martes, 7 de enero de 2020

Cine: Parásitos



Parásitos (기생충)
Bong Joon-ho
Corea del sur, 2019

Unos son miserables otros son riquísimos; unos viven en un sótano y otros tienen uno propio, ambos están obligados a convivir. Esa podría ser la síntesis de la séptima película de Bong Joon-ho, Parásitos, palma de oro en Cannes 2019. Una pieza casi teatral, estilísticamente virtuosa, que va de la comedia al horror generando ansiedad y coqueteando por momentos con lo fantástico. Es decir, un recorrido vertiginoso de géneros que nos recuerda las narrativas polimorfas de The Host (괴물 2006) y Okja (옥자 2017) y, por supuesto, los tintes políticos de Memorias de un asesino (살인의 추억 2003).
            En un año de eclosiones sociales, Bong Joon-ho, a partir de la historia de dos familias que deben convivir, denuncia la actualidad del planeta: las desigualdades sociales, la precarización del trabajo, la violencia que genera el sistema y, sobre todo, la cohabitación entre ricos y pobres. Desde la primera escena, con enorme carga simbólica, se muestra la complicidad y el sótano desde donde la familia Ki-taek mira el mundo.
            Desempleados, el pequeño clan vive al día hasta que el hijo, quien no pudo entrar a la universidad, consigue trabajo como tutor de inglés de la hija adolescente de la adinerada familia Park. Ki Woo sube pendientes y escaleras para llegar a la mansión de los Park, los que viven arriba. Su llegada implica una sutil maniobra de infiltración que operará las otras etapas de penetración, hasta que las dos familias se entrelacen; los unos como señores de la casa, los otros como servidumbre alienada a la sombra de la riqueza. Pero la sumisión de la familia Ki-taek, en este caso, es una domesticidad postiza, un disfraz burlón que va revelando no sólo los secretos de la casa sino la vacuidad de sus propietarios, los complejos, así como la pedantería del arquitecto Park y las angustias de su ingenua esposa. A pesar de la lluvia —para algunos despojo para otros contemplación—, a pesar del olor corporal, y otros pesares, los seres humanos, lo queramos o no, estamos obligados a coexistir y la película habla de ello desde el humor y la acidez.
            Esta apuesta por lo actual — cabe recordar la polémica, dentro del festival de Cannes, que que en el 2017 suscitó Okja estrenada por Netflix—; esta capacidad discursiva, este dominio casi total del oficio, no son talentos exclusivos del director y guionista Bong Joon-ho. Los hemos visto en su actor fetiche Song Kang-ho, el padre de la familia Ki, y en otros directores coreanos. Pienso en el afamado Park Chan-wook, tanto en su trilogía de la venganza (복수 삼부작: Sympathy for Mr. Vengeance, 2002; Oldboy, 2003 y Lady Vengeance,2005) como en el thriller erótico La doncella (아가씨, 2016); en Kim Ki-duk (Las estaciones de la vida, 여름 가을 겨울 그리고 봄, 2003) y en Kim Jee-woon, los cinco identificados como sam ppal youk”, la generación de los 3-8-6. Llamados así en Corea del sur porque tenían 30 años cuando inició el auge económico de los años 90; 8 porque fueron la semilla de la revolución de terciopelo de los años 80, como se le conoce a la transición entre la dictadura y la modernidad tecnológica; y 6 porque nacieron en la década de los 60.
            A ello, habría que añadirle que el cine sudcoreano está financiado y distribuido por el Estado y que el gobierno impone a las distribuidoras tres películas locales por una extranjera. Cuenta la leyenda que un día el presidente Kin Young-sam (1993-1998) descubrió que las ganancias de Jurassic Park, de Steven Spielberg, equivalían a las ventas de 1.5 millones de coches Hyundai. Lo cierto es que Seúl, capital del cine, es el quinto mercado cinematográfico mundial. Algo de ello, habría que aprenderles.



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