viernes, 12 de junio de 2020

Encuentro Internacional de mujeres poetas en tiempos de covid



 
 

Encuentro Internacional de Mujeres Poetas

en tiempo de contingencia uniendo el mundo

 

 


Todo respira al unísono

: Plotino


En medio de una crisis, aparentemente sólo de salud y provocada por una pandemia planetaria llamada COVID19, 63 poetas mujeres de 13 países (Argentina, Canadá, Costa Rica, Cuba, Colombia, Estados Unidos, El Salvador, Ecuador, España, México, Israel, Puerto Rico y Rusia) fueron convocadas por Carmen Amato y otras poetas —María Merced Nájera, Juana María Naranjo, Margarita Muñoz, Ruby Myers y Virginia Ordóñez— para dejar un testimonio digital en estos tiempos que corren.

Quienes respondimos a la convocatoria, y recitamos versos a través de un video grabado desde casa, lo hicimos desde el privilegio y la gratitud. Desde casa, hemos transformado la voracidad del cronometro productivo capitalista en cuidados y labores para el otro que vive con nosotras: el hijo pequeño, la adolescente, la madre, la hermana, el padre, el cuerpo amado que todavía podemos besar, abrazar y alimentar. Mientras, el mundo allá afuera sucede y cambia.

No es la primera vez, en medio de una crisis, que la frontera, donde los migrantes se detienen y corre paralelo el Río Bravo, convoque a un Encuentro Internacional de Poetas. Antes lo hizo desde Ciudad Juárez frente a la epidemia de feminicidios, después desde Chihuahua frente a la violencia cuasi institucionalizada de la región, ahora lo hace desde el confinamiento, desde una cotidianeidad anodina que esconde algo de siniestro provocado por el aislamiento y la incertidumbre.

Aislados, fragmentados y sometidos a la tecnología que reproduce nuestros rrostros hasta la náusea, olvidamos que “todo respira al unísono”; que si las pantallas no sustituyen la posibilidad de compartir, de pensar juntas, de tocarnos, a veces vinculan. Que un video de cinco minutos no sustituye el verso escrito y cantado al aire en una calle o en una institución transfigurada por la poesía, pero a veces puede convocar el ritual; condición necesaria para fundarnos como seres culturales. 

No se trata, sin embargo, de traspasar lo escrito a la pantalla, ni de cambiar el mundo en el sentido utilitario del término “cambiar”; la poesía no es útil y el poeta no es un reportero ni un asalariado. Lo poético es como un eclipse que pasa. Su función no radica en sustentar la consciencia, sino en regresar la mirada a lo elemental y a lo cósmico, a la imaginación y al lenguaje: parir y criar mundos. Por eso, al nombrar poeta, sin género, no sólo me refiero a quienes escribimos versos sino a todo oficio capaz de convertir el “no ser en ser”, como explicaba Platón, en El banquete, el término poesis. A la capacidad, intrínsecamente humana, de invocar imágenes, convertirlas en palabras e insertarlas en el imaginario personal y social que destruye, recrea y crea mundos.

Se trata entonces, con estas palabras confinadas en videos, ensayar nuevas corporalidades y recorrer senderos ajenos y virtuales; sabemos que al cambiar la herramienta se trastoca el lugar, que al permutar el espacio se transforma el imaginario. En vez de regresar a un pasado que ya anunciaba una crisis económica, ecológica y civilizatoria, en vez de aferrarse a lo posible, se trata, como alquimistas, de manipular la sustancia de aparente normalidad en preguntas que desemboquen en una nueva narrativa. Como si la vida fuera el espejo y las imágenes soñadas la realidad.

Que estos versos múltiples, querido espectador, mezclados a la intemperie provocada por el COVID19, alimenten tu imaginación abstracta e impersonal y que las imágenes recreadas anticipen vidas posibles.

