miércoles, 25 de octubre de 2023

Cuentos de otros: Marguerite Yourcenar

CUENTOS DE OTROS

 

 


MARGUERITE YOURCENAR
(BRUSELAS 1903- EU 1987)

 

Tengo cuatro libros preferidos, el primero de ellos, quizás porque lo leí en la adolescencia, es Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Como yo, ella amaba las lecturas orientales, particularmente la literatura japonesa. El cuento que ahora presento, "El último amor del Príncipe Genghi", traducción de Emma Calatayud, forma parte justamente del libro titulado Cuentos orientales. El personaje proviene de la Historia de Genji. El Genji Monogatari (源氏物語), de Murasaki Shikibu, escritora japonesa de mediados del período de Heian. Esta novela del año 1000, escrita por una mujer cortesana, es un clásico y un manantial para la literatura japonesa. Lo fue también para Yourcenar... quizás también para mí.

 

 

MARGUERITE YOURCENAR
EL ÚLTIMO AMOR DEL PRÍNCIPE GENGHI

 

Cuando Genghi el Resplandeciente, el mayor seductor que jamás se vio en Asia, cumplió los cincuenta años, se dio cuenta de que era forzoso empezar a morir. Su segunda mujer, Murasaki, la princesa Violeta, a quien tanto había amado, pese a muchas infidelidades contradictorias, lo había precedido por el camino que lleva a uno de esos Paraísos adonde van los muertos que han adquirido algunos méritos en el transcurso de esta vida cambiante y difícil, y Genghi se atormentaba por no poder recordar con exactitud su sonrisa, ni la mueca que hacía cuando lloraba. Su tercera esposa, la Princesa del-Palacio-del-Oeste, lo había engañado con un pariente joven, al igual que él engañó a su padre, en los días de su juventud, con una emperatriz adolescente. Volvía a representarse la misma obra en el teatro del mundo, pero él sabía que esta vez sólo le tocaba hacer el papel de viejo, y prefería el de fantasma. Por eso distribuyó sus bienes, dio pensiones a sus servidores y se dispuso a terminar sus días en una ermita que había mandado construir en la ladera de la montaña. Atravesó la ciudad por última vez, seguido tan sólo por dos o tres adictos compañeros que no se resignaban a decirle adiós a su propia juventud. Pese a ser hora temprana, algunas mujeres pegaban el rostro contra los listones de las persianas. Comentaban en voz alta que Genghi era muy apuesto aún, lo que demostró una vez más al príncipe que ya era hora de marcharse.
Tardó tres días en llegar a la ermita situada en medio de un paisaje fragoso. La casita se erguía al pie de un arce centenario; como era otoño, las hojas de aquel hermoso árbol cubrían el techo de paja con techumbre de oro. La vida en aquellas soledades resultó ser más sencilla y más dura todavía de lo que había sido durante un largo exilio en el extranjero, que Genghi tuvo que soportar allá en su juventud tempestuosa, y aquel hombre refinado pudo gozar por fin a gusto del lujo supremo que consiste en prescindir de todo. Pronto se anunciaron los primeros fríos; las laderas de la montaña se cubrieron de nieve, como los amplios pliegues de esas vestiduras acolchadas que se llevan en el invierno, y la niebla terminó por ahogar al sol. Desde el alba al crepúsculo, a la débil luz de un escaso brasero, Genghi leía las Escrituras y encontraba un sabor a los versículos austeros del que carecían, según él, los patéticos versos de amor. Mas pronto advirtió que la vista se le debilitaba, como si todas las lágrimas vertidas por sus frágiles amantes le hubieran quemado los ojos, y se vio obligado a percatarse de que, para él, las tinieblas empezarían antes de que llegara la muerte. De cuando en cuando, un correo aterido de frío llegaba rengueando hasta él desde la capital, con los pies hinchados de cansancio y de sabañones, y le presentaba respetuosamente unos mensajes de parientes o de amigos que deseaban ir a visitarlo una vez más en este mundo, antes de que llegara la hora de los encuentros infinitos e inciertos en el otro. Pero Genghi temía inspirar a sus huéspedes respeto o compasión, dos sentimientos que le horrorizaban y a los que prefería el olvido. Movía tristemente la cabeza, y aquel príncipe —en otros tiempos famoso por su talento de poeta y de calígrafo— enviaba al mensajero con una hoja de papel en blanco. Poco a poco, las comunicaciones con la capital se fueron espaciando; el ciclo de las fiestas estacionales continuaba girando lejos del príncipe que antaño las dirigía con un movimiento de su abanico y Genghi, abandonándose sin pudor a las tristezas de la soledad, empeoraba sin cesar la enfermedad de sus ojos, pues ya no le daba vergüenza llorar.
Dos de sus antiguas amantes le habían propuesto compartir con él su aislamiento lleno de recuerdos. Las cartas más tiernas provenían de la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen: era una antigua concubina de no muy alta cuna y de mediana belleza; había servido fielmente como dama de honor a las demás esposas de Genghi y, durante dieciocho años, amó al príncipe sin cansarse jamás de sufrir. Él le hacía visitas nocturnas de vez en cuando, y aquellos encuentros, aunque escasos como las estrellas en la noche de lluvia, habían bastado para iluminar la pobre vida de la Dama-del-pueblo-de-las flores-que-caen. Al no hacerse ilusiones ni sobre su belleza, ni sobre su talento, ni sobre la nobleza de su linaje, sólo la Dama entre tantas amantes conservaba una dulce gratitud hacia Genghi, pues no le parecía natural que él la hubiera amado.
