los años ochenta, estelarizada por Alfonso Zayas, a quien el director Gilberto Martínez Solares gustaba de comparar actoralmente con Germán Valdés.




Suele pensarse en el pícaro como antípoda del ideal caballeresco, es decir, un personaje marginal, delincuente, huérfano y sin honor que en la novela picaresca del Siglo de Oro español busca evidenciar las pretensiones de los hidalgos empobrecidos (El hijo desobediente, Gómez Landero, 1945); de los desheredados (El Ceniciento, Martínez Solares, 1952); de los falsos religiosos (Chucho el remendado, Martínez Solares, 1951) y de los conversos marginados (El Rey del Barrio). Valdría la pena señalar, empero, que la figura del pícaro es anterior al barroco español y que sus huellas pueden rastrearse hasta el Hermes de la mitología griega. El dios olímpico, que usaba un sombrero alado como el del pachuco con su pluma, es pequeño frente al poder de Zeus, como los desheredados del alemanismo. Sin embargo, Hermes suele ser un astuto engatusador, ágil y presto a la acción, como Tin Tan en la película El revoltoso (Martínez Solares, 1951) que expone las dificultades que atraviesa el protagonista y su resolución para conseguir el dinero y pagar la fianza de su amada encarcelada.



Pícaros barrocos y Hermes, dios griego



Los paralelismos con el mensajero divino van más allá, Hermes nunca está solo; el pícaro tampoco, lo acompaña siempre el azar, o la diosa Fortuna. En Calabacitas tiernas la intervención de la diosa Fortuna se presenta en la trama financiando un cabaret con dinero inexistente, y convirtiendo al desempleado en un gentleman que divide su amor, y el espectáculo, entre la brasileña Rosina Pagã, la cubana Amalia Aguilar, la mexicana Nelly Montiel y la argentina Rosita Quintana. Transformados en elemento mágico, los caprichos de la diosa Fortuna también aparecen en La marca del Zorillo (Martínez Solares, 1950), en donde la icónica Lupe Inclán interpreta a una bruja que, en agradecimiento por haberle salvado la vida, le ofrece al protagonista una pomada mágica. El ungüento transforma su miedo en valentía y coraje para afrontar a los malvados, hasta que el conde cobarde se acostumbra a ser un valiente pacifista: “Yo odio la guerra fría, la guerra caliente y la guerra tibia”. Lo mismo sucede en El Ceniciento. Un Andrés Soler mujeriego, parrandero y jugador, se convierte en el “hado madrino” de su ahijado, un joven chamula. (Adviértase la masculinización de la expresión: hada madrina en una película de los años cincuenta, ¡una revolución!) En Mátenme, porque me muero (Ismael Rodríguez, 1951) una boa domesticada libera el mecanismo que enreda la situación hasta lo carnavalesco.


La aparición recurrente de un elemento fantástico en la ficción fílmica, herramienta técnica de muchas comedias, puede verse como un homenaje a la Fortuna que tanto influyó en la vida de Tin Tan, pero también como tributo al teatro y a las supersticiones del ambiente teatral. Como si nunca hubiera salido de la carpa, que tanta sospecha causaba entre los directores de cine que la consideraban vulgar, a Tin Tan le gustaba dirigirse al público, incluso estando frente a la cámara. De ahí que su actuación rompiera continuamente con la cuarta pared, sobre todo en sus primeras películas dirigidas por Humberto Gómez Landero. No sólo le gustaba la improvisación que el escenario le exige a los actores, o el ritmo y la gestualidad que la acción comunica al espectador, a Tin Tan también le gustaba la idea de una compañía de actores que trabajara como familia, quizás porque venía de una familia numerosa; eran diez hermanos de los cuales cuatro eran comediantes. De hecho, en Calabacitas tiernas su hermano Ramón Valdés se uniría al grupo para quedarse en casi toda su filmografía.

