ZyanyaM
La inquietante utilidad de un monstruo inquietante:
monstruos, miedo y violencia en la narrativa de la novela Tadeys
No pueden representarse a sí mismo, deben ser representados
: Carlos Marx, El deciocho Brumario
…reía el turco y lloraba la Cristiandad
: Osvaldo Lamborghini, Tadeys
se tocaron la boca y la barriga, tal vez para indicar que los muertos
también son alimento, o –pero esto acaso es demasiado sutil–
para que yo entendiera que todo lo que comemos es, a la larga, carne humana.
: Jorge Luis Borges, “El informe de Brodie”
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Vespucio despierta «América» (grabado, 1638), Johannes Stradanus o van der Straat La escena muestra a Americo Vespucci despertando a una indígena
americana contra untransforndo de la flora y fauna americana, y algunos
indígenas canibales en la distancia.
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La inquietante utilidad de un monstruo inquietante:
monstruos, miedo y violencia en la narrativa de la novela Tadeys
V Congreso Internacional de Teoría y Crítica Literaria
El monstruo que habitamos
Cartografías del cuerpo y la ciudad en la literatura contemporánea
Departamento de Letras, UIA
Ciudad de México, México
Abril 11, 12 y 13 del 2018
La
bruja; el semita, judío o musulmán dependiendo el siglo; y el caníbal
son los tres grandes enemigos, incorregibles y monstruosos, que recorren
la cristiandad europea y aparecen como vislumbres, violentos
imaginarios o figuras fantasmagóricas en la novela Tadeys[1], del poeta y
escritor argentino Osvaldo Lamborghini. ¿Cómo llegaron hasta la novela,
redactada en 1983 y publicada póstumamente, estos tres monstruos
cristianos y occidentales? Seguramente, porque al decir occidental me
refiero al proyecto político cultural que nace en el siglo XVI en la
Europa cristiana, se difunde a partir de las estructuras coloniales,
principalmente americanas, bajo el nombre de civilización, modernidad,
Estados nacionales o literatura canónica —pienso en El mercader de
Venecia, en Otelo y en La tempestad de Shakespeare donde aparecen estos
monstruos—, y se prolonga hasta nuestros días en lo que llamaré el otoño
civilizatorio, produciendo en el continente americano parodias;
especies de revoluciones moleculares y estéticas como Tadeys (Deleuze).
¿Quienes
son estos monstruos? Las brujas son aberraciones porque son deseantes y
deseables. Su fe es menor, así explica a finales del siglo XV el
tratado Malleus Maleficare (Martillo de las brujas) la etimología del
término féminas aunque posiblemente sus raíces provengan del vocablo
indoeuropeo dhe(i) que significa ‘amamantar’ o del verbo latino arcaico
fevo que significa ‘producir un fruto’, en ambos casos comparte
etimología con las palabras latinas fecundus, felix o filius.
Independientemente de la etimología, las féminas son brujas porque son
autónomas y sobretodo incorregibles. Sus deseos nocturnos convocan a
Lucifer a quien le besan la mano izquierda, los pechos, los genitales y
el ano; el osculum infame con el cual el diablo las controla (Jean
Chevalier y Alain Gheerbrant). Las brujas se relacionan a los judíos a
través de la palabra sabbat (Baroja 77-101). El término con minúscula se
utiliza como sinónimo de aquelarre, reunión sexual de brujas, mientras
que con mayúscula se refiere al Sabbat viernes sagrado y nocturno en la
religión judía. Por otra parte, las brujas, los judíos y posteriormente
los musulmanes serán acusados de brujería. Las primeras porque conocen
de hierbas y producen ungüentos; los segundos, tanto judíos como
musulmanes, porque heredan del mundo mediterráneo una larga tradición de
conocimientos médicos acerca del cuerpo (Maahlouf). Por último, a los
tres monstruos se les imputará el canibalismo, comen niños, y a los
musulmanes en particular la incorregible sexualidad contranatura.