Zyanya Mariana,
México-Tenochtitlan, junio 21 y 2020


 
 
 
 
Alejandra Lerma, Alejandra Torres, Ana Verónica Torres Licón, Angélica González Lara, Aniela Rodríguez, Arely Jiménez, Carmen Amato Tejeda, Carmen Julia Holguín, Carmen Nozal, Carmen Suárez León, Celeste Alba Iris, Dinorah Gutiérrez, Dolores Castro, Edith Lomovansky-Goel, Edna Ojeda,Elisa Díaz Castelo, Eloísa Arena Torresdey, Estela Guerra, Ethel Krauze, Eurídice Román de Dios, Flora Isela Chacón, Galia Mireles, Isabel Ruíz Figueroa.

También Ivonne Sánchez Barea, Jessica Anaid Hernández, Juana María Naranjo, Leticia Luna, Leticia Ruiz Arroyo, Lety Ricárdez, Lilly Blake, Lilvia Soto, Liz Mirel Cázares, Lorena Sosa. Luisa Elberg, Ma. Dolores Guadarrama, Madelline Millán, Marcela Zamudio, Margarita Muñoz, María Elena Cerecero, María Elena Solórzano, María Merced Nájera , Marianela Tortós Albarrán.

Así como Maricela Duarte, Maricruz Patiño, Marisela Ríos Toledo, Martha Elena Hoyos, Mireia Ortega, Miriam Soubran Ortega, Mónica Alicia Juárez, Olimpia Badillo, Ruby Myers, Sandra Serrano, Sara Ospina, Selfa A. Chew, Sofía Faddeeva, Susana Flores, Susana Reyes, Susana Rozas, Sylvia Vergara, Victoria Montemayor, Virginia Ordóñez Hernández, Yolanda Duque Vidal y Zyanya Mariana Mejía Ascencio.


Del 30 de mayo al 4 de junio, 63 mujeres poetas de más de 14 países celebran el Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en Tiempos de Contingencia, una propuesta artística para ilustrar con poesía la esperanza ante la pandemia.


Notas periodísticas:






viernes, 5 de junio de 2020

31. Zyanya Mariana/ De pandemias, discursos e imaginarios: Pensar, repensar y disentir en tiempos del coronavirus






Zyanya Mariana
De pandemias, discursos e imaginarios


No son los hechos, 
sino las palabras las que conmueven a los hombres

 Epicteto



A los animales les duele, mueren pero no construyen un mundo de moral, dioses, miedos e injusticias alrededor de una pandemia. Para nosotros, en cambio, una enfermedad se convierte en relato con cabeza cuerpo y cola; principios con finales que llamamos narraciones. Esto lo entendemos muy bien en México con la narrativa fase 1, fase 2 y fase 3 de la COVID19, que en el gesto pulcro y la mirada social del epidemiólogo Hugo López-Gatell, se ha convertido no sólo en el discurso médico oficial de la pandemia en México sino en múltiples memes donde el subsecretario figura como galán tipo James Bond, como San Judas-Gatell e incluso como advertencia religiosa: “en este hogar creemos en el Dr. López-Gatell”. Como las necesidades hechas memes, las palabras y las epidemias se llenan de significados.

            La palabra peste, por ejemplo, puede referirse a diferentes enfermedades (fiebre tifoidea, Yersinia Pesti, fiebre amarilla, viruela o las 10 plagas del dios monoteísta Yahvé que se narran en el Éxodo) y representarse como algo sagrado o racional. En India, una diosa madre cabalgando en un asno, encarna las epidemias; la nombran Shītalā Mata, con una mano sujeta un jarrón de agua para curar y con la otra sostiene una canasta con granos víricos que va desperdigando en su andar. Ella gobierna la sífilis, la malaria, el sarampión, la lepra, la ceguera, la tuberculosis, la esterilidad, la viruela e incluso el sida; la gente la sigue venerando en sus hogares para asegurar salud y larga vida. Los yorubas la conocen como el dios Sopona; los chinos como la diosa T’ou-Shen Niang-Niang; los otomíes de la sierra norte de Puebla, en México, hablan de los aires, difuntos que hoy andan particularmente virulentos, mientras los japoneses recuerdan con respeto al demonio de la viruela.

