Publicado originalmente en Quartier Général
el 26/03/2020
traducción al español La Vorágine por Luis Martínez Andrade
Alain Badiou*
Sobre la situación epidémica
Siempre he considerado que la situación
actual, marcada por una pandemia viral, no tenía nada de excepcional.
Desde la pandemia -también viral- del Sida, pasando por la gripe
aviaria, el virus del Ébola, el virus SARS-1, sin mencionar otras (por
ejemplo, el regreso del sarampión o de las tuberculosis que los
antibióticos no curan más), sabemos que el mercado mundial, en conjunto
con la existencia de muchas zonas con un débil sistema médico y la
insuficiencia de disciplina mundial en las vacunas necesarias, produce
inevitablemente serias y desastrosas epidemias (en el caso del Sida,
millones de muertes). Además del hecho de que la situación de la
pandemia actual golpea esta vez a gran escala al llamado mundo
occidental, bastante cómodo (hecho en sí mismo privado de significado
nuevo y llamando sobre todo a lamentaciones sospechosas y tonterías
repugnantes en las redes sociales), no consideraba que más allá de
medidas de protección evidentes y del tiempo que tomará para que el
virus desaparezca en la ausencia de nuevos blancos, habría que montar en
cólera.
Por otra parte, el verdadero nombre de
la epidemia en curso debería indicar que ésta muestra en cierto sentido
el “nada nuevo bajo el cielo contemporáneo”. Este verdadero nombre es
SARS 2, es decir “Severe Acute Respiratory Syndrom 2”, nominación que
inscribe de hecho una identificación “en segundo tiempo”, después la
epidemia SARS 1, que se desplegó en el mundo durante la primavera de
2003. Esta enfermedad fue nombrada en aquel momento como “la primera
enfermedad desconocida del siglo XXI”. Es pues claro que la actual
epidemia no es definitivamente el surgimiento de algo radicalmente nuevo
o increíble. Esta es la segunda de su tipo del siglo y se sitúa en su
origen. Al punto que, actualmente, la única crítica seria en materia
predictiva dirigida a las autoridades es la de no haber apoyado
seriamente, después del SARS 1, la investigación que habría puesto a
disposición del mundo médico los verdaderos medios de acción contra el
SARS 2.
Así que no veía más que hacer que
tratar, como todo el mundo, de confinarme y exhortar a los demás a hacer
los mismo. Respetar sobre ese particular una estricta disciplina es más
que necesario, ya que es un apoyo y una protección fundamental para
todos aquellos que son los más expuestos: por supuesto, todo el personal
ligado a cuestiones de salud, que está directamente en el frente, las
personas infectadas, pero también los más débiles, como las personas de
edad avanzada, principalmente en las residencias, y todos aquellos que
acuden al trabajo y corren el riesgo de ser contagiados. Esta disciplina
de aquellos que pueden obedecer al imperativo “quedarse en casa” debe
también encontrar y proponer los medios para que aquellos que “no tienen
casa” puedan encontrar un refugio seguro. Podemos pensar para eso la
disposición general de los hoteles.
Estas obligaciones son, es cierto, cada
vez más imperativas, pero no implican, al menos en un primer examen,
grandes esfuerzos de análisis o constitución de un pensamiento nuevo.
Pero ahora, realmente, leo demasiadas
cosas, escucho demasiadas cosas, incluyendo en mi entorno, que me
desconciertan por la perturbación que expresan y por su inadecuación
total, francamente simples, en relación con la situación en la que nos
encontramos.
Estas declaraciones perentorias, estos
llamados patéticos, estas acusaciones enfáticas son de diferente tipo,
pero todas tiene en común un curioso desdén por la aterradora
simplicidad, y por ausencia de novedad sobre la situación epidémica
actual. Sea que éstas son innecesariamente serviles a los poderes, que
de hecho solo hacen aquello a lo que les empuja la naturaleza del
fenómeno. Sea que éstas sacan a relucir al planeta y su mística, y no
nos hace avanzar en nada. Sea que éstas responsabilizan al pobre
[Emmanuel] Macron, quien no hace, ni peor que otro, que su trabajo de
jefe de Estado en tiempos de guerra o de epidemia. Sea que claman por el
evento fundador de una revolución increíble, que no vemos qué conexión
tendría con el exterminio del virus, del cual, además, nuestros
“revolucionarios” no tienen el mínimo medio nuevo. Sea que éstas se
hunden en un pesimismo del fin del mundo. O están exasperados en el
punto de que el “primero yo”, la regla de oro de
la ideología contemporánea, no tiene ningún interés, no ayuda e incluso
puede aparecer como cómplice de una continuación indefinida del mal.