Incorregibles,
siempre incorregibles, porque es imposible situarlos en medio de un
aparato de corrección, una célula moral, jurídica o biológica alrededor
del individuo y su cuerpo. Unos incorregiblemente monstruosos y otros
simplemente monstruosos porque atentan a las leyes de la sociedad y a
las leyes naturales. El monstruo inquieta por su inteligibilidad, porque
es equívoco, porque es la respuesta espontánea y brutal de la
contranaturaleza; por eso al violar la ley la deja sin voz. De ahí que
la monstruosidad pueda calificarse de un acto jurídico biológico e
incluso moral, pues combinan lo imposible y lo prohibido (Foucault
61-64).
Los
monstruos son diferentes aún en sus formas equívocas y vagas. El primer
monstruo cristiano aparece en Tadeys como vislumbre corporal. Es decir,
cuerpos incompletos que no sabemos si son mujeres o seres amujerados;
el segundo como estructura de un régimen político despótico de tintes
orientales y orientalistas en los términos de imaginario que el escritor
y teórico palestino Edward Said explicara en su ensayo Orientalismo
(Said), y finalmente el tercer monstruo se enlaza con el misterio y el
origen de las costumbres, las tradiciones y los rasgos brutales y
enigmáticos del régimen político de la Comarca, lugar donde sucede la
trama. Una especia de canibalia, utilizando el término que Carlos
Jáuregui acuñara en su ensayo Canibalia. Canibalismo, calibanismo,
antropofagia cultural y consumo en América Latina (Jáuregui).
Antes
de convertirse en brujas o monstruos existen las niñas y las mujeres.
Las niñas no aparecen en la Comarca ni siquiera como objeto prohibido y
deseable: todo mundo “hasta el más palurdo de los ciudadanos sabe que no
es punible, gracias a nuestras sabias leyes, la violación de una
persona de sexo masculino, aunque se trate de un menor de edad”
(Lamborghini 97). Más aún, existe un proyecto estatal llamado Minones,
creado por dos ministros de Estado que sirve para amujerar a los hombres
y crear damitas para todos los gustos de la pirámide social.
El
proyecto puede explicarse de la siguiente manera: Los jóvenes se
levantan en razzias, los que iban de violentos o tenían antecedentes se
les enviaba sin miramientos al buque-cárcel, “a los demás se les
soltaba, con una ligera reprimenda” (Lamborghini 76). Una vez llegados a
bordo,
los
bufas los sodomizan a granel, y mientras algunos conservan un resto de
masculinidad durante cinco o seis días, otros, en veinticuatro horas se
vuelven idólatras del miembro, la feminización se les convierte en un
paraíso antes de pasar a la segunda fase del aprendizaje, la que se
pensó para volverlos damitas (Lamborghini 80).
Las
reglas en el buque eran muy claras, no se permitía que ejercieran la
masculinidad sometiendo a otros convictos, ni siquiera en términos de
homosexualidad pasiva. Todos eran hacinados y sodomizados públicamente;
se les eliminaba el nombre llamándolos por número o por palabras que se
consideran piropos callejeros vulgares; además se les recordaba con voz
ronca, mientras les metían el dedo por el ano, que su cuerpo ya no les
pertenecía “Espero que no te olvides, piba, desde hoy este es tu culo
rendido a un hombre, es tu único órgano sexual” (Lamborghini 78). Así se
convertían “todos, todas en mujeres, las más adorables, las más
perfectas” (Lamborghini 80).
Se
podría pensar que este proyecto estatal elimina la sexualidad de las
mujeres y el deseo hacia ellas, por lo tanto la posibilidad monstruosa
de que se conviertan en brujas. También se podría pensar que elimina la
necesidad de violar a las niñas y a las mujeres, incluyendo los
feminicidios. Se podría pensar, por último, que los monstruos son los
amujerados, los que mezclan dos cuerpos en una sola cabeza de nena, de
preciosa muñeca, de frágil flor, de damita deliciosa que suelta
lagrimitas porque no puede casarse de blanco. Es decir, “mujeres de
verdad y no la verdad estúpida de la mujer” (Lamborghini 20), pero no lo
son.