            Según el Shoku Nihongi, anales imperiales del período Nara (710-794), la epidemia de viruela apareció por primera vez en el 735 en la prefectura de Fukuoka; fue traída de la península coreana por un pescador, azotó la isla y mató a un tercio de la población. Aunque muchas de las condiciones sociales y agrícolas cambiaron, en el imaginario cultural japonés la viruela se encarnó en un yokai familiar, Hōsōshin al que se le ofrecía periódicamente, hasta bien entrado el siglo XX, música, flores, incienso, danzas y versos para evitar su regreso.

            Esta idea de lo que regresa, de lo que es cíclico como el tránsito humano sobre el planeta, está presente en la respuesta que algunos países asiáticos le han dado al coronavirus. A pesar de una asistencia sanitaria universal, después del 2009 con la gripe porcina y del 2015 con el brote del MERS, Corea entendió que no podía desarrollar una vacuna o un medicamento rápidamente pero si desarrollar kits de pruebas rápidas. Paralelamente, como medidas preventivas, se exigió a la población el aislamiento, el uso obligatorio de mascarillas, de jabón y una App de control. Dada la feroz competencia social, la entrada a la escuela se aplazó pero los jóvenes siguen yendo en las tardes a las academias para asegurar una buena universidad. En China, Hong Kong, Taiwán y Singapur, todos de linaje neoconfuciano o budista, los sistemas de salud se preparan para una posible segunda ola de contagios o un rebote; saben después de la experiencia del SARS en 2003, que los brotes saturan los sistemas hospitalarios, producen muertos y tambalean los regímenes políticos. Hoy sólo Suecia está dispuesta abiertamente a asumir los costos en términos de muertes para lograr la inmunidad de rebaño.

            En la tradición occidental, basada en un tiempo lineal y progresivo, la peste suele entenderse como un ocaso o un final. Eso pasa con la interpretación clásica que se le suele dar a “La peste en Atenas”, el primer registro de tipo clínico que se tiene de una epidemia. La describe Tucídides casi al inicio de su texto Historia de la guerra del Peloponeso (siglo V a.e.C). Se dice que el historiador ateniense crea una metáfora de la tragedia; se podría decir también, empero, que Tucídides narra el inevitable devenir cíclico de las personas y de las civilizaciones: una ciudad asolada por una epidemia, transita y cambia. Las mentalidades cambian, la condición humana permanece y los virus develan las miserias y las hermandades, descubre Rieux, el médico protagonista de La peste (1947) de Camus. Lo cierto es que Tucídides se ha convertido en el modelo a seguir cuando se habla de epidemias en la literatura; o en el discurso mediático actual, que por diverso, repetitivo y barroco tiene tono de parodia reveladora.

            La metáfora trágica se analiza a partir de los discursos y la muerte de Pericles, preludio del hundimiento ateniense posterior. Las palabras del orador contrastan con lo descrito en el segmento de la peste, donde Tucídides adopta un punto de vista médico. Inicia hablando del posible origen de la enfermedad, Etiopía; su aparición repentina en el puerto de Pireo, traída seguramente en los barcos mercaderes; su propagación en las tierras altas de Atenas; su carácter contagioso, incluso en los animales, y el registro detallado de los síntomas que, siguiendo los métodos hipocráticos, van de la cabeza hacia los pies. Las descripciones pretenden lograr un diagnóstico, explica, que pudiera servir en el futuro para curar a los enfermos e incluso para prevenir el contagio y la enfermedad. ¿No es acaso el mismo discurso que los medios han construido acerca de la COVID19 en América Latina y sobre todo en México?

