jueves, 11 de abril de 2024

Cine: Dune (2021-2024) de Denis Villeneuve (2/3)

 

Jodorowsky’s Dune Concept Art
Includes Brilliant Work By H.R. Giger And Chris Fo


Dune

Denis Villeneuve

Basada en Dune de Frank Herbert

Estados Unidos, 2021 y 2024



Nunca, cuando es la vida la que se va,

se ha hablado tanto de civilización y de cultura
 
:Antonin Artaud

 

A finales de los años setenta, Carl Sagan, astrónomo y divulgador científico, fue invitado a un programa de televisión para hablar de la película de Star WarsEn el programa de The Tonight Show, Sagan comentó que le parecía un hecho extraño que seres humanos, iguales a los del planeta tierra, poblaran la galaxia fílmica. Añadió que en en términos de evolución eso era imposible. Con sorna, se dijo sorprendido al comprobar que sólo los humanos de raza blanca dominaban el Imperio y dirigían a los rebeldes.

            Lo mismo podría decirse de la película de Villeneuve. A pesar de la belleza y las imágenes polifónicas, incluso contradictorias que engarzan la película, Dune sigue perteneciendo al imaginario de Hollywood: facismos en blanco y negro; políticos deshumanizados y antropófagos; ordenes religiosas de brujas poderosas; pueblos de los confines salvajes y riquezas custodiadas por monstruos. Es decir, las mitologías de Occidente, desde Heródoto hasta Hollywood, pasando por el imaginario monoteísta (judíos, cristianos y musulmanes). 

    Quizás las imágenes psicodélicas y esotéricas propuestas en el cine de Alejandro Jodorowsky (El topo, 1970; La montaña sagrada, 1973), hubieran variado ligeramente el mundo de Dune. Nunca lo sabremos, la película protagonizada por Salvador Dalí, Orson Welles, Mick Jagger y Gloria Swanson, con música de Pink Floyd y Magma, nunca se filmó, pero algo de esa idea estrambótica se materializó en otros proyectos. Pienso en El incal (1980 a 1988) una pequeña obra maestra de la novela gráfica con guión de Jodorowsky e ilustraciones de Moebius, pero sobre todo pienso en  el storyboard de la película.
    Me desvió un poco para contar
la historia de lo que vox populi dice ser "la mejor versión de Dune que jamás se filmó". En 1975, después del éxito de la Montaña sagrada, Jodorowski —mi místico de pacotilla preferido— quiso hacer la película de Dune. Para el equipo creativo unió al dibujante Moebius; al artista plástico, H.R. Giger y Dan O´Bannon como guionista y supervisor de efectos especiales. Este dream team se completó con Chris Foss, ilustrador de portadas de libros de ciencia ficción, al que Jodorowski solicitó el diseño de naves en forma de animales-máquina y naves-útero que funcionaran como portales, o mecanismos del alma, para el renacimiento de los personajes en otras dimensiones. Se dice que esos 3000 dibujos y fotos del storyboard preconfiguraron decenas de trabajos míticos del cine fantástico y de ciencia ficción. Desde La guerra de las galaxias (1977) hasta Alien (1979), pasando por Indiana Jones: en busca del arca perdida (1980), Flash Gordon (1980); He man and the master of the universe (1987); Contac (1997) y Prometheus (2012) entre otras. Lo cierto es que ese story board, que se llegó a pensar mítico e inexistente, producto de la fantasía de Jodorowski, fue vendido en 2.660.000 euros, en una subasta de Christie´s en 2021. Casi 110 veces su cifra de salida costó la epopeya melancólica.

            Digo melancólica, porque Dune no es la épica griega de un guerrero que muere joven, como Aquiles o Héctor. No es la historia cristiana de El Señor de los anillos, donde una alianza entre Elfos puros, enanos valientes y Hobbits candorosos derrocan a Mordor, el mal absoluto. Tampoco es el relato protestante de un superhombre al estilo Marvel que salva a la humanidad de los enemigos de Occidente. No, Dune no es una epopeya gloriosa entre buenos y malos, sino la lucha de la luz y de la sombra, al estilo Zoroástrico, que anida dentro de todo ser vivo.

            Es también una metáfora de la política actual, en clave de arquetipos: Paul es el héroe joven, blanco y barbado, que convoca la guerra y anida en su corazón la tiranía; Paul y su madre son el arquetipo de la virgen con el niño en brazos que deviene dogma y destrucción del no creyente. Mientras que los fremen, son los salvajes que viven en los confines del mundo junto a monstruos y riquezas. Esos arquetipos que pueblan lo que he llamado la estructura herodotiana[1], siguen vigentes en el imaginario occidental y en la política exterior de postguerra diseñada por Kissinger. Por eso la película también puede leerse en claves políticas.

            En ese sentido, la historia es simple y narra la fragilidad de un imperio y su moneda fiduciaria conocida como la especie o Melange, una droga que se utiliza en las transacciones comerciales de la galaxia. A diferencia de los petrodólares, nuestra moneda fiduciaria desde los años 70, la especie también sirve para los intercambios humanos y espirituales, pues trastoca la consciencia. La fuerza militar del Imperio, los Sardaukar, provienen de un planeta de presos y recuerda los soldados surgidos de las minorías, los negros, los migrantes y de los presos en las cárceles de Estados Unidos. La Cofradía espacial, monopolio en el transporte interestelar, inmortaliza a las Compañías europeas de las Indias orientales que dominaron el comercio hasta el siglo XX. La CHOAM está calcada en los organismos internacionales de posguerra, como el Banco mundial, que sirven como poleas de chantaje económico utilizando los préstamos, los intercambios comerciales y la divisa fiduciaria. Finalmente, el Landsraad es un cuerpo político supranacional que representa todas las casas del universo conocido. Un organismo paralelo a la ONU, pero más poderoso. Valdría la pena recordar que la ONU tiene menos credibilidad, obediencia y miembros que la FIFA. 

