Publicado originalmente en Slavoj ZizekColumn RT
el 20/03/2020
traducción al español Marco Silvano ctxt
el 20/03/2020
traducción al español Marco Silvano ctxt
Slavoj Zizek*
El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo 'Kill Bill' que podría reinventar el comunismo
La actual propagación de la epidemia de coronavirus ha desencadenado a
su vez vastas epidemias de virus ideológicos que yacían latentes en
nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspiratorias paranoicas,
explosiones de racismo, etc.
La necesidad de cuarentenas, bien fundamentada médicamente,
ha encontrado un eco en la presión ideológica para establecer fronteras
definidas y poner en cuarentena a enemigos que supongan una amenaza para
nuestra identidad.
Pero quizá otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá
y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad
alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que
se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación
global.
Se suele oír hoy la especulación de que el coronavirus puede dar
lugar a la caída del gobierno comunista chino, de la misma manera que
(como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernóbil fue el
evento que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero hay una
paradoja en esto, el coronavirus también nos obliga a reinventar el
comunismo basándonos en la confianza en la gente y la ciencia.
En la escena final de Kill Bill: Volumen 2, de Quentin
Tarantino, Beatrix derrota al malvado Bill y le asesta la “técnica de
los cinco puntos para explotar un corazón”, el golpe más mortífero de
todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de
cinco golpes con la punta de los dedos en cinco lugares distintos del
cuerpo del enemigo. Cuando el herido retrocede y da cinco pasos, su
corazón explota dentro de su cuerpo y este cae irremisiblemente muerto
al suelo.
Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales, y
evidentemente imposible de realizar en el combate real cuerpo a cuerpo.
Pero, en la película, después de que Beatrix lo ejecute, Bill hace las
paces calmadamente con ella, da cinco pasos y muere…
Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo que pasa
entre el momento del golpe y el momento de la muerte. Puedo mantener una
conversación con normalidad mientras me quede tranquilamente sentado,
pero en todo momento soy consciente de que en el instante en que empiece
a caminar, mi corazón explotará y yo moriré.
¿No es parecida la idea de aquellos que especulan sobre cómo el
coronavirus puede suponer la caída del gobierno comunista chino? Como si
fuera alguna clase de “técnica (social) de los cinco puntos para
explotar un corazón” dirigida al régimen comunista del país; las
autoridades pueden sentarse, observar y tramitar formalidades como las
cuarentenas, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar
en la gente) resultará en su ruina.
Mi modesta opinión es mucho más radical. La epidemia de coronavirus
es una especie de “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón”
dirigida al sistema capitalista global. Una señal de que no podemos
continuar por el camino que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un
cambio radical es necesario.
Triste realidad: necesitamos una catástrofe
Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial
utópico de las películas sobre catástrofes cósmicas (un meteorito que
amenaza la vida en la Tierra o un virus acabando con la humanidad).
Semejantes amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad
global, pues nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y
todos trabajamos juntos para encontrar una solución. Y aquí estamos, en
la vida real. La cuestión no está en disfrutar sádicamente la expansión
del sufrimiento en tanto sirve a nuestra causa, por el contrario, la
cuestión es reflexionar sobre el triste hecho de que necesitemos una
catástrofe para ser capaces de repensar las características básicas de
la sociedad en la que vivimos.
El primer modelo, vago aun, de semejante coordinación global es la
Organización Mundial de la Salud; de la cual no estamos recibiendo las
típicas sandeces burocráticas, sino advertencias precisas anunciadas sin
pánico. Organizaciones como esta deberían tener más poder ejecutivo.
Los escépticos han ridiculizado a Bernie Sanders por su defensa de la
cobertura universal de la sanidad pública en EE.UU., pero ¿no nos
enseña el coronavirus la lección de que necesitamos incluso más que
esto?, ¿de que deberíamos empezar a crear alguna clase de red de sanidad
pública GLOBAL?
Un día después de que Iraj Harirchi, viceministro de salud en Irán,
diera una rueda de prensa restándole importancia al coronavirus y
asegurando que las cuarentenas masivas no eran necesarias, hizo una
breve declaración en la que informaba de que él mismo tenía el
coronavirus y que iba a aislarse una temporada (ya desde su anterior
aparición en televisión había dado muestras de fiebre y debilidad).
Harirchi añadió: “Este virus es democrático, y no distingue entre pobres y ricos, entre hombres de Estado y ciudadanos corrientes”.
En esto tenía razón, estamos todos en el mismo barco. Es difícil no
darse cuenta de la tremenda ironía de que aquello que nos empuja a
unirnos y a abogar por la solidaridad global se manifiesta en el día a
día a través de estrictos mandatos de evitar la cercanía y el contacto o
incluso del autoaislamiento.