En El Rey del Barrio, considerada una de sus mejores comedias, se sumaron a la tropa tres fundamentales: José René Ruiz Martínez, Tun Tun, por pasito Tun Tun; Vitola, en referencia a la medida de longitud de los habanos cubanos, y el michoacano Joaquín García Vargas, Borolas. En esa primera colaboración, Borolas y Tun Tun aparecen como gánsteres malos entre malísimos, aunque generalmente personificaban a pillos que cometían fechorías menores y alimentaban los equívocos. Por su lado, Fannie Kauffman, la mexicana que nos regaló el mundo nos obsequia una escena memorable encarnando a una cantante de ópera que baila mambo y se enamora del aparente ladrón, “un hombre bueno disfrazado de malo”. De ahí la frase proverbial de la película:  "Caray, como cuesta trabajo ser delincuente."
    Por último, aunque faltarían otros, nombraré al argentino de origen letón-ucraniano Wolf Ruvinskis. Este luchador llegó al cine en la película No me defiendas compadre (Martínez Solares, 1951), dejó su oficio para convertirse en actor e interpretar a incontables antagonistas en las películas de Tin Tan. Faltaría en la lista su hermano de vida, el imprescindible, el carnal Marcelo. En la película, Las locuras de Tin Tan (Martínez Solares, 1952) un breve diálogo profetiza la hermandad de ambos actores:


        Tin Tan: Pero ¿cómo me voy a animar, gordo?

        Marcelo: Pues nada más no te metas en los terrenos del toro.

        Tin Tan: Es que todo el terreno es del toro [...]

        Marcelo: [...] O sales o te mata el público.

        Tin Tan: Eso es lo que yo veo, o me da muerte el público o me             da chicharrón el toro. Pero ahí voy, échame tu bendición.

    Y el carnal Marcelo le echó su bendición y Germán salió al ruedo  para convertirse en Tin Tan.


Zyanya Mariana
Mixcoac, Mayo 2023
 
 
PÍCAROS Y PACHUCOS; TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1, COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS

I EL PÍCARO Y LA DIOSA FORTUNA  (primera parte) 



* Texto originalmente escrito para un Museo privado, de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que por cuestiones burocráticas y sobre todo de paga, preferí regalarlo al público y ponerlo en mi blog.

martes, 12 de septiembre de 2023

El bastón de mando: Nueva liturgia política mexicana LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA


El bastón de mando: Nueva liturgia política mexicana
LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA



 
El pan te aseguraba el éxito: el hombre se inclina ante quien se lo da 
(de esto no cabe duda); pero si otro se adueña de su conciencia, 
el hombre desdeñará incluso tu pan para seguir al que ha cautivado su razón. 
En esto acertaste, pues el secreto de la existencia humana 
no consiste sólo en poseer la vida, sino también en tener un motivo para vivir. 
El hombre que no tenga una idea clara de la finalidad de la vida, preferirá renunciar a ella

: Dostoyevski
(Los hermanos Karamazov)
 

Entrega del bastón de mando en Templo mayor;
un jueves 7 de septiembre y 2023


 



El bastón de mando:
Nueva liturgia política mexicana




Decía Confucio que los ritos traían paz y permitían la organización social. En efecto, el rito es capaz de convocar la concordia momentánea entre rivales o enemigos. En la antigua Grecia, por ejemplo, los ritos de muerte impusieron treguas a la guerra. Así sucedió, según la Iliada, con los juegos fúnebres en honor a Patroclo, antecedente de los Olímpicos, y con los ritos funerarios del gran Héctor, hijo de Príamo. Los ritos convocan lo colectivo, quizás por eso se utilizan en la crianza como herramienta para maternar. Tienen su lado obscuro, como todo, y son criticables por el condicionamiento social que implican sobre los niños, lo cierto es que la repetición sirve para convocar el alimento y el sueño de las crías sin necesidad de gritos y golpes.

La fuerza de los ritos, empero, no sólo proviene de la repetición que se transforma en costumbre y se materializa en instituciones, sino de los símbolos que invoca. Los símbolos aparecieron con el hombre, cuando miró las estrellas, los ciclos agrícolas y a su vecino o amante. El sabio los convirtió en imágenes, en metáforas, en geometrías sagradas y en devociones, pero no son estáticos, ni absolutos. Los símbolos no pertenecen a nadie aunque cada período histórico y cultura los usa para traducir su época. El siglo XX, intentó privatizarlos e integrarlos a la historia única de Occidente al volver unívocas las imágenes y las formas con el cine y la televisión. El proceso de interpretación de los símbolos, sin embargo, es complejo, pues cada cultura y grupo humano se los apropia y al apropiárselos les añade significados y carga simbólica.