            Asumimos que la pandemia tuvo su origen en China y su aparición repentina en un mercado de mariscos de Wuhan, capital de la provincia de Hubei. En aquel entonces a nadie le importó el contagio. Como antaño, el virus viajó con los hombres de negocios y los ciudadanos globales y se propagó rápidamente por Europa; aunque Francia fue el primer país de la comunidad donde se detectó, los medios hicieron de España y sobre todo de Italia el epicentro. No es una casualidad, ambos conforman la frontera sur de la Comunidad Europea, por donde entran los migrantes subsaharianos, donde se practica la necropolítica migratoria que se decide en Bruselas. Nada se dijo de los migrantes sirios hacinados en la frontera turca o de la Siria bombardeada, destruida por intereses energéticos y amenazada por el virus. Nada se dijo de India, geográficamente al lado de China y con condiciones sociales y económicas más cercanas a las mexicanas, sólo se nombró Europa y eso bastó para encender el chip colonial de la casta ilustrada en la ciudad de México.

            Pero fue Bérgamo la industrial, “la ciudad de los mil”, la del escritor danés Jens Peter Jacobsen y su relato La peste en Bérgamo (1881), la que desencadenó la histeria en las capitales latinoamericanas con sus setenta camiones militares, uno detrás de otro, transportando cadáveres. Los llevaban a otras ciudades fuera de Lombardía porque el cementerio, el tanatorio, la iglesia convertida en tanatorio de emergencia y el crematorio en funcionamiento 24 horas al día ya no daban abasto; tenían 400% más muertos que el año anterior, casi todos personas mayores. Pocos dijeron que la región italiana de Lombardía ha mercantilizado la salud, que la patronal industrial presionó para evitar cerrar sus fábricas y perder dinero y que los patronales son los  mismos que tienen intereses en las clínicas privadas. Nadie dijo que los viejos hacinados en los asilos estaban abandonados mucho antes de que llegara el coronavirus, antes incluso del 2012, cuando la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, los había señalado en un informe con los eufemismos económicos “riesgo de longevidad” y coste del envejecimiento”.

            Mientras viejos en Europa, adultos diabéticos en México e hispanos y negros en Nueva York se abandonan a la falta de servicios médicos y a la enfermedad; los culpables se incrementan: Montagnie, premio nobel francés afirma que el virus salió de un laboratorio, la ciencia; otros acusan nuestra forma de vida y consumo, los humanos; ciertos grupos queman las torres de 5G; la tecnología; otros aseguran que proviene de las granjas industriales de alimentos cárnicos, la industria; o de mapaches, los bárbaros; algunos insinúan que de la sopa de murciélago, los exóticos

           Sopa de Wuhan
es también una recopilación de textos filosóficos y periodísticos con una portada de Ernst Haeckel, el exponente del racismo científico alemán que junto a la expresión “el virus chino”, como lo nombra el presidente Trump, revela los miedos de una sociedad que señala al virus como un extranjero que llega a ensuciar la pureza de los hogares y de los estados nacionales. El bufón imperial, que recomienda desinfectante y luz en los pulmones, olvida que la pandemia del COVID-19 le ha costado a Estados Unidos más muertos (65 mil hasta el 30 de abril) que los 13 años de la Guerra de Vietnam (58 mil), según los medios.

            Que un hecho médico trastoque lo político no es privativo de Tucídides, ni de occidente, lo encontramos en México con la peste de la viruela y sus múltiples nombres: cocoliztli (gran plaga o pestilencia), huey zahuatl (gran pestilencia de viruela o gran lepra) o totumonaliztli (ampollas o pústulas); castigo del dios Xipe Tótec que se propagó entre los mexicas y alcanzó al huey tlatoani Cuitláhuac, el penúltimo gobernante de la gran Tenochtitlan, hermano y sucesor de Moctezuma II, vencedor de Cortés en la “Noche Triste” del conquistador. De muchas maneras, las pestilencias y la cruz fueron los verdaderos conquistadores de los imperios Mexica e Inca.

            El vínculo "enfermedad y política" se encuentra también al inicio de la Iliada con la peste que Apolo envía a los aqueos generando la cólera de Aquiles y en la peste que Ares envía a la ciudad de Tebas revelando lo oculto y trastocando el poder por generaciones: el antes salvador de la ciudad, el que venció a la esfinge, el que mató a su padre y se casó con su madre; Edipo rey, padre de Antígona, el que debe partir al destierro para poner fin a la epidemia.