En
la Comarca no hay brujas y el sometimiento de las mujeres vía la
violencia no pasa por el deseo carnal; en realidad nunca lo hace. Por el
contrario, las mujeres aunque escasas aparecen como cuerpos incompletos
y sometidos a la ley. En el capítulo 1 —de los tres canónicos que
componen la novela sin contar los innumerables borradores y pies de
página—, aparecen Valeta y Joncha, esposa e hija del cabrero Rete Kab.
Se les describe manipuladas por las radionovelas y amedrentadas por el
látigo: “a la puta que desobedece es preciso ahora y siempre, con el
látigo del marido reventar” (Lamborghini 26). Una costumbre, “tabernaria
y ancestral”, indica que “los argumentos feminoides y disparatados de
las mujeres” así como “el derecho femenino a la testarudez concluía
cuando a la mujer el hombre se veía, bajo testigo, obligado a azotar”
(Lamborghini 27). La matriz de su incompletud radica en la falta de
voluntad, de vagina y ano deseables; en la falta del deseo del otro. No
las tocan ni como tentempié “ni un tenteconchas gastaba con ella”
(Lamborghini 22), sólo les interesan los hombres, el escarceo apasionado
con el ano e incluso la posibilidad prometida en un bar: “Vení, vamos
detrás de la arboleda, si el esfínter te lo pide, vení, barquito, hoy te
cargaremos carne por la popa” (Lamborghini 18); y van gozosos los
hombres detrás de la promesa aunque termine en atraco.
Las
mujeres están incompletas, incluso las putas y sus “casas de putas”
entrecomilladas están incompletas —quien entrecomilla es el mismo
Lamborghini—. Y es que los beodos provincianos no usan a las putas para
olvidar sus delirios donde “serpientes y funcionarios [vejan] niños
antes de estrangularlos con la piel de esos ofidios” (Lamborghini 22).
No, para olvidar beben Gomsterffi la bebida exclusiva para hombres; en
cambio para consolarse a los beodos provincianos
les
gustaba ir a la “Casa de putas” nada más que para vaciar la tripa con
unos vómitos y unos ventoseos y lanzarse a un extraño vicio que sólo los
lugareños entienden: colgarla boca abajo a la madama y patearle de
taquito el vientre (exquisito) pero un poco blando ya, a la manteca.”
(Lamborghini 18)
Vientre
blando como el de las madres y a la manteca como las medias lunas que
se desayunan tradicionalmente en argentina. Y es que las mujeres para
conservar el estatuto de hembra, de fémina sin atentar la ley social y
biológica que las convertiría en monstruos, deben mantenerse en la
función maternal cuidando de hombres-hijos borrachos a los que hay que
alimentar y nunca delatar. Esta última tarea la cumple la madama, amante
del comisario, que jamás denuncia a los que “prometen coger [te]
(perdóname la confianza) y luego el ano te lo [dejan] seco” (Lamborghini
19)[2]. Madres nutricias, comprensivas y sobretodo productivas;
sacralización económica de la mujer porque desde el siglo XIX la
mercantilización del sistema indica que la fuerza de una nación está
ligada al tamaño de su población (Foucault 76), como en el caso de las
hembras tadeys.
Los
tadeys son animales con inquietante parecido a los seres humanos, las
hembras no tienen mamás “y la vulva [es] un tajo enorme” (Lamborghini
189-190), sólo se diferencian de los machos porque carecen de miembro
viril. Socialmente, dentro de la manada, no cuentan para nada “ni
siquiera se les permitía ir a buscar agua o cocinar” (Lamborghini 193).
Sin embargo, gracias a un periodo corto de gestación de tres meses y a
una regla estricta de la manada, son prolíficas dentro del territorio de
la Comarca, el único lugar donde pueden reproducirse. Su pasión por
engendrar no impide copular sólo de noche, pues “a la hembra le
pertenece la exclusividad de la sombra”, en cambio durante el día los
tadeys son fanáticos sodomitas (Lamborghini 194-196).
