Roma
Alfonso Cuarón
México 2018
A María Elena,
porque sin su presencia y las labores que realiza en mi casa, yo no podría escribir esta nota, ni ninguna otra.
La última película de
Cuarón, Roma, recientemente premiada con el León de oro en el Festival
de Venecia, no es una historia tradicional con cabeza, cuerpo y cola, sino una
serie de bellísimas viñetas en blanco y negro que recuerdan La dolce vita
de Fedérico Fellini (1960), umbral del cine neorealista italiano. Si Fellini,
siguiendo los pasos de Marcelo (Mastroianni), un mujeriego con sueños de
escritor, reconstruye por episodios, un día en la vida de Roma, la capital
italiana; Cuarón recrea su propia Roma, un año en la vida de una familia
de clase media urbana mexicana, a partir de viñetas alrededor de Cleo; una
Yalitzia Aparicio que interpreta a una empleada doméstica venida de la mixteca.
No es un año cualquiera el que sucede en Roma, sino aquel que va de la
primavera de 1970 al verano de 1971.
En esta tercera película mexicana,
filmada 27 años después de su debut como director con la película Sólo con
tu pareja y 18 años después de su éxito Y tu mamá también, al
premiado cineasta (Oscar por Gravity 2013), no le interesa profundizar ni en el temblor de abril de 1970
ni en la matanza del jueves de Corpus; cuando un grupo de paramilitares,
conocido como los Halcones y creados por Echeverría pocos años antes (1966 o
1968), reprimió y mató a universitarios en una manifestación estudiantil.
Tampoco le interesa ahondar en los
diálogos, ni en los personajes, ni siquiera en las tres protagonistas femeninas
Cleo, Adela (Nancy García García) y la señora Sofía (Marina de Tavira), pues la
película es una serie de gestos poéticos, de recuerdos infantiles, de
memoriosas imágenes de un México que aparentemente se fue y, sin embargo, no ha
cambiado nada. De ahí, que no concluya como una historia clásica sino como un continuum
donde los aviones y la modernidad siguen pasando sobre los patios, llenos
de cacá de perro, que mujeres anónimas siguen limpiando.
A
pesar de una aparente falta de profundidad en los diálogos, de presencia de arquetipos
en vez de personajes, y de un ritmo lento, la película es un poema en movimiento,
lleno de símbolos, de metáforas, de verdades acalladas. Carece de palabras pero
revela tanto la educación fílmica del autor —el neorrealismo italiano que no usaba actores profesionales sino gente común, no sólo aparece en la escena del embotellamiento antes de llegar al halconazo como en 8 y medio 1963, sino en ese mar último, vasto silencioso y baustimal que recuerda el final de La strada 1954, ambas de Fellini—, así como fragmentos de películas estrenadas en el México de su infancia (2001:Odisea del espacio de Kubrick, 1968) y programas televisivos (Siempre en domingo presentando a Zovek jalando un carro, el mismo personaje disfrazado que entrena a los halcones); mezclado todo con estructuras sociales ignominiosas.
Pienso en la secuencia donde el padre estaciona con esmero, música de concierto de fondo,
un Ford galaxie en la cochera mientras la familia lo observa con
respeto; y aquellas donde la joven Cleo “ayuda” al patrón con sus maletas o
carga el equipaje de la familia entera de vacaciones en la playa. Si la primera
escena revela el culto al coche que se tiene en la sociedad mexicana, particularmente
los hombres, porque representa el poder del patriarca sobre la familia —tener
un coche te convierte en señor—; la segunda habla de la opresión que las clases
pudientes ejercen sobre los empleados. Sin embargo, ninguna secuencia tan
reveladora como aquella donde una abuela “patrona buena gente”, lleva a la
empleada doméstica embarazada a comprar una cuna y posteriormente al hospital público,
donde se descubre que ignora los datos más elementales de esa mujer que cuida
de sus nietos.
Insisto,
no estamos frente a personajes sino arquetipos: la abuela, vieja matrona, de
cuerpo torpe; la señora de la casa que sufre; “las muchachas” que aman y sirven
de manera incondicional; el marido que se va con una mujer joven; el chofer que
solícito abre la puerta del coche; los sirvientes que festejan, entre mezcales
y bailes populares, el año nuevo en el submundo al que se llega bajando unas
escaleras rulfianas, mientras la clase alta baila con fatuidad los ritmos de moda; los extranjeros liberados y modernos; el terrateniente
y su gusto por las armas y la caza; el porro lleno de carencias y voluntad de
salir adelante al costo que sea; el músico pobre, greñudo, marihuano y buena
gente.
Empero,
estos arquetipos son suficientes para entender la triste realidad política y
social del México que plasma la película: un PRI mexiquense que inició un linaje
de corrupción con el maestro Hank González (un abandonado y pobre Estado de
México al que llega Cleo buscando al novio), y se perpetuó hasta la presidencia
de Peña Nieto, o una “guerra sucia” que inicia con los desamparados
convertidos en paramilitares (jóvenes disciplinados vía las artes marciales) y
continúa hoy con jóvenes convertidos en policías o militares
involucrados en la desaparición y muerte de otros jóvenes. Peor aún, las bellísimas
escenas poéticas, con gran maestría y técnica por parte de Cuarón, son
suficientes para avergonzarse de las estructuras sociales y económicas, entre
ricos blancos y pobres morenos, que permean todo el país y se sintetizan en el
gesto amoroso y silencioso de Cleo arriesgando su vida para salvar la vida de
sus patrones chiquitos.
Una
pequeña joya de la cinematografía, que nos recuerda que el cine mexicano no sólo
es capaz de retratar el mundo del narco o la comedia amorosa, sino que puede expresar cosas trascendentales
e incluso generar semillas de cambio y consciencia. Una pena que las grandes
cadenas mexicanas de cine, cinépolis y la muda cinemex, le hayan dado la
espalda al oficio y la cara a los intereses corporativos.
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Muy buena visión, Zyanya. Reflejas la parte poética de la película Roma. La historia del papel de una trabajadora con una familia pequeñoburguesa mexicana en los 70's. Felicidades!!!
ResponderEliminarLeonor, muchas gracias por leerme y darme tu opinión.
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