Y no solo estamos lidiando con amenazas virales, podemos ver en el
horizonte toda otra clase de catástrofes que se avecinan, o que
directamente ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas
masivas, etc. En todos estos casos, la respuesta adecuada no es el
pánico, sino la acción urgente de establecer alguna clase de
coordinación global y eficiente.
¿Solo estaremos seguros en la realidad virtual?
El primer espejismo que hay que despejar es aquél formulado por el
presidente de los EE.UU., Donald Trump, durante su reciente visita a la
India, donde dijo que la epidemia decrecerá rápidamente y que no tenemos
más que esperar al pico de contagios y luego la vida volverá a la
normalidad.
Contra semejantes esperanzas de una fácil solución, lo primero que
debemos aceptar es que la amenaza está aquí para quedarse. Incluso si
esta ola retrocede, reaparecerá bajo nuevas formas, quizá aún más
peligrosas.
Por esta razón, podemos esperar que las epidemias de virus afectarán a
nuestras interacciones más elementales con la gente y los objetos que
nos rodean, incluyendo nuestros propios cuerpos: evitar tocar cosas que
pueden estar (invisiblemente) contaminadas, no apoyarse en pasamanos, no
sentarse en baños o bancos públicos, evitar abrazar o dar la mano a la
gente. Quizá incluso nos volvamos más cuidadosos de nuestros gestos
espontáneos: no tocarse la nariz o frotarse los ojos.
Así que no se trata solamente de que nos controle el Estado u otras
instituciones similares, debemos también aprender a controlarnos y a
disciplinarnos nosotros mismos. Quizá solo llegue a considerarse segura
la realidad virtual, y moverse libremente al aire libre esté únicamente
permitido en las islas poseídas por los ultrarricos.
Pero incluso aquí, en el nivel de internet y la realidad virtual,
debemos ser conscientes de que, en las últimas décadas, los términos
‘virus’ y ‘viral’ han sido principalmente usados para hacer referencia a
amenazas digitales que infectan la red y de las cuales no somos
conscientes hasta que se desencadena su poder destructivo (el poder de
destruir nuestros datos y nuestros discos duros). Lo que ahora vemos es
un regreso masivo al significado original y literal del término virus.
Las infecciones virales actúan codo con codo en ambas dimensiones, real y
virtual.
El regreso del animismo capitalista
Otro extraño fenómeno que puede observarse en esta situación es el
regreso triunfante del animismo capitalista, esto es, el tratar
fenómenos sociales, como mercados o capital financiero, como si de
organismos vivientes se tratase. Si se leen los grandes medios de
comunicación, la impresión que se tiene es la de que lo que debería
preocuparnos son los “mercados poniéndose nerviosos” y no los miles de
personas que han muerto y los miles que aún quedan por morir. El
coronavirus está quebrantando cada vez más el funcionamiento fluido del
mercado mundial, y, según dicen, el crecimiento económico caerá
alrededor de un dos o un tres por ciento.
¿Acaso no es todo esto una clara señal de que necesitamos una
reorganización de la economía global para que deje de estar a merced de
los mecanismos del mercado? Por supuesto, no estamos hablando aquí de
comunismo de viejo cuño, sino simplemente de alguna clase de
organización global que pueda regular y controlar la economía, así como
limitar la soberanía de los Estados nación cuando sea necesario. En
otros momentos los países han sido capaces de hacerlo frente a la
amenaza de la guerra, y ahora todos nosotros nos estamos encaminando
hacia un estado de guerra médica.
Además, no deberíamos tener miedo en reconocer en la epidemia algunos
efectos secundarios potencialmente beneficiosos. Uno de los símbolos de
la epidemia son las imágenes de pasajeros atrapados (en cuarentena) en
enormes cruceros, lo cual me tienta a decir que se trata del fin de la
obscenidad de semejantes barcos. Simplemente debemos tener cuidado de
que desplazarse a islas lejanas o a otros lugares de vacaciones no se
convierta de nuevo en el privilegio de unos pocos ricos, como pasaba
hace décadas con viajar en avión. El coronavirus ha afectado seriamente
también a la producción de coches, lo cual no es tan malo, en la medida
en que puede inducirnos a reflexionar sobre alternativas a nuestra
obsesión por los vehículos individuales. Y la lista sigue y sigue.
En un discurso reciente, el primer ministro húngaro Viktor Orban ha dicho: “No existe tal cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma”.
¿Y si la realidad fuera al revés? ¿Y si llamásemos “liberales” a
aquellos que se preocupan por nuestras libertades, y “comunistas” a
aquellos que saben que solo podremos salvar tales libertades a través de
cambios radicales en un capitalismo global que se aproxima a su propio
colapso? Entonces deberíamos decir que aquellos que se reconocen a sí
mismos como comunistas son liberales con un diploma, liberales que han
estudiado seriamente por qué nuestros valores liberales están bajo
amenaza y que se han dado cuenta de que solamente un cambio radical
puede salvarlos.
marzo 20 y 2020
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