miércoles, 14 de agosto de 2019

Cine: La camarista, Lila Avilés





La camarista
Lila Avilés
México, 2019


¿Quieres volar tanto, que serás capaz de perdonar a la bandada y aprender...?
 Richard Bach

El funcionamiento glamoroso y cómodo del sistema capitalista, exige un ejército de seres humanos trabajando en el submundo y la invisibilidad. Esta verdad, que los más privilegiados se niegan a ver, puede sintetizarse en el funcionamiento de un hotel, sobretodo si es de lujo. Esta es la metáfora que presenta la directora Lila Avilés con su película, La camarista.

La historia es muy simple, Eve para mantener a su niño de 4 años, que una amiga le cuida, trabaja largas jornadas en un hotel de lujo. Ahí, las camas son blancas, las vistas de la ciudad desde las alturas son espectaculares y los clientes son representados como burbujas andantes ajenas al mundo que los rodea.

Cada mañana Eve (Gabriela Cartol), la camarista, nos invita a descubrir a los clientes a través de sus objetos (fotografías, libros) o a través de sus costumbres: Habitaciones sucias y desordenadas en exceso; viejos avergonzados viviendo sus últimas borracheras; gordos déspotas y silenciosos obsesionados por acumular aunque sea las amenidades del hotel; mujeres privilegiadas que se ahogan en las necesidades de sus bebés y religiosos que, por observar el shabat, se vuelven indiferentes al buen samaritano.

En sus inicios, la cámara de Carlos Rossini sólo mira los cuellos y el cuerpo de los empleados desde la espalda, multitud de uniformes grises que, de a poco y a través de sus necesidades, vamos conociendo. Eve está encargada de un piso, esforzada se levanta a las 4 de la mañana para llegar al trabajo, no se queja, no habla y silenciosa cumple con su turno hasta la noche. Regresa sólo para ver a su hijo dormido. Donde ella vive no hay ni siquiera agua corriente, sin embargo, ella lucha integrándose a las clases matutinas antes de su horario, aceptando la limpieza de cuartos extras y preguntando cada día por un vestido rojo que ha olvidado una clienta. De hecho, los premios al silencio y a la sumisión son las cosas que los huéspedes van dejando olvidados en las habitaciones: un baberito de bebé, un cargador de celular o un vestido rojo. 

Sus días transcurren con otros y otras personajes de limpieza, el galán que limpia los vidrios, el camarista que le pide cuide al bebé de una clienta de su piso y a Minitoi (Teresa Sánchez), otra camarista que al principio parece querer seducirla pero a lo largo de la película, donde aparentemente no pasa nada, nos percatamos que sólo la usa.
Todos nos usamos sin piedad parece decir la directora en esta representación de la vida contemporánea, los ricos usan el trabajo de los pobres para tener vidas más cómodas e incluso para poder respetar sus mandatos sagrados, pero los pobres no son mejores, se usan también para escalar en el trabajo y sobrevivir. 

A diferencia de la estructura predilecta del cine y la literatura occidental, basada en el suspenso; la película recuerda las narraciones lentas del cine asiatico de los 90 y algunas novelas clásicas japonesas. Recuerdo particularmente la extraordinaria película vietnamita del director Anh Hung Tran, nóminada al oscar como mejor película extranjera, El olor de la papaya verde 1993, y el ritmo narrativo del relato Retrato de Shunkin (1933) de Tanizaki. Ambas estructuras, (imagen y palabra) narran el flujo de lo cotidiano. En ellas, los sucesos se siguen uno tras otro sin variaciones aparentes. Este es el tono que elige la novel directora para hablarnos de la vida de los invisibles, días cotidianos sin acción, sin efectos especiales, sin comedia... como es la existencia de los que sostienen las ciudades contemporáneas. Sin embargo, como la fábula de la gaviota que aprende a volar, en el andar la protagonista se va liberando: un broche rosa en el cabello suelto; la lectura de Juan Salvador Gaviota, un bestseller de los 70; una carcajada después de sentir los toques eléctricos; un coqueteo erótico con el joven que limpia las ventanas y finalmente la libertad de tomar una decisión determinante.
Es una película sutil y bella, aunque no es para todo público; aunque el filósofo Alain Badiou afirme que el cine es una acontecimiento de masas.