Algo
parecido, pero ligeramente invertido, acostumbran algunos padres de
familia, como Rete Kab. Durante el día trabajan “con tesón e
inteligencia para que los suyos [su mujer y su hija] no [terminen] en la
miseria” (Lamborghini 21) y por las noches en el establo sodomizan a un
niño. La relación absolutamente jerárquica era una especie de bardaje,
de niño-esclavo al servicio del déspota “Poné el orto y cerrá el pico”
(Lamborghini 28). El niño, a la usanza del harem[3] persa, aceptaba la
penetración y el chorro de semen transformando su ano engrasado en
destino de “hembra ser” (Lamborghini 28). Como el Estado en el
buque-cárcel, el padre de familia amujera a través del ano a los que se
creen hombres.
La
comparación con el harem persa o el uso de la palabra déspota, no son
casuales. Desde la primera página el narrador se pregunta si los
problemas familiares de Rete Kab, boyerito incluido, no estarán
vinculados a la posesión de un harem particular (Lamborghini 17). Más
adelante en el apartado “Tadeys o muerte” —que no forma parte de los
capítulos canónicos—, unos ricos taddís (“con acento agudo y doble d
[que] en la Comarca significa siempre enfermedad y degeneración: lo
peyorativo por excelencia” (Lamborghini 369), con amaneramientos iguales
“de los maricas de todo el mundo”, platican acerca de los gozos del
harem y halaban el gusto exquisito de otro taddí que provee de ropita
para los serallos (Lamborghini 369).
Si
el establo de Rete Kab es un harem particular, un espacio doméstico, un
microcosmos del déspota padre de familia, el buque-cárcel es la
estructura social del Estado despótico o la estructura social del
segundo monstruo que aparece en Tadeys: el orientalismo y sus
perversiones. Recordemos que Aristóteles distingue cuatro tipos de
poder: los que pertenecen a la esfera pública: el poder del magistrado y
el del rey, y los otros dos que pertenecen a la esfera doméstica: el
poder del padre de familia y el del amo (despotés en griego). El padre
de familia también es un déspota pues en su casa no sólo viven mujer e
hijos sino esclavos, por eso debe ser muy cuidadoso de no confundir los
poderes del padre de familia con los del amo; costumbre propia de
bárbaros quienes sólo conocen un tipo de poder, el despótico
(Aristóteles I, i-ii). Para Aristóteles la palabra despótico, sólo puede
aplicarse a la esfera de lo público, sólo los bárbaros que no conocen
formas elevadas de organización política la aplican para todo sin
discernimiento (Arias 129). Siguiendo a Aristóteles, los viajeros
occidentales afirmarán que el clima cálido, la pereza y la lascivia de
los pueblos asiáticos conducen a la carnalidad, a políticas de Estado
donde se prefiere el sexo a la vida, pero no hablamos de cualquier tipo
de sexualidad sino de aquella que amujera a la sociedad, es decir:
la
sociedad despótica se presenta como una cadena de déspotas domésticos
(los hombres) que reinan con poder absoluto sobre su pequeño pueblo (las
mujeres). Pero por otro, esos hombres mismos, frente a lo Único no son
nada: se anulan ante su ley, y adoran su persona […] En la cual se
muestran mujeres: por otra parte es a lo que los destina el clima de
Asia, que da a los hombres todos los rasgos que caracterizan, en Europa,
a la femineidad. (Arias 132)
Esta
cita explica el sometimiento como estructura de afeminamiento que
subyace en el despotismo oriental, particularmente en el sistema turco,
contextualiza no sólo los celos salvajes de Otelo (Shakespeare, Otelo),
el moro que, según Iago, habla y ama de forma degradada sino lo que
sucede en La Comarca.