Como sus cartas permanecían sin respuesta, alquiló un modesto carruaje y subió a la cabaña del príncipe solitario. Empujó tímidamente la puerta, hecha de un entramado de ramas; se arrodilló con una humilde sonrisa, para disculparse por estar allí. Era la época en que Genghi aún reconocía el rostro de sus visitantes cuando se acercaban mucho. Le invadió una amarga rabia ante aquella mujer que despertaba en él los más punzantes recuerdos de los días muertos, menos a causa de su propia presencia que por su perfume, que todavía impregnaba sus mangas, perfume que habían llevado sus difuntas mujeres. Ella le suplicó tristemente que la dejara quedarse al menos como sirvienta. Implacable por primera vez, la echó de allí, mas ella había conservado algunos amigos entre los pocos ancianos que se encargaban del servicio del príncipe y éstos, en ocasiones, le comunicaban noticias suyas. Cruel a su vez contra su costumbre, vigilaba desde lejos cómo progresaba la ceguera de Genghi lo mismo que una mujer, impaciente por reunirse con su amante, espera que caiga por completo la noche.
Cuando supo que estaba casi del todo ciego, se despojó de sus vestiduras de ciudad y se puso un vestido corto y de tela basta, como los que llevan las jóvenes aldeanas; trenzó su pelo a la manera de las campesinas y cargó con un fardo de telas y cacharros de barro, como los que se venden en las ferias de los pueblos. Vestida de aquel modo tan ridículo, pidió que la llevaran al lugar donde vivía el exiliado voluntario, en compañía de los corzos y de los pavos reales del bosque; hizo a pie la última parte del trayecto, para que el barro y el cansancio le ayudaran a representar bien su papel. Las lluvias tempranas de primavera caían del cielo sobre la blanda tierra, ahogando las últimas luces del crepúsculo: era la hora en que Genghi, envuelto en su estricto hábito de monje, se paseaba lentamente a lo largo del sendero del que sus viejos servidores habían apartado cuidadosamente el menor guijarro, para impedir que tropezara. Su rostro, como vacío, ausente, deslustrado por la proximidad de la vejez, parecía un espejo emplomado donde antaño se reflejó la belleza, y la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen no necesitó fingir para ponerse a llorar.
Aquel rumor de sollozos femeninos hizo estremecerse a Genghi, quien se orientó lentamente hacia el lado de donde procedían aquellas lágrimas.
—¿Quién eres tú, mujer? —preguntó con inquietud.
—Soy Ukifine, la hija del granjero So Hei —dijo la Dama sin olvidarse de adoptar un acento de pueblo—. Fui a la ciudad con mi madre para comprar unas telas y unas cacerolas, pues me voy a casar para la próxima luna. Me he perdido por los senderos de la montaña, y lloro porque me dan miedo los jabalíes, los demonios, el deseo de los hombres y los fantasmas de los muertos.
—Estás empapada, jovencita —le dijo el príncipe poniéndole la mano en el hombro.
Y en efecto, estaba calada hasta los huesos. El contacto de aquella mano tan familiar la hizo estremecerse desde la punta de los cabellos hasta los dedos de sus pies descalzos, pero Genghi supuso que tiritaba de frío.
—Ven a mi cabaña —dijo el príncipe con voz prometedora—. Podrás calentarte en mi fuego, aunque hay en él menos carbón que cenizas.
La Dama lo siguió, poniendo gran cuidado en imitar los andares torpes de las campesinas. Ambos se pusieron en cuclillas delante del fuego, que estaba casi apagado. Genghi tendía sus manos hacia el calor, pero la Dama disimulaba sus dedos, harto delicados para pertenecer a una muchacha del campo.
—Estoy ciego —suspiró Genghi al cabo de un instante—. Puedes quitarte sin ningún escrúpulo tus vestidos mojados, jovencita, y calentarte desnuda delante de mi fuego.
La Dama se quitó dócilmente su traje de campesina. El fuego ponía un color rosado en su esbelto cuerpo, que parecía tallado en el más pálido ámbar. De repente, Genghi murmuró:
—Te he engañado, jovencita, pues aún no estoy completamente ciego. Te adivino a través de una neblina que quizá no sea sino el halo de tu propia belleza. Déjame poner la mano en tu brazo, que tiembla todavía.
Y así es como la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen volvió a ser amante del príncipe Genghi, a quien había amado humildemente durante más de dieciocho años. No se olvidó de imitar las lágrimas y las timideces de una doncella en su primer amor. Su cuerpo se conservaba asombrosamente joven, y la vista del príncipe era demasiado débil para distinguir sus canas.
Cuando acabaron de acariciarse, la Dama se arrodilló ante el príncipe y le dijo:
—Te he engañado, príncipe. Soy Ukifine, es verdad, la hija del granjero So-Hei, mas no me perdí en la montaña; la fama del príncipe Genghi se extendió hasta el pueblo y vine por mi propia voluntad, con el fin de descubrir el amor entre tus brazos.
Genghi se levantó tambaleándose, como un pino que vacila, sometido a los embates del invierno y del viento. Exclamó con voz sibilante:
—¡Caiga la desgracia sobre ti, que me traes el recuerdo de mi primer enemigo, el apuesto príncipe de agudos ojos, cuya imagen me hace estar despierto todas las noches!… Vete…