            Pero a diferencia de Homero e incluso de su contemporáneo Sófocles, Tucídides, busca las causas médicas profundas y la racionalización de los hechos lejos de los mitos y de los dioses. De muchas maneras, con sus valores occidentales u occidentalizados, el mundo moderno es hijo de esta misma búsqueda racionalista, aunque hoy, asolado por una pandemia, parece que transita hacia la incertidumbre, se aferra al control tecnológico y abandona el absolutismo científico. Más allá de las gotículas que infectan la membrana interior de los ojos, la nariz y la boca, todo lo que sabemos científicamente del COVID19 es insuficiente y contradictorio; fumar o no fumar he ahí la cuestión de la sobrevivencia dicen. Mientras el jabón y las máquinas de cocer proporcionan más certidumbre que los algoritmos.

            El texto de Tucídides no se limita a una historia clínica también nos ofrece una observación detallada de la naturaleza humana. Empieza con los rumores que, alimentados por la guerra, culpan a los peloponesios de haber envenenado los pozos; subraya las penalidades entre los más pobres, los refugiados por la guerra venidos del campo, los hacinados, los esclavos; se detiene en aquellos que se abandonan y no intentan resistir a la enfermedad y en aquellos que vanamente piden a los oráculos y suplican en los templos; censura el menosprecio de lo divino y de las leyes humanas, el hundimiento moral y el frenesí en el disfrute de los goces de la vida que se dan por el rápido cambio de fortuna. Termina ironizando acerca de la memoria que es corta y acomodaticia, hoy olvida los refranes y mañana olvidará los cuerpos amontonadas en la calles y el abandono de las practicas funerarias, displicencia que nos iguala a lo bestial y monstruoso. Sin embargo, dado el carácter contagioso de las epidemias, el abandono de los ritos funerarios implica un dilema: elegir entre morir solos y abandonados o morir contagiados por cuidar los unos de los otros. Los atenienses pensaban que Pericles debía cuidarlos, el hombre medieval pensaba que era labor del dios monoteísta salvarlos, nosotros los modernos creemos que es obligación del Estado, y sus instituciones nacionales de salud, protegernos, curarnos y salvarnos, incluso financieramente.

            Amar con el cuerpo a nuestros vivos, abrazar a nuestros muertos; este dilema alrededor del contagio aparecerá casi 2000 años después en la voz de dos filósofos contemporáneos: Giorgio Agamben y Achille Embe. Agamben, en su columna Una Vocce, pregunta si el confinamiento no es un estado de excepción legitimado por el miedo al contagio. Se rumora que los mega datos pueden ser utilizados no sólo por el gobierno sino por las empresas médicas y los bancos ¿acaso no los vendieron ya? Agamben añade que cada individuo ha sido convertido en un potencial untador, la figura renacentista que apareció durante las plagas que asolaron algunas ciudades italianas entre 1500 y 1600. El individuo ha sido sitiado, la colectividad también: “¿Cómo crear comunidad en tiempos de calamidad? Sobre todo cuando nuestros ritos de despedida se ven suprimidos”, cuestiona el filósofo camerunés Embe en una reciente entrevista aparecida en marzo en el portal de noticias Gauchazh. El mismo dilema aparece en la introducción a El Decamerón (1353), cuando Boccaccio, quizás siguiendo el modelo de Tucídides, describe el posible origen de la peste que asoló la ciudad de Florencia en 1348, los síntomas en las personas de todas las clases sociales, el cambio de costumbres y los cuerpos abandonados en las calles, sin santa sepultura, recogidos sólo por los peones de los estratos más bajos llamados faquines.  