Parece que la prueba epidémica disuelve
en todas partes la actividad intrínseca de la Razón, y que obliga a los
sujetos a regresar a los tristes efectos (misticismo, fabulaciones,
rezos, profecías y maldiciones) que en la Edad Media eran habituales
cuando la peste barría los territorios.
De repente, me siento obligado a reagrupar algunas ideas simples. Con mucho gusto diría: cartesianas.
Aceptemos comenzar por definir el
problema, muy mal definido, por cierto, y por consiguiente tratado de
manera errónea. Una epidemia es compleja porque siempre es un punto de
articulación entre determinaciones naturales y determinaciones sociales.
Su análisis completo es transversal: debemos captar los puntos donde
las dos determinaciones se cruzan para obtener las consecuencias.
Por ejemplo, el punto inicial de la
epidemia actual se sitúa muy probablemente en los mercados de la
provincia de Wuhan. Los mercados chinos todavía son conocidos por su
peligrosa suciedad y por su incontenible gusto por la venta al aire
libre de todo tipo de animales vivos amontonados. Por tanto, el virus se
encontró en algún momento presente, en una forma animal legada por los
murciélagos, en un ambiente popular muy denso y con una higiene
precaria.
La llegada natural del virus de una
especie a otra transita luego hacia la especie humana. ¿Exactamente,
cómo? No lo sabemos todavía y solo los procedimientos científicos nos
los dirán. Estigmaticemos de pasada, todos aquellos que lanzan, en redes
del internet, las fabulas típicamente racistas, respaldadas por
imágenes manipuladas según las cuales todo proviene de que los chinos
comen murciélagos casi vivos…
Este tránsito local entre especies
animales hasta el hombre constituye el punto de origen de todo el
asunto. Después de lo cual, solo opera un dato fundamental del mundo
contemporáneo: el acceso del capitalismo de Estado chino a un rango
imperial, es decir, una presencia intensa y universal en el mercado
mundial. De ahí las innumerables redes de difusión, evidentemente antes
de que el gobierno chino pudiera limitar totalmente el punto de origen
(de hecho, una provincia entera, 40 millones de personas), lo que, sin
embargo, terminará haciendo con éxito, pero demasiado tarde para evitar
que la epidemia pudiera partir sobre otros caminos -y aviones y barcos-
de la existencia mundial.
Un detalle revelador de aquello que
llamo la doble articulación de una epidemia: hoy, el SARS-2 está
suprimido en Wuhan, pero hay muchos casos en Shanghái, principalmente
debido a personas, chinos en general, provenientes del extranjero. China
es pues un lugar donde observamos el anudamiento, por una razón arcaica
y luego moderna, entre un cruce naturaleza-sociedad en los mercados mal
mantenidos, de manera antigua, causa de la aparición de la infección, y
una difusión planetaria de ese punto de origen, acarreada por el
mercado mundial capitalista y sus desplazamientos tan rápidos como
incesantes.
Enseguida, entramos en la etapa donde
los Estados intentan, localmente, frenar esta difusión. Tengamos en
cuenta que esta determinación sigue siendo fundamentalmente local, a
pesar que la epidemia es transversal. A pesar de la existencia de
algunas autoridades transnacionales, es claro que son los Estados
burgueses locales que se encuentran dispuestos a atacar.
Aquí llegamos a una contradicción mayor
del mundo contemporáneo: la economía, incluido el proceso de producción
en masa de objetos manufacturados, es parte del mercado mundial. Sabemos
que la simple fabricación de un teléfono móvil moviliza el trabajo y
los recursos, incluyendo minerales, al menos en siete estados
diferentes. Pero, por otro lado, los poderes políticos siguen siendo
esencialmente nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos, antiguos
(Europa y Estados Unidos) y nuevos (China, Japón…) prohíbe todo proceso
de un Estado capitalista mundial. La epidemia también supone un momento
donde esta contradicción entre economía y política es obvia. Incluso los
países europeos no logran ajustar sus políticas a tiempo para enfrentar
al virus.