Y la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen se alejó, arrepentida del error que acababa de cometer.
En las semanas que siguieron, Genghi permaneció solo, sufría mucho. Se percataba con desaliento de que aún se hallaba a la merced de las añagazas de este mundo y muy poco preparado para las renovaciones de la otra vida. La visita de la hija del granjero So-Hei había despertado en él la afición por las criaturas de estrechas muñecas, largos pechos cónicos y risa patética y dócil. Desde que se estaba quedando ciego, el sentido del tacto era su único medio de comunicación con la belleza del mundo, y los paisajes en donde había venido a refugiarse no le dispensaban ya ningún consuelo, pues el ruido de un arroyo es más monótono que la voz de una mujer, y las curvas de las colinas o los jirones de las nubes están hechos para los que ven, y además se hallan harto lejos de nosotros para dejarse acariciar.
Dos meses más tarde, la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen hizo una segunda tentativa. Esta vez se vistió y perfumó con cuidado, pero puso atención en que el corte de sus vestidos fuera algo raquítico y poco atrevido en su misma elegancia, y que el perfume, discreto pero banal, sugiriese la falta de imaginación de una joven que procede de una honorable familia de provincias, y que nunca vio la corte.
En aquella ocasión alquiló unos portadores y una silla imponente, aunque careciese de los últimos perfeccionamientos de las de la ciudad. Se las arregló para no llegar a los alrededores de la cabaña de Genghi hasta que no fuera noche cerrada. El verano se le había adelantado por la montaña. Genghi, sentado al pie del arce, oía cantar a los grillos. Se acercó a él ocultando a medias su rostro detrás de un abanico y murmuró confusa:
—Soy Chujo, la mujer de Sukazu, un noble de séptima fila de la provincia de Yamato. Me dirijo en peregrinación al templo de Isé, pero uno de mis portadores acaba de torcerse el tobillo y no puedo continuar mi camino hasta que llegue la aurora. Indícame una cabaña donde yo pueda alojarme sin temor a las calumnias, para que mis siervos puedan descansar.
—¿Y dónde puede hallarse más resguardada una mujer de las calumnias que en casa de un anciano ciego? —dijo amargamente el príncipe—. Mi cabaña es demasiado pequeña para que quepan en ella tus servidores, pero pueden instalarse debajo de este árbol. Yo te cederé a ti el único colchón de mi refugio.
Se levantó a tientas para mostrarle el camino. Ni una vez había levantado la mirada hacia ella, y por esta señal la Dama comprendió que se había quedado completamente ciego.
Cuando ella se hubo tendido en el colchón de hojas secas, Genghi volvió a ocupar melancólico su puesto en el umbral de la cabaña. Estaba triste y ni siquiera sabía si aquella mujer era hermosa.
La noche era cálida y clara. La luna ponía su reflejo en el rostro alzado del ciego, que parecía esculpido en jade blanco. Al cabo de un buen rato, la Dama abandonó su rústico lecho y fue a sentarse a su vez a la puerta. Dijo con un suspiro:
—La noche es hermosa y no tengo sueño. Permíteme que cante una de las canciones que llenan mi corazón.
Y sin esperar la respuesta cantó una romanza que le gustaba mucho al príncipe, por haberla oído antaño muchas veces en labios de su mujer preferida, la princesa Violeta. Genghi, turbado, se acercó insensiblemente a la desconocida.
—¿De dónde vienes, mujer, que sabes unas canciones que gustaban en tiempos de mi juventud? Arpa donde florecen tonadas de otros tiempos, déjame pasear la mano por tus cuerdas.
Y le acarició los cabellos. Tras un instante, preguntó:
—¡Ay! ¿No es tu marido más joven y más apuesto que yo, muchacha del país de Yamato?
—Mi marido es menos guapo y parece menos joven —respondió sencillamente la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen.
Y de este modo, la Dama fue, bajo un nuevo disfraz, la amante del príncipe Genghi, al que antaño había pertenecido. Por la mañana, le ayudó a preparar una papilla caliente y el príncipe Genghi le dijo:
—Eres hábil y tierna, mujer, y no creo que ni siquiera el príncipe Genghi, que tan afortunado fue en amores, tuviera una amiga más dulce que tú.
—Nunca oí hablar del príncipe Genghi —dijo la Dama moviendo la cabeza.
—¿Cómo? —exclamó amargamente Genghi—. ¿Tan pronto lo han olvidado?
Y permaneció sombrío durante todo el día. La Dama comprendió entonces que acababa de equivocarse por segunda vez, pero Genghi no habló de echarla y parecía feliz al escuchar el roce de su vestido de seda en la hierba.
Llegó el otoño, y convirtió a los árboles de la montaña en otras tantas hadas vestidas de púrpura y oro, aunque destinadas a morir en cuanto llegaran los primeros fríos. La Dama le describía a Genghi todos aquellos pardos grises, castaños dorados, marrones malvas, poniendo gran cuidado en no hacer alusión a ello sino como por casualidad, y evitando siempre parecer que le ayudaba demasiado ostensiblemente. Sorprendía y encantaba a Genghi inventando ingeniosos collares de flores, platos refinados a fuerza de sencillez, letras nuevas adaptadas a viejas músicas conmovedoras y lastimeras. Ya había hecho alarde de estos mismos talentos en su pabellón de quinta concubina, en donde Genghi la visitaba antaño, pero éste, distraído por otros amores, no se había dado cuenta.