Este
vasto territorio, gobernado por la familia Vomir, comparte frontera y
algunas costumbres, como el pantalón abombachado, con Turquía. Dada la
cercanía geográfica de las posiciones otomanas con la capital
Goms-Lomes, en la llamada Edad Media, seguramente otras infiltraciones
más profundas y peligrosas existen; por ejemplo el gusto por el harem,
el ano y el poder despótico. En efecto, muchos son llamados déspotas en
la Comarca: “Pequeños déspotas degenerados” son los niños que se burlan
del protagonista Seer Tijuán; como “déspota demente” se describe a el
viejo Bouquert que prohibía el contacto entre hombres y mujeres,
obligándolas a embarazarse de extranjeros (Lamborghini 326); déspotas
son Emorebe Ky y la hiena Jones que inventaron el buque-cárcel y déspota
es el cabrero Kab a quien el boyerito le dice amo. En la Comarca lo
público y lo privado se someten a un solo tipo de poder el del amo, el
despotés que según la tradición orientalista no conoce otra ciencia más
que la de “saber gozar”, tal como lo demostrara el gran Inkle II, rey de
Goms-Lomes, quién proyectó la construcción de prostíbulos en los cuatro
puntos cardinales de la ciudad y que llamaría ”Goces del sur, Goces del
norte, Goces del este y Goces del oeste” (Lamborghini 179). ¿Cómo se
infiltró el harem y el déspota en la saga taydesiana?
En
una carta de 1983 destinada a César Aira, Osvaldo Lamborghini
calificaba de “absolutamente recomendable” la obra La estructura del
serallo. La ficción del despotismo asiático en el Occidente clásico[4]:
“En serio vale la pena. Si no lo conseguís avisame. Te lo mando”
(Strafacce 751). A partir del análisis de un corpus de relatos de viajes
a oriente, el filósofo francés Alain de Grosrichard intentaba, con su
publicación en 1979, poner en evidencia la estructura del poder
despótico; no como era en realidad, sino tal como había sido imaginado
por los hombres ilustrados y bien pensantes de finales del siglo XVII y
comienzos del XVIII. El libro fue traducido y publicado en Barcelona en
1981, llegando a manos de Lamborghini. Por esos días ocupaba al escritor
exiliado, justamente en Barcelona, la redacción de un texto extraño
dentro de su obra. Es decir, extrañamente articulado en términos de
narrativa y transparencia semántica, un texto donde el restringido
lenguaje-cuerpo que utiliza en otros textos como los Sebregondis se abre
a la geografía de un mundo ficcional: El Imperio de la Comarca o
LacOmar. En 1994, Aira publicaría este texto “inusitadamente cohesivo”
bajo el título Tadeys (Arias 126-128).
Hemos
visto entonces que los dos primeros monstruos la mujer y el semita, en
este caso turco musulmán, se cohesionan en el texto gracias a la
ficción, hecha por los viajeros occidentales, del poder despótico
oriental. Sus cuerpos incompletos o amujerados y sobretodo su ano se
convierten en un depósito de metáforas que sirven para dramatizar el
texto social y político. ¿Cómo se integra a ellos el caníbal, el tercer
monstruo de la cristiandad occidental?
La
palabra caníbal es uno de los primeros neologismos que produce la
expansión europea (Jáuregui 13). Proviene del término caríbal y esta de
caribe, palabra taína que significa “gente fuerte”. Desde los primeros
relatos de Colón y Américo Vespucio, las prácticas antropofágicas
distinguirán a los habitantes del Nuevo Mundo produciendo un vínculo
semántico entre América y canibalismo. En realidad, antes que caníbales,
en las alegorías del siglo XVI de Cesare Ripa (“América” 1593, 1611)
hasta las de Giulio Ferrario (Il costume antico e moderno, Milán 1820)
en el XIX —se representaron mujeres desnudas con ornamentos de plumas,
armadas con arco y flecha y rodeadas de una naturaleza exótica plagada
de animales gigantescos y extraños; generalmente a sus pies yacían
cabezas humanas símbolo de la antropofagia y la resistencia. Proyectaban
los grabados una suerte de canibalia (Jáuregui 19-22). Como antes la
bruja, la canibalesa deseada se convierte en máquina deseante, en la
figuración del apetito ilegitimo del otro y en el límite del apetito
colonial. Rápidamente, la conquista produjo una tautología entre caníbal
y cuerpo salvaje y de ello se derivó un silogismo falaz: los salvajes
son feos, los caníbales son salvajes, los caníbales son feos. Esta
falacia la reitera el padre Maker en su encuentro por primera vez con
los tadeys:
¿Qué
o quién era eso?, se preguntó Maker. “Un hombre en estado salvaje”, se
dijo. No, pues el ser que había aparecido, cuyo cuerpo era semejante al
de un niño de trece años, tenía la cara (horrible, abominable casi de
tan fea) completamente arrugada, aureolada, para su propia –Maker–
irrisión, de un círculo monjil de pelo albino. Sólo allí tenía pelo.