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domingo, 11 de agosto de 2019

6.-Nuevas voces Narrativas, Pedro Salamanca

You’d be so nice to come home to

PEDRO SALAMANCA
 
A diferencia de otros escritores en ciernes que han pasado por mis aulas, Pedro no era nada silencioso. Participaba, hablaba y le gustaba, incluso, dar el último tono al debate; precisarlo, otorgarle sazón. Le ayudaba, quizás, estudiar literatura. No era el único raro de una carrera de ingeniería que en secreto leyera a Borges, o el comunicólogo, que más allá de la imagen, se interesara en la palabra. Estaba, de hecho, rodeado de amantes de la lectura y de los libros, y algo de ese ambiente de letrados se cuela en su foto y en este cuento.
Les presento a Pedro Salamanca...*

 

You’d be so nice to come home to
 
Orfeo era un natural, un bohemio de hueso colorado. A sus tertulias y sesiones de improvisación asistía sólo un grupo selecto de músicos, poetas y amantes del jazz, invitados personalmente a escuchar la suave hipnosis de su saxofón. Entre los habituales estaba el Venado, baterista que acompañaba el saxofón de Orfeo con el ligero trote de sus tambores y platillos; el Cenzontle, poeta de cuatrocientas voces; y la Serpiente, que proveía al grupo cada noche de distintas dosis tóxicas. Y aunque atraía a personajes peculiares, Orfeo no era opacado. Los reunidos mantenían su atención fija en él y en su saxofón dorado. Tocaba hasta que se le secara la garganta; o hasta que llegara el Conejo, a él le decían así por putañero.
— ¿Quién es ella?
— ¿Eurídice?, es una ninfa de Colima. Creo que es su primera vez en la ciudad y sigue virgencita, no tiene ni diecisiete —, le contestó el Conejo.
Comparada con las arpías que traía a ritmo frecuente, Eurídice era una niña. Hablaron un buen rato. Desde que salió del internado ansiaba por intimar con alguien y desmentir la imagen de hombre depravado que le habían pintado las monjas. Orfeo parecía el indicado, tenía una voz melosa que le generaba confianza. Por eso cuando le ofreció un puñado de hongos, hierbas y ajos, Eurídice se los tomó de golpe.
Orfeo le ayudó a desvestirse y mientras lo hacía, ella temblaba. Era su primer contacto íntimo con otra persona. Le pidió a la Serpiente algo más fuerte. Se picó el antebrazo ansiosa, dejando entrar todo el veneno de un jalón. Orfeo pensó que así Eurídice dejaría de temblar, pero pasó lo contrario. Su cuerpo se contorsionaba sincopado, agitando el pecho descubierto hacia un lado y la cadera para el otro. El latido, acelerado a destiempo, paró de repente.
La llevó de inmediato con el Buitre; él seguro tendría jeringas de adrenalina. Le tuvo que prometer un lugar en la siguiente bacanal para que accediera a inyectarla. La apuñaló con la agu- ja en el pecho y su pulso volvió en un instante. Después de cobrarle un solo a Orfeo, el Buitre los dejó ir con una sola advertencia: no podían coger hasta el día siguiente.
—Hasta que la luz del sol la cubra por completo, ¿entendiste? —, le dijo mientras gorro- neaba otra canción. — Está drogada hasta el tuétano.
Pero para Orfeo fue imposible. Eurídice le rozaba la cara con intentos torpes de besarlo y apartarlo. Luego le metió la mano en los pantalones. Él resistía, intentaba no dejarse llevar para salvarla. Pero Eurídice no quería ser salvada, quería a Orfeo. Respondió a los jalones agresivos; le arrancó la camisa y desgarró las medias blancas que tenía puestas. Las primeras luces del alba aparecían e iluminaban el torso desnudo de la ninfa. Él trató de seguir el paso marcado por el alba, bajando con los rayos del sol por su cuerpo, pero la luz se aletargaba y besó sus pies aún sombreados. Eurídice lo apartó, se apresuró en quitar su braga para montarlo. Orfeo se dejó enredar entre sus piernas y se volcaron sobre el colchón. Luego sus labios plantaron un beso en la almohada donde hacía un segundo estuvo la boca.
Las luces del sol llenaban el cuarto, iluminando a Orfeo acostado de lado, solo. Cambiaría cualquier día su frío saxofón por el calor que dejó Eurídice en la sábana y que entonces se disipaba.




* Pedro Salamanca Smith, por el mismo: Nació en la Ciudad de México el 25 de septiembre de 1996. Es estudiante de Literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Ha escrito para revistas como Gatopardo, Esquire y Perro crónico.
Sueña con un día convertirse en director de arte de alguna editorial.