A finales de otoño subieron las fiebres de los pantanos. Los insectos pululaban en el aire infectado, y cada vez que se respiraba era como si se bebiera un sorbo de agua en una fuente envenenada.
Genghi cayó enfermo y se acostó en su lecho de hojas muertas comprendiendo que no tornaría a levantarse. Se avergonzaba ante la Dama de su debilidad y de los humildes cuidados a los que la obligaba su enfermedad, mas aquel hombre, que durante toda su vida había buscado en cada experiencia lo que tenía a la vez de más insólito y de más desgarrador, no podía por menos de gozar con lo que aquella nueva y miserable intimidad añadía a las estrechas dulzuras del amor entre dos seres.
Una mañana en que la Dama le daba masaje en las piernas, Genghi se incorporó apoyándose en el codo y, buscando a tientas las manos de la Dama, murmuró:
—Mujer que cuidas al que va a morir, te he engañado. Soy el príncipe Genghi.
—Cuando vine hacia ti no era más que una ignorante provinciana —dijo la Dama—, y no sabía quién era el príncipe Genghi. Ahora sé que ha sido el más hermoso y el más deseado de todos los hombres, pero tú no tienes necesidad de ser el príncipe Genghi para ser amado.
Genghi le dio las gracias con una sonrisa. Desde que callaban sus ojos, parecía como si su mirada se moviera en sus labios.
—Voy a morir —profirió trabajosamente—. No me quejo de una suerte que comparto con las flores, con los insectos y con los astros. En un universo en donde todo pasa como un sueño, sentiría remordimientos de durar para siempre. No me quejo de que las cosas, los seres, los corazones sean perecederos, puesto que parte de su belleza se compone de esta desventura. Lo que me aflige es que sean únicos. Antaño, la certidumbre de obtener en cada instante de mi vida una revelación que no se renovaría nunca constituía lo más claro de mis secretos placeres: ahora muero confuso como un privilegiado que ha sido el único en asistir a una fiesta que se dará sólo una vez. Queridos objetos, no tenéis por testigo sino a un ciego que muere… Otras mujeres florecerán, igual de sonrientes que aquellas que yo amé, mas su sonrisa será diferente, y el lunar que me apasiona se habrá desplazado en su mejilla de ámbar la distancia de un átomo. Otros corazones se romperán bajo el peso de un insoportable amor, mas sus lágrimas no serán nuestras lágrimas. Unas manos húmedas de deseo continuarán juntándose bajo los almendros en flor, pero la misma lluvia de pétalos nunca se deshoja dos veces sobre la misma ventura humana. ¡Ay! Me siento igual que un hombre arrastrado por una inundación y que quisiera hallar al menos un rinconcito de tierra seca donde depositar unas cuantas cartas amarillentas y algunos abanicos de marchitos colores… ¿Qué será de ti cuando yo ya no exista para enternecerme al recrearte, Recuerdo de la Princesa Azul, mi primera mujer, en cuyo amor no creí hasta el día siguiente a su muerte? ¿Y de ti, Recuerdo desolado de la Dama-del-pabellón-de-las-campanillas, que murió en mis brazos porque una rival celosa se había empeñado en ser la única en amarme? ¿Y de vosotros, Recuerdos insidiosos de mi hermosísima madrastra y de mi jovencísima esposa, que se encargaron de enseñarme alternativamente lo que se sufre siendo el cómplice o la víctima de una infidelidad? ¿Y de ti, Recuerdo sutil de la Dama Cigarra-del-jardín, que me esquivó por pudor, de suerte que tuve que consolarme con su joven hermano, cuyo rostro infantil reflejaba algunos rasgos de aquella tímida sonrisa de mujer? ¿Y de ti querido Recuerdo de la Dama-de-la-larga-noche, que fue tan dulce y que consintió en ser la tercera tanto en mi casa como en mi corazón? ¿Y de ti, pequeño Recuerdo pastoral de la hija del granjero So-Hei, que no amaba de mí más que mi pasado? ¿Y de ti, sobre todo, Recuerdo delicioso de la pequeña Chujo que en estos momentos me da masaje en los pies, y que no tendrá tiempo de convertirse en recuerdo? Chujo, a quien yo hubiera deseado encontrar antes en mi vida, aunque también sea justo reservar alguna fruta para finales de otoño…
Embriagado de tristeza, dejó caer su cabeza en la dura almohada. La Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen se inclinó sobre él y murmuró temblorosa:
—¿Y no había en tu palacio otra mujer, cuyo nombre no has pronunciado? ¿No era acaso dulce? ¿No se llamaba la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen? Ay, recuerda…
Pero las facciones del príncipe habían adquirido ya esa serenidad reservada tan sólo a los muertos. El fin de todos los dolores había borrado de su rostro toda huella de saciedad o de amargura, y parecía haberle persuadido de que aún tenía dieciocho años. La Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen se echó al suelo gritando, olvidando todo recato. Las lágrimas, saladas, arrasaban sus mejillas como una lluvia de tormenta y sus cabellos arrancados volaban por el aire como borra de seda. El único nombre que Genghi había olvidado era precisamente el suyo.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Rituales del caos: PÍCAROS Y PACHUCOS 2; TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1 COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS (segunda parte)