            “Sin santa sepultura”, repetirán los familiares de un grupo de pacientes internados por COVID19, después de haber irrumpido a la fuerza en el Hospital General Las Américas de Ecatepec. Con casi dos millones de habitantes, se considera uno de los municipios más violentos de todo el país donde secuestros, venganzas entre narcos que reparten depensas y feminicidios (1 de cada 40 asesinatos diarios), implican más peligro y muerte que cualquier virus. De hecho, el eje Ecatepec, Tecámac, Nezahualcóyotl, Los Reyes la Paz, Tlalnepantla y Chalco —la promesa urbana salinista— se considera una “bomba de tiempo” en contagios y muertes. La gente no cree en el virus, “me mataron a mi hijo en el hospital” gime una madre que regresará a su hogar en un barrio sobrepoblado donde se venden elotes tiernos y tlacoyos en la calle, pero carece de servicios de salud y agua potable. Esa mujer, como la mayor parte de los habitantes de los conurbados, tiene un trabajo precario en la ciudad de México, en una empresa o una casa donde los patrones se resguardan del virus pero exigen alguien que trabaje, limpie, cocine y vaya al mercado por ellos. Ello implica tomar diariamente metro Pantitlán, que nada entiende de “Susana Distancia” con sus 414,784 pasajeros diarios. Más allá del hacinamiento se impone la pregunta ¿Cómo evitar a los otros, si durante siglos hemos sobrevivido gracias a lo colectivo, al tequio, a la asamblea comunal e incluso a las remesas, que contrario a todo propósito aumentaron con el virus?

            Algo parecido, nos informaron, sucedía en abril en la ciudad portuaria de Guayaquil, en Ecuador, el segundo lugar en número de muertes en América latina (1.35 muertos por cada 100 mil habitantes), sólo después Brasil (0.92), donde los féretros son apilados unos sobre otros en largas zanjas hechas apresuradamente en un cementerio de la ciudad brasileña de Manaos, en la Amazonía. “Este virus no discrimina grupos sociales ni de género” repite el discurso político y mediático internacional, “la vacuna será producto de un esfuerzo conjunto” convoca la canciller alemana Angela Merkel en su programa sabatino, pero las geografías y el sistema de castas latinoamericano limitan la promesa de una vacuna y el acceso a la atención médica universal, ofrecen empero solidariamente cajas de cartón para enterrar a los muertos. Queda claro que ésta es una pandemia de clase y que el COVID aquí, como en Tebas, devela añejas injusticias.

            En nuestra América, el coronavirus llega a las casas donde yace el dengue, la malaria, el chikungunya, el sarampión, la diabetes, la pobreza y la desnutrición; en las selvas, en las montañas y en las vecindades no hay puertas, ni muros, ni fronteras, ni hospitales, ni soberanías, ni tele-pantallas para la educación; porque, en general, nuestros hombres de estado, a diferencia de Pericles, están sentados en la Paz, en Managua, en Bogotá o en Lima creyendo que despachan en Madrid, Roma, Paris o Milán.

            Mientras, abrumada por la repetición, escribo; recuerdo los días solitarios de la crianza tan parecidos al confinamiento; me aferro al caos como esperanza y me sitúo a medio camino entre los negacionistas de la pandemia y los firmes creyentes. De algo habrá que morirse, me repito, mientras le prendo incienso a los dioses y suplico por la salud de los míos.

Zyanya Mariana

Mayo y 2020, México-Tenochtitlán


Para leer más disquisiciones alrededor del COVID19 ir al Índice: Pensar, repensar y disentir en tiempos de Coronavirus

Entrevista de Sebastián Salgado a Zyanya Mariana en el contexto del COVID19




CORONAVIRUS EN MÉXICO: LA ESTRATEGIA DE AMLO

Desde el principio de la pandemia, el presidente Andrés Manuel López Obrador, tomó una postura similar a la de su vecino del norte, restándole importancia a la propagación del Coronavirus. Poco a poco fue tomando medidas y hoy la cuarentena es una realidad para todos los mexicanos. Para entender lo que está pasando en ese país hablamos con Zyanya Mariana, escritora e historiadora mexicana.