            Pero regresemos a la película. Dune primera parte  (2021), explica cómo el Padishah Emperador (EU) sostenido por lo militar , lo económico, y los organismos internacionales teme perder el control de la especie. Sospecha del poder creciente de la casa Artreides (Rusia) y sus posibles alianzas con otras casas del Landsraad e incluso con los Fremen (el Islam). Por eso decide provocar una guerra entre los Harkonnen y los Artreides; dos poderosas casas rivales (viejo Occidente). Para poder acabar con los Artreides, el Emperador los saca de su inexpugnable y fértil planeta Caladan, ofreciéndole a su amigo el Duque Leto Atreides, el feudo de Arrakis, único lugar donde se produce la especie, también llamada Melange. Todos saben — los Harkonnen, el emperador Shaddam IV Corrino e incluso los Artreides — que aceptar la concesión y el feudo de Arrakis es una trampa, pero la casa Artreides no se opone al fatum político. Lo acepta suponiendo que puede cambiar con sus alianzas el destino.      Una vez instalados en el planeta desértico, los Harkonnen y los Sardaukar, vestidos de Harkonnen, atacan a los Artreides hasta exterminarlos. Sin embargo, Paul, hijo del Duque, y su madre, la dama Jessica —educada en la Orden Bene Gesserit y esposa del Duque— escapan al desierto donde son cobijados por los Fremen.

             A diferencia de Dune, donde los Harkonnen asesinan al duque de Leto, los continuos fracasos políticos y militares en Ucrania no han conseguido aislar a Rusia ni destruir la popularidad de Putin entre los rusos. Antes de que se me acuse de pro rusa por equiparar a los Artreides con los rusos, me gustaría hablar de los signos de Occidente y del artículo que Robert Kagan escribiera en febrero del 2017 para la revista de geopolítica Foreign Policy: "El advenimiento de la Tercera Guerra Mundial" ("Backing Into World War III"). En el artículo, el analista y asesor político norteamericano advierte del posible advenimiento de la Tercera Guerra Mundial, ante el expansionismo territorial, el creciente militarismo y la política hegemónica de Rusia (en Europa del Este) y de China (sobre las islas Spratleys, Paracels y Senkaku). Los compara con la Alemania nazi —el mal absoluto en el imaginario occidental y en Hollywood— y el Japón expansionista de la primera mitad del siglo XX. Les llama "poderes revisionistas" y los acusa de estar insatisfechos con el orden internacional establecido después de la caída del muro de Berlín. Concluye, diciendo que estas potencias emergentes aprovechan la debilidad y la laxitud de las democracias occidentales para adoptar una actitud nacionalista, militarista y cada vez más belicosa. ​

            Kagan no es cualquier asesor político. Fue confundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC, Project for the New American Century 1997-2006) un think tank neoconservador que buscaba consolidar la Pax Americana; una política de intervención en el mundo. Según sus críticos, pretendía la hegemonía militar y económica de los Estados Unidos sobre la Tierra, el espacio y el ciberespacio. Lo cierto es que su esposa, Victoria Nuland, diplomática de carrera, lobista del complejo militar-industrial y arquitecta de la guerra de Ucrania, es famosa por su diplomacia de injerencia: "dondequiera que vaya Nuland, sigue la guerra", se dice en las redes. Nuland instigó el bombardeo de la OTAN en Yugoslavia en 1999, sin aprobación del consejo de seguridad de la ONU; junto a John McCain, participó en la guerra de Afganistán (2001), en la invasión a Irak (2003) y en 2011, en la guerra de Libia, Siria y Yemen. En 2014, conspiraban juntos para derrocar a Víctor Yanukovich, el presidente de Ucrania que se oponía al ingreso en la OTAN.

            Huelga decir, que en el "imaginario americano" el esclavismo negro forma parte de sus raíces, es sistémico; que el héroe por excelencia es el cowboy solitario en territorio agreste; que los rusos son sus rivales imperiales desde los acuerdos de Breton Woods hasta el día de hoy; y que el Islam es un peligro civilizatorio. Por ello, hacer patria es conquistar territorios al estilo del oeste (forrajido o cowboy); odiar a los negros; rivalizar con los rusos y temer los 1900 millones de musulmanes, quienes desde diferentes culturas, orígenes y pueblos creen en someterse a un dios llamado Alá y a su profeta Mahoma. Esta historia de imaginarios bélicos occidentales está limitada a los monoteísmos. Deja fuera las mitologías de Asia y sus dos madres culturales India y China; a la inmensa África y al esplendor cultural del viejo continente americano, desde donde yo, una pagana, escribe. Carl Sagan diría que es chovinista y deja fuera la diversidad cósmica, yo añadiría que la película de Villeneuve, a pesar de su belleza, sólo se mira el ombligo. Olvidamos que más allá del imaginario monoteísta, existen otras religiones y miradas del tiempo. Que el mundo es ancho y diverso.

ZM 

Segunda parte

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