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
: Jorge Luis Borges
 
 


PÍCAROS Y PACHUCOS 2,
TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1 COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS
 
 (segunda parte del texto) 
 
 II ENTRE PACHUCOS, EL PACHUCO DE ORO 



Quizás, La chiva, como le decían por dejarse una barba en el mentón, soñaba con el teatro y los aplausos del público, como los personajes pícaros que encarnaría posteriormente. Al dejar la preparatoria, Germán trabajó en la radiodifusora de Ciudad Juárez, la XEJ, "la voz de la frontera", fundada por Pedro Meneses Hoyos, amigo de su padre. Ahí, ejerció como barrendero, mandadero y etiquetador de discos. Dicen que la Diosa Fortuna "lo puso donde había" y al imitar a Agustín Lara se transformó en locutor. Entre 1933 y 1943, condujo el programa Agustín Larín donde parodiaba al celebre compositor, pero fue imitando a Popeye el marino, el popular personaje de Elzie Crisler Segar, en la primera temporada del programa El barco de la ilusión donde configuró su estilo humorístico, su capacidad de improvisación, de contar chistes, de vender publicidad y, sobre todo, de escribir sketches a partir de su habilidad lingüística y su bilingüismo. 
 
 


Se fue a trabajar con la competencia, la XEF y la XEP y se convirtió en figura radiofónica. Se casó con Magdalena Martínez, tuvo dos hijos y fue infeliz. Se reincorporó al teatro-estudio de la XEJ, como locutor-actor de El barco de la ilusión (1940-1943) [1], segunda temporada, donde junto a su mentor Meneses, gestaron al personaje más famoso de la estación: El Pachuco Topillo Tapas. Valdría la pena decir que el teatro fue semillero de la época de oro, que los actores cómicos del teatro de revista se llevaron su sólida formación a la pantalla. El paso del teatro al cine fue natural, no sólo en Tin Tan. Lo vemos en la película inaugural de la época de oro, Allá en el rancho grande donde aparece Carlos López, el Chaflán, actor proveniente, como todos los cómicos, de las carpas. En la película caracterizará el arquetipo del personaje pobre, en contra del patrón y eternamente borracho. Ese personaje lo volveremos a ver en dos mujeres del cine la tostada y la guayabaAmelia Wilhelmy y Delia Magaña, ambas provenientes del teatro. En la mañana eran actores de cine y en la noche del teatro de revista, vinculado a la calle y a los movimientos políticos.  Por ello no es extraño que Tin Tan eligiera el Pachuco como personaje.