Como si se depilara (absurdo), ni uno solo más se veía en el resto del
cuerpo. Pensó: “Un mono lampiño”, y se sintió completamente estúpido:
“Mono lampiño” era una contradicción en los términos. (Lamborghini 187)
Hablamos
de un Otro, un salvaje, un feo, un mono lampiño, “un monstruo con cara
de perro” exclaman los náufragos europeos señalando a Calibán
(Shakespeare, Tempestad 127), un tadey. Sin embargo, lejos de encontrar
un sosiego semántico en la fealdad la palabra caníbal se transfigura,
como analiza Carlos Jáuregui en la historia cultural latinoamericana, en
una retórica más vinculada al pensar e imaginar que al comer
(Jáuregui). Calibán no piensa, no tiene saberes en cambio Próspero,
príncipe de Milán sabe:
Me apiadé de ti y me molesté
en hacerte hablar. A cada instante te enseñaba
una cosa u otra.
Cuando en estado salvaje no entendías tú
lo que querías decir, sino que parloteabas
como el peor de los brutos, fui yo
quien prestó palabras a tus propósitos
para que al fin pudieran expresarse. (Shakespeare, Tempestad 79)
Lo mismo dice Borges al referirse a los Yahoos:
"...de
la región que infestan los hombres monos (Apemen) tienen su morada los
Mlch, que llamaré Yahoos, para que mis lectores no olviden su naturaleza
bestial y porque una precisa transliteración es casi imposible, dada la
ausencia de vocales en su áspero lenguaje.” (Borges 451)
Lamborghini, por su parte, en boca del padre Maker reitera la carencia de lenguaje de los los tadeys que sólo poseen gruñidos:
Aquel
ser no era hombre, arriesgó, luego de hablarle en varias lenguas,
incomprensibles para Tadey — así lo había bautizado porque además de la
versión literal de tadey, era el gruñido que más repetía al mirarle,
fascinado, el miembro (Lamborghini 187)
Lascivos,
canibales, feos y carentes de lenguaje, así un tropo erótico en su
origen deviene un panóptico cultural que divide salvajes de civilizados.
Una especie de cartografía jurídica que legitima el derecho de
conquista del otro. Aunque canibalia parezca sumar todas las
monstruosidades cristianas (antropofagia, sodomía, incesto, agresividad
sexual femenina), en realidad comparte con la ficción orientalista, no
un discurso de verdad sino un signo del poder atlántico-europeo (Said
301-302) y una metáfora cultural de una Latinoamérica dividida; Ariel
colabora mientras que Calibán intenta resistirse.
Lo curioso, es que a pesar de la semántica tradicional de
los caníbales o de los vampiros de La cautiva de Echeverría, los tadeys
de Lamborghini son seres dóciles, sumisos y entregados por el goce que
aporta al ano. Se cogen y se comen entre ellos pero también se dejan
coger y comer:
Sin
mayores dificultades se podía distinguir al tadey principal (…) [gozaba
del privilegio] de tadearse a quien quisiera y en el mismo instante en
que se le antojaba. Tadearse (a Maker le debemos la comprensión del
gruñido), aun cuando el hoyuelo de su deseo estuviera ocupado por otro, y
lo mismo cuando sus ganas lo llevaban (para el elegido, un gran honor) a
furiosamente hacerse tadear. (Lamborghini 194).
Dóciles,
tan dóciles son los tadeys que se deslizan en el yo de los civilizados.