Bajo esta contradicción, los Estados
nacionales intentar hacer frente a la situación epidémica respetando al
máximo los mecanismos del Capital, aunque la naturaleza del riesgo los
obliga a modificar el estilo y los actos del poder.
Sabemos desde hace mucho tiempo que, en
caso de guerra entre países, el Estado debe imponer, no solamente a las
masas populares sino también a los burgueses, restricciones importantes
para salvar al capitalismo local. Las industrias son casi nacionalizadas
en beneficio de una producción de armamentos desencadenada pero que no
produce ningún plusvalor monetario en ese momento. Una gran cantidad de
burgueses son movilizados como oficiales y expuestos a la muerte. Los
científicos buscan, noche y día, inventar nuevas armas. Un buen número
de intelectuales y de artistas son requeridos para alimentar la
propaganda nacional, etcétera.
Frente a una epidemia, este tipo de
reflejo estatal es inevitable. Es por ello que, contrariamente a lo que
se dice, las declaraciones de [Emmanuel] Macron o de [Édouard] Philippe
sobre el Estado que de repente se ha convertido en un estado “de
bienestar”, un gasto de apoyo a las personas sin trabajo o a los
autónomos que cierran su negocio, comprometiendo cien o doscientos
millones del dinero del Estado, el anuncio de “nacionalización”: todo
ello no tiene nada de asombroso, ni de paradójico. Y se deduce que la
metáfora de [Emmanuel] Macron, “estamos en guerra”, es correcta: Guerra o
epidemia, el Estado es obligado, incluso yendo más allá el juego normal
de su naturaleza de clase, a aplicar prácticas tanto más autoritarias
como más globales para evitar una catástrofe estratégica.
Es una consecuencia perfectamente lógica
de la situación, cuyo objetivo es frenar la epidemia (ganar la guerra,
para retomar la metáfora de Macron), lo más seguro posible, todo esto
dejando sin trastocar el orden social establecido. No se trata de una
comedia, es una necesidad impuesta por la difusión de un proceso mortal
que cruza la naturaleza (de ahí el papel eminente de los científicos en
este asunto) y del orden social (de ahí la intervención autoritaria, y
ella no puede ser otra cosa, del Estado).
La aparición en este esfuerzo de grandes
deficiencias es inevitable. Por ejemplo, la falta de máscaras
protectoras o la ineficiencia en el internamiento en los hospitales.
¿Pero quién puede jactarse realmente de haber “previsto” este tipo de
cosas? De cierta manera, el Estado no había previsto la situación
actual, es cierto. Incluso, se puede decir que, debilitando -desde hace
décadas- el aparato nacional de salud, y en verdad todos los sectores
del Estado que estaban al servicio del interés general, habían actuado
como si nada parecido a una pandemia devastadora pudiera afectar a
nuestro país. Lo que es erróneo, no solamente bajo su forma Macron, sino
bajo la de todos los que lo habían precedido, por lo menos, desde hace
treinta años.
Pero todavía es correcto mencionar aquí
que nadie había previsto, o imaginado, el desarrollo en Francia de una
pandemia de este tipo, salvo quizá algunos sabios aislados. Muchos
pensaban probablemente que este tipo de historia era válida para una
África tenebrosa o la Chinta totalitaria, pero no para la democrática
Europa. Y seguramente no son los izquierdistas (o los chalecos
amarillos, o incluso los sindicalistas) los que pueden tener un derecho
particular para pasar por alto este punto y continuar haciendo ruido a
Macron, su ridículo objetivo desde siempre. Ellos tampoco lo vieron
venir. Al contrario: mientras la epidemia ya estaba en marcha en China,
ellos multiplicaron hasta muy recientemente los reagrupamientos
incontrolados y las manifestaciones ruidosas, eso debería de evitar hoy,
sean lo que sean, que desfilen frente a las demoras impuestas por el
poder para tomar las medidas de aquello que sucedía. En realidad,
ninguna fuerza política en Francia, había tomado esta medida ante el
Estado macroniano.