“El Rey de las Carpas”, Jesús Martínez “Palillo” (1913-1994) surge en los años 30 y tiene su auge en los años 40 y 50. Palillo no denuncia, alude a la verdad política, a los miserables, a los impunes y corruptos que todos conocían. Encarcelado nueves meses, fue víctima de la censura y la incapacidad de los políticos de la época, que aludir no genera realmente revueltas políticas.


Hablando del traje, Pedro Meneses contaba que, en la casa Rosens de Juárez, compró para el espectáculo un traje que los negros de chicago llamaban Zoot suit y "que consistía en llevarle la contraria al presidente norteamericano Roosevelt y sus consejos de economía". El traje se componía de un saco largo y estilizado, con grandes hombreras y solapas; corbata amplia; pantalón grande y abombado, con un dobladillo en el tobillo y sujeto por tirantes a la altura del pecho; cadena en la bolsa para las llaves; zapatos bicolores y un sombrero de fieltro, de ala ancha, decorado con una pluma de pavoreal o avestruz. La ropa no escondía "un cuerpo y un alma a la intemperie", como afirmaba Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad (1950), el traje hablaba y mucho. Cada elemento de la estrambótica indumentaria parodiaba "los felices y locos años 20" de los WASP (siglas para White Anglo-saxon protestant), más aún, dialogaba con la Crisis del 29, la posterior depresión económica y el "Programa bracero". Era una respuesta estética a los enfrentamientos interculturales en los Estados Unidos, mucho antes de la era de Trump; antes del asesinato del chicano José Gallardo Díaz en Sleepy Lagoon; antes incluso de los ataques en el verano de 1943, perpetrados en los Ángeles por militares, e incluso policías, a la comunidad chicana y conocidos como "los disturbios del Zoot Suit". Los jóvenes que gritaban el malestar con la ropa eran los residuos de la modernidad americana: los dudes de Harlem, los negros y jazzistas de Chicago, los japoneses señalados como sospechosos, los filipinos y los mexicanos-estadounidenses que se hacían llamar Pachucos. 
 

Pachucos callejeros/ Laurel & Hardy en Zoot Suit Bad, 1943





Estaban en todas partes y formaban parte de la educación sentimental de las urbes fronterizas de los años 40. Desde los años 30, caminaban por los barrios marginales de los Ángeles y bailaban swing como convulsión estética, pero es hasta 1943 cuando el mundo del espectáculo los multiplica. Stan y Ollie (Stan Laurel y Oliver Hardy) se visten de Pachucos, "The Original Zoot Suit Band", para embaucar a ilusos, en la película Jitterbugs (Los reyes de la risa). En México, el comediante y director, Roberto "El Panzón Soto", monta dos obras: "El Tenorio Pachuco" y "El máximo Pachuco", farsa en alusión al hermano incómodo del presidente: Maximino Ávila Camacho. Poco tiempo después, el actor y cómico Adalberto Martínez "Resortes", encabezaría una compañía con el nombre de Pachuco's Review, con la que haría varias giras por México y Latinoamérica.

Roberto Soto, el maestro del diálogo político en el Teatro de Carpa.
El primer actor que se viste de Pachuco y se hace llamar el Máximo Pachuco, criticando al hermano incómodo del presidente: Maximino Ávila Camacho



En la década de los 40, las aventuras de los Pachucos también se leen en el pepín Padrinos y Vampiresos, del historietista Neoleonés Bismarck Mier. El 11 de octubre del 43, un mes antes de que Tin Tan llegara a la capital, el Pachuco Poca Luz, trompudo y tuerto, llega a la ciudad de México procedente de Los Ángeles. En el barrio se encuentra con Huele de Noche, su carnal y cómplice mayor; con Creciente; Inocentito; el Apagao y la gorda Pimenia, tribu de pícaros con quienes vivirá aventuras y se enfrentará a la fauna urbana del México moderno: diputados, chafiretes, cabareteras y policías corruptos. Un año después, en agosto de 1944, los personajes de Padrinos y Vampiresos son "contratados" para interpretar una serie de "Cuentos clásicos", se convertirán en actores dirigidos por el "director Bismarck Mier" quien explica que: "A pesar de todas las dificultades que existen para contratar nuevos actores, hemos conseguido que muchos que querían irse de braceros trabajen para nosotros." Entre los cuentos está la historieta "La Marca del Zorrillo", parodia de la película La Marca del Zorro (The Mark of Zorro, Fred Niblo, 1920) que se publica cinco años antes de que Tin Tan, dirigido por Martínez Solares, filmara la película con el mismo nombre, La marca del Zorrillo ( y otras basadas en cuentos infantiles. Esta especie de intercambio de recursos humorísticos entre ambos personajes, no es casual, Bismarck Mier vivió durante su juventud en Los Ángeles y conoció bien el mundo de los pachucos que dialogan con su entorno. Aunque el intercambio nunca se hizo explícito por parte del actor, el escritor lo homenajea en una de sus historietas como experto consumado en la "Tatacha".