Se dejan coger pero al penetrarlos desaparece el norte ilustrado,
constelación que funda la patria Argentina. Se dejan comer pero al
comerlos aparece la “monstruosa” coincidencia entre el manejo de una
estancia y el funcionamiento del Estado (Gamerro 34). Así lo particular
americano, la orilla borgeana en la saga taydesiana no se inserta a lo
universal europeo, como una isla atada a Europa y EU, sino a lo
oriental, a lo asiático y despótico.
Como
antes lo hiciera Celan con la cultura occidental: “Leche negra del alba
te bebemos de noche/ te bebemos al mediodía la muerte es un amo de
Alemania/ (…) su ojo es azul” (Celan 81), Lamborghini denuncia el
occidentalismo periférico y la esquizofrenia cultural (Jáuregui 53).
Esquizofrenia latinoamericana que anuda en un solo cuerpo, en un solo
Estado nacional, disolución y apropiación, mismisidad y otredad, el acto
de comer y ser comido. Si Shylok, como los cerdos, morirá en los campos
de exterminio; Calibán, como el ganado, morirá en la ESMA.
Zyanya Mariana
Abril y 2018
Referencias biblio-hemerográficas
Arias,
Martín. «Una novela de oriente: Tadeys y la ficción despótica.» Edición
y prólogo Silvana López. Libertella/Lamborghini. La escritura/límite.
Buenos Aires: Corregidor, 2016. 125-149.
Aristóteles. La política. Trad. Antonio Gómez Robledo. México: Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, 2000.
Baroja, Julio Pio. Magia y brujería. San Sebastián: Txertoa, 1987
Borges, Jorge Luis. Borges, Jorge Luis. Obras completas, Vol. I, II y III, Buenos Aires: Emecé, 1989
---. El informe Brodie. Vol. II, Obras completas, Buenos Aires: Emecé, 1989: 451-456.
Chevalier, Jean y Alain Gheerbrant. Diccionario de los símbolos. Barcelona: Editorial Herder, 1986.
Celan, Paul. Amapola y memoria. Trad. Jesús Munárriz. Madrid: Hiperión, 1996.
Colectivo,
Mosca de colores. Diccionario gay español. Mosca de colores.com.
<http://www.moscasdecolores.com/es/diccionario-gay/espanol/1078-bardaje>.
(Consultada abril 6, 2018).
Deleuze, Gilles y Felix Guattari. Mille Plateaux, Capitalisme et schizophrénie. Paris: Les éditions de Minuit, 1980.
Echeverría, Esteban. La cautiva. Biblioteca virtual universal, 2003.PDF.
---. El matadero. Editado por el aleph.com
http://bibliotecadigital.educ.ar/uploads/contents/EstebanEcheverra-Elmatadero0.pdf
(Consultada abril 13, 2016).
Foucault,
Michel. Los anormales: Curso en el collège de France (1974-1975). Trad.
Horacio Pons. México: Fondo de Cultura Económica, 2001.
Gamerro, Carlos. Facundo o Martín Fierro. Buenos Aires: Sudamericana, 2015.
Jáuregui,
Carlos. Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y
consumo en América Latina. Madrid: Iberoamericana, 2008.
Lamborghini, Osvaldo. Tadeys. Buenos Aires: Random House Mondadori, 2012.
Maahlouf,
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Shakespeare,
William. La tempestad. Trad. Enriqueta González Padilla. México:
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1996.
---. Otelo, el moro de Venecia. Trad. Jose mendez Herrera. 1976: Aguilar, 1976.
Strafacce, Ricardo. Osvaldo Lamborghini, una biografía. Buenos Aires: Mansalva, 2008.
[1] Todas las citas de la novela Tadeys pertenecen a la edición de Mondadori 2012
[2] “prometen cogerte (perdóname la confianza) y luego el ano te lo dejaron seco”
[3]
En México se usa la grafía harem mientras que en argentina se usa
harén, ambos son aceptados. Para evitar confusiones usaré la grafía
harem incluso en las citas.
[4] Structure du sérail. La fiction du despotisme asiatique dans l`Occident classique (segunda mitad del siglo XVII)