Por ejemplo, en Mesopotamia la gran diosa madre Inanna era una guerrera. Con la llegada de los héroes, ese símbolo cósmico e integral se fragmentó en muchas y variadas diosas especializadas (Hécate, Hera, Afrodita, Atenea...); según la mitología griega las diosas simbolizan oficios especializados (la bruja, la esposa, el amor, el conocimiento). Lo mismo sucedió con el arquetipo del padre. En su origen, el padre era una fuerza acuática, un río (Tigris y Éufrates) que sostenía la vida. Esa idea de sostén y fertilidad está muy lejos de la posterior imagen patriarcal de un padre como techo de autoridad; arcano del padre que aparece en el Tarot y heredamos en la modernidad. Lo mismo sucede con las geometrías sagradas, hoy son usadas por compañías, empresas o partidos políticos que se las apropian, en tanto logos o marcas registradas, como antiguamente lo hacían las religiones, los blasones de la nobleza y los atuendos y atributos simbólicos del poder.

Podemos afirmar que el triángulo no pertenece a los masones, ni el círculo a los neoplatónicos; que la esvástica, aunque haya sido explotada por los Nazis y el partido Nacional socialista de Hitler, no significa genocidio y que la cruz, signo de la Gran cristiandad, ha sido una geometría utilizada por muchas culturas, anteriores y posteriores al cristianismo: Egipto, India, China y Mesoamérica.
Escribo todo esto para contextualizar el bastón de mando que AMLO, entregó a Claudia Sheinbaum. No es coto de los pueblos originarios, aunque lo porten con dignidad y lo hayan cargado de resistencia y ética. En realidad es un atributo de las instituciones medievales que trajo la conquista. Huelga decir que tampoco es Europeo, forma parte de los aditamentos de reyes y profetas de la antigüedad: Moisés lo utilizaba para despejar el camino y la diosa Inanna lo entregó para entrar al inframundo; antes fue pintado en la Cueva de Lascaux con una empuñadura de pájaro y acompañando a un posible chamán en trance. Más allá de esta milenaria carga simbólica y la polémica presente que se ha desatado entre tirios y troyanos (denuncias ante el INE y críticas por apropiación cultural), habría que analizar el bastón de mando como una nueva liturgia política dentro de Morena.

Aunque abreva de la historia partidista mexicana del siglo XX, Morena es un movimiento reciente que López Obrador quisiera duradero. Lo suficientemente largo para trascender a las élites actuales (económicas, mediáticas e incluso políticas que generacionalmente hablando están viejas) y estructurar la vida económica y política desde otros ángulos más soberanos y autoreferenciales. Por ello, para invocar la continuidad y unidad cotidiana dentro de Morena entregó entre semana, un jueves después de una encuesta interna y saliendo de una cena, el bastón de mando a Claudia Sheinbaum. Evidentemente, el bastón retoma los valores indígenas de unidad y compromiso ético con el grupo, pero México es más que una comunidad y más que su presente. Por eso, la foto frente al Templo mayor convoca algo más complejo e ideal, algo que une un pasado antes del PRI y posterior a él, algo que se parece al rito medieval de caballería.

En este sentido, Morena sería más que un partido heterogéneo, una orden compuesta por gente diversa, pero sustentada y reunida por un ideal. En este imaginario, Claudia encarnaría una aspirante a caballera. Ella representa un cambio generacional, es mujer, estudió en la UNAM y nunca ha militado en el PRI; a diferencia de Marcelo Ebrard que se forjó en él. Por ello, a López Obrador le urgía entregar el bastón de mando antes de volar a Sudamérica, antes de conmemorar los 50 años del golpe de Estado en Chile (11 de septiembre 1973), antes de hablar de los ideales democráticos y socialistas de Allende que dijo admirar frente a Gabriel Boric; antes de cuestionar la política intervencionista de Nixon y la guerra contra las drogas que él inauguró, en una conferencia cuasi prosaica junto al presidente de Colombia Gustavo Petro.
En esta nueva liturgia, el bastón para Claudia Sheinbaum simbolizaría un cambio generacional que cuestiona la geopolítica de los últimos 50 años en América Latina. Para las bases de Morena, los puros, y para algunos de fuera como yo, Marcelo Ebrard no podía encarnar todos estos símbolos, habrá que ver si Claudia es capaz de materializarlos. Ojalá que sí, así lo deseo, como espero ver la banda presidencial en ella y cerrar un ciclo de 200 años que inauguró el primer presidente del México moderno: Guadalupe Victoria un 10 de octubre de 1824.

 

 

Guadalupe Victoria (1786-1843)
Primer presidente del México moderno, del México independiente