La Marca del Zorro (Fred Niblo, 1920); El pepín La marca del zorrillo (Bismarck Mier, 1945) y La película de Tin Tan, La marca del zorillo (Martínez Solares, 1950)


Quizás, fue la omnipresencia del Pachuco que dialoga, quizás fue el azar que siempre estuvo presente en la vida de Germán Valdés, lo cierto es que Paco Miller contrató al Topillo, el mismo día que lo conoció. "Yo saqué a Tin Tan de Ciudad Juárez", afirmaba con orgullo Paco Miller, "el ecuatoriano que mueve el progreso de México y el mundo", como solían presentarlo en la radio de los años 60. Le gustaba contar que a inicios del año 1943, el cómico de la caravana, José Aréchiga, apodado el Tetemeco, no podía acompañarlo a la gira por Estados unidos. Si cruzaba la aduana lo detendrían por desertor. De padres mexicanos, había nacido en San Antonio Texas y tenía el deber de ir a la guerra del 40 en tanto americano. Ante la urgencia de remplazar a su cómico, encontró a Germán quién aceptó la propuesta, pero pidió un patiño. Miller recuerda que pensó inmediatamente en Marcelo Chávez, quien había trabajado en el teatro como patiño de muchos cómicos, entre ellos Cantinflas. Ninguno de los tres imaginó que la mancuerna sería de toda la vida.


Antonio Espino, Clavillazo, en las películas Pura vida (Martinez Solares 1956) y El genial detective Peter Pérez (Agustín P. Delgado 1952)/ Adalberto Martínez, Resortes, en la película Dicen que soy comunista (Alejandro Galindo 1951) y el Teatro Variedades donde todos los cómicos pasaron.




Rafael Aviña, biografo de Tin Tan, escribe que en esa gira por Los Ángeles, Sonora, Aguacalientes, Jalisco y que culminó en la ciudad de México, no les fue bien al dúo de cómicos, el regalo fue el encuentro que los convirtió en carnales. Sin embargo, Miller en un programa de Televisa, entrevistado por Abraham Zabludovsky, rememora la presentación que tuvieron en el Mason Opera House, en el centro de los Ángeles, cuando la ciudad estaba en plena efervescencia por las persecuciones a la comunidad mexicano-americana. Frente a un público fundamentalmente chicano, los sketches del Pachuco Topillo fueron un éxito esperable, el público herido estaba representado por el cómico. En Tamaulipas, de donde Marcelo Cháves, era oriundo, los carnales filman El que la traga la paga (Paco Miller, 1943), cortometraje mudo grabado en una cámara de 8 milímetros y adaptado de un sketch teatral. En Nogales, Sonora, inventaron la canción Guatatitaratiratao y un scketch con sólo tres canciones con el que debutarían en Guadalajara. "Aquí gustaste, aquí te quedas", recuerda Miller frente al inusitado éxito que tuvieron en la capital tapatía. En esos días lo bautizó: "a partir de ahora te vas a llamar Tin Tan". Dicen, que no le gustó el nombre, le recordba el sonido de una campana, que lo haría inconfundiblemente famoso. Finalmente, el 5 de noviembre Tin Tan y su carnal Marcelo debutarían en la Ciudad de México, en el Teatro Iris con un gran cartel que incluía a Agustín Lara, a Miguelito Valdés, a Toña la Negra y a Cantinflas que nunca lo quiso. Su rivalidad era explícita, en la película Si yo fuera diputado... (Miguel Melitón Delgado Pardavé, 1952), le manda un mensaje: “Para pachucos no hay servicio porque me caen gordos”. Lo cierto, es que debutó junto a Mario Moreno "Cantinflas", quien era el plato fuerte de la tercera tanda mientras Tin Tan abría el espectaculo con sus sketches en la primera. "Qué maravilloso, qué maravilloso, no le entendemos, pero qué maravilla", cuenta Paco Miller que exclamaba la gente al salir del teatro.