Del lado de este Estado, la situación es
aquella donde el Estado burgués debe, explícitamente y públicamente,
hacer prevaler los intereses, de alguna manera, más generales que de
aquellos de la burguesía, mientras preserva estratégicamente, en el
futuro, la primacía de los intereses de clase de los cuales este Estado
representa la forma general. O, en otras palabras, la coyuntura obliga
al Estado a no poder manejar la situación de otra forma que integrando
los intereses de clase, de la cual él es el representante de poder, en
los intereses más generales, y eso debido a la existencia interna de un
“enemigo” de suyo general, que puede ser, en tiempos de guerra, el
invasor extranjero y que es, en la situación presente, el virus SARS- 2.
Este tipo de situación (guerra mundial o
epidemia mundial) es particularmente “neutral” en el plano político.
Las guerras del pasado solo han provocado la revolución en dos casos, si
se puede decir excéntricos en comparación con lo que fueron las
potencias imperiales: Rusia y China. En el caso ruso, eso fue porque el
poder zarista era, en todos los aspectos y durante mucho tiempo,
atrasado, incluso como poder posiblemente ajustado al nacimiento de un
verdadero capitalismo en ese inmenso país. Y, por otro lado, existía con
los bolcheviques, una vanguardia política moderna, fuertemente
estructurada por líderes notables. En el caso chino, la guerra
revolucionaria interior precedió la guerra mundial y el Partido
comunista, en 1940, ya estaba a la cabeza de un ejército popular
probado. Empero, en ninguna potencia occidental la guerra provocó una
revolución victoriosa. Incluso, en el país derrotado en 1918, Alemania,
la insurrección espartaquista fue rápidamente aplastada.
La lección de todo esto es clara: la
epidemia actual no tendrá, como tal, como epidemia, ninguna consecuencia
política significativa en un país como Francia. Incluso, suponiendo que
nuestra burguesía piense, dado el aumento de gruñidos sin forma y de
las consignas inconsistentes pero generalizadas, que ha llegado el
momento de deshacerse de Macron, esto no representará absolutamente un
cambio significativo. Los candidatos “políticamente correctos” se
encuentran detrás de escena, al igual que los defensores de las formas
más mohosas de un “nacionalismo” obsoleto y repugnante.
En cuanto a nosotros, que deseamos un
cambio real en los hechos políticos en este país, hay que aprovechar el
interludio epidémico, e incluso, el confinamiento (por supuesto,
necesario), para trabajar en nuevas figuras de la política, en el
proyecto de lugares políticos nuevos y en el progreso transnacional de
una tercera etapa del comunismo, después de aquella brillante de su
invención, y de aquella, interesante pero finalmente vencida de su
experimentación estatal.
También implicará una crítica rigurosa
de toda idea que plantee que fenómenos como una epidemia abren algo
políticamente innovador por ellos mismos. Además de la transmisión
general de los datos científicos de la epidemia, sólo quedará la fuerza
política de nuevas afirmaciones y convicciones nuevas en lo que respecta
a los hospitales y a la salud pública, las escuelas y la educación
igualitaria, el cuidado de los ancianos y otras cuestiones del mismo
género. Estas son los únicas que podrían articularse en un balance de
las debilidades peligrosas puestas a la luz por la situación actual.
Por cierto, mostraremos con valentía,
públicamente, que las pretendidas “redes sociales” muestran una vez más
que ellas son (además del hecho de que engordan a los multimillonarios
del momento) un lugar de propagación de la parálisis mental fanfarrona,
de los rumores fuera de control, del descubrimiento de las “novedades”
antediluvianas, cuando no es más que simple oscurantismo fascista.
Demos crédito, incluso y sobre todo
confinados, únicamente a las verdades verificables de la ciencia y a las
perspectivas fundadas sobre una nueva política, de sus experiencias
localizadas y de su objetivo estratégico.
Marzo 26 y 2020
Marzo 26 y 2020
* Alain Badiou: (Rabat, protectorado francés de marruecos, enero 1937), filósofo, dramaturgo y novelista francés. Autor de El ser y el acontecimiento, es considerado, junto con su contemporáneo Jacques Rancière, uno de los filósofos más importante de la actualidad en Francia. Es igualmente conocido politicamente por u militancia maoïsta, así como por su defensa del comunismo y de los trabajadores estranjeros en situación irregular.
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