miércoles, 18 de abril de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS, IXTAXOCHILTLAN

ZyanyaM
Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.      
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo
Juchitán de Zaragoza, principios del siglo XX


Para Don Aquiles y su hijo Russel, por los regalos invisibles


CRÓNICAS MESTIZAS; Ixtaxochiltlan


Entre Coatzacoalcos y Salina Cruz se puede trazar una línea imaginaria, es el cinturón que ciñe la cintura de la República mexicana y le da la forma de una cornucopia.  Al norte de esta línea, México-Tenochtitlan, al sur las riquezas del Soconusco y el cacao; entre ambos el señorío zapoteca.  Cuentan las crónicas que la muerte de ciertos mercaderes mexicas en Tecuantepec (Tehuantepec) desató la guerra contra los zapotecas.  En realidad Ahuitzotl, que no podía vencerlos, envió una embajada a Cocijoeza, señor de los Binni záa asentado en Zaachila, ofreciéndole a su hija, cual esposa, como sello de una alianza para vencer al Xoconochco (Soconusco).  A pesar del parentesco, las batallas y las constantes rebeliones en contra de los tenochcas, el valle y el Istmo terminaron como tierras tributarias del Anáhuac; quizás con algunos privilegios, pues a la llegada de los españoles, el nieto del Tlatoani Ahuitzotl, Cocijopij, todavía reinaba el señorío de Tehuantepec. 
Ya sabemos, desde que Yahvé se lo dijo a Adán, que al nombrar una cosa la identificamos, la hacemos propia, la aprehendemos; posiblemente esta sea la razón por la cual los llamamos a la usanza mexica -pues fue a través de ellos que los primeros españoles identificaron y conquistaron al mundo indígena-, y así en vez de llamarlos “hombres nubes” los conocemos como “los hombres del árbol del zapote”; esa fruta negra, oriunda de México, que mi abuela me preparaba con jugo de naranja como premio por comer bien.                                                         
Zapote negro

También es cierto que el náhuatl fue lengua franca durante la Colonia, incluso más allá de las fronteras conquistadas por los mexicas; de ahí que Ixtaxochiltlan, (por cierto fundada por Cocijopij en 1480), más el pésimo oído español, más la Independencia, la Revolución, el tren y la carretera Panamericana, se haya convertido en Juchitán de Zaragoza, sin árboles de zapote.  Esta metamorfosis histórica que convierte Huaxyacac, lugar de los Guajes, en Oaxaca de Juárez sin árboles de Guaje e Ixtaxochiltlan, lugar de flores blancas, en Juchitán de Zaragoza no revela la belleza del Istmo, siempre deslumbrante.  En efecto detrás de una ciudad moderna, como Juchitán, fea arquitectónicamente (las prácticas casas de techo colado han sustituido el trazo colonial y la teja roja), pujante (el ruido de las moto taxis importadas de India le dan un toque Calcuta o Bombay), propositiva (se ubica el corredor eólico de La Venta, uno de los principales proyectos energéticos no sólo de Oaxaca sino de México), se encuentra una identidad indígena fuerte y autoregenerativa culturalmente.
A que me refiero, el hombre y la mujer zapoteca de hoy, siglo XXI, no se parece en nada a los hombres nubes que peleaban contra sus vecinos Mixtecos y sus enemigos Tenochcas; son otros muy otros.  De la Colonia conservan la religión, las iglesias y el Cristo Negro de Esquipulas pero preservan “el secreto del nahual” y la sabiduría antigua que respeta las hierberas, las parteras y los médicos tradicionales; de la Reforma recuerdan que uno de ellos Benito Juárez, indígena zapoteca, fue el primer presidente “indio e ilustrado” de la República; del general Díaz también Oaxaqueño aunque mestizo, conservan las vías del tren que pasan frente a la casa de su querida amante Doña Cata, en la vecina ciudad de Tehuantepec, y del siglo XX, revolucionario y nacionalista, les quedan las Velas de mayo, las singulares festividades del panteón en Semana Santa, la vestimenta tradicional en las mujeres, el traje de Tehuana e incluso la Guelaguetza; todo lo que hoy llamamos indígena.  He ahí la maravilla del Istmo, han sabido ser indígenas y modernos; han conservado, no sin problemas y contradicciones la lengua, los saberes alimenticios, la iguana y otros animales, las flores de mayo, una singularidad cultural y un orgullo más allá de lo invisible.  Estoy deslumbrada, gozosamente deslumbrada.    

También pienso que deben abrirse las fronteras para el libre tránsito de los seres humanos, tal como circulan las mercancías y los capitales.  Pues estoy convencida que somos de todas partes, que el origen es hacia donde vamos y no de donde venimos, y que sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero, amado y asombroso, es como un país extranjero.
Zyanya Mariana


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