En menos de un mes la XEW, el Teatro Follies y El Patio lo contrataron. Lo anunciaban como "El nuevo as del teatro cómico que no es igual, ni se parece a otros". Efectivamente, su humor gentil y risueño estaba, y está, muy lejos del humor arbitrario y machista —diríamos hoy— de Cantinflas en Ahí está el detalle (Juan bustillo de Oro, 1940). Se aleja, incluso, del cuasi Pachuco Clavillazo, Antonio Espino y Mora, que protagonizó bajo la dirección de Gilberto Martínez Solares, la tragicomedia ¡Pura Vida! (1955). En la película, un Clavillazo con pantalones bombachos, saco de mangas largas y sombrero de tres picos encarna a Melquiades, un campesino que migra a la ciudad y acepta los infortunios del sistema con la frase "Pura Vida". Curiosamente, la expresión llegó a Costa Rica con la película, se quedó ahí y se convirtió en voz local. Localísima y propia del sentir Tico frente a los conflictos políticos y sociales de sus vecinos nicas, catrachos, guanacos y chapines; guerras que violentaron centroamérica en los años 70 y 80.


Resortes, Tin Tan, El Loco Valdés,  Clavillazo


Muy posiblemente, como pasa en sus películas, la gestualidad expresiva de Tin Tan y unos movimientos acrobáticos que iban en expansión hasta provocar la risa, lograban unificar el presente, con el caos de los años posrevolucionarios. Era la actitud de un niño, sin cálculo, sin futuro, sólo goce del momento. Además, de su vis cómica, estaba su lenguaje que revelaba la entrelazada y compleja relación que ha existido entre México-Estados Unidos: Y usted cantonea (vive) aquí/ Tengo tantas y tan buenas ideas que no me caben en la chompeta (cabeza)/ Que funcionaba el mugrero este (cosa)/ Cada día te veo más trampa (pobre)/ todo consiste en irse arregladito y con garra suave (ropa buena)/ retacho (regreso)/Te wacho (miro)/ tengo chamba (trabajo)/ Bato (joven). Su lenguaje, "in between" proyecta una voluntad de intercambio, un diálogo entre dos culturas; un intersticio que llegó para quedarse, que anunció el siglo XXI mexicano y profetizó el spanglish, la lengua híbrida de mayor crecimiento en el mundo y posiblemente el fenómeno lingüístico más importante en el mundo hispano.

A mediados del siglo XX, como ahora, la hibridez estaba mal vista, se añoraba lo puro, lo decantado, lo monolítico como la ilusión del nacionalismo y la idea de patria. El Vasconcelos viejo y herido, desde su trinchera como director de la Biblioteca Nacional, dedicó muchas columnas en el periódico Novedades para criticar el uso de una "lengua desnacionalizada" y acusar a Tin Tan de "pochismo lingüístico". Salvador Novo, en el mismo diario justificaba el vocabulario con el siguiente argumento: "El buen señor es un efecto no una causa, de una corrupción más grave que simplemente lingüística. Nos molesta porque mientras Cantinflas es la subconsciencia de México, Tin tan es su incómoda consciencia". Podemos estar o no de acuerdo con el ataque de Vasconcelos o la defensa de Novo, ambas me parecen discursos de época, lo cierto es que Tin tan se convirtió, entre Pachucos, en "el Pachuco de oro".


Zyanya Mariana
Mixcoac, Mayo 2023


Para saber más...

 

El barco de la ilusión, es una novela del escritor Fritz Glockner, que relata la vida de Tin Tan y su etapa de radio en Ciudad Juárez.



El documental Los teatros del pueblo, de Clio. Muy interesante para entender cómo el teatro no sólo generó actores y cómicos geniales, sino el elemento que fomentó la politización del país, la conformación de una identidad nacional y moderna. 

 



 
 
 
PÍCAROS Y PACHUCOS; TIN TAN UN HOMBRE DEL SIGLO XX1, COMO LE LLAMÓ MONSIVÁIS

I EL PÍCARO Y LA DIOSA FORTUNA  (primera parte) 



* Texto originalmente escrito para un Museo privado, de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que por cuestiones burocráticas y sobre todo de paga, preferí regalarlo al público y ponerlo en mi blog.

 

1. Ariel Feldman/ Gaza: sobre sionismo, judaísmo, racismo y barbarie: PENSAR, REPENSAR Y DISENTIR EN TIEMPOS DE GAZA BOMBARDEADA

 

Publicado originalmente en la revista JACOBIN
el 16/10/2023
Ahí encontrarán más fotos
del autor de esta nota y fotógrafo Ariel Feldman


  

Ariel Feldman*

Gaza: Sobre sionismo, judaísmo, racismo y barbarie

 
 

Nací en Israel hace 44 años, soy judío, y hace más de tres décadas vivo en la Argentina. Desde entonces visité varias veces el Estado de Israel, anduve por ciudades y pueblos árabes, conversé con los denominados árabes israelíes (palestinos que quedaron dentro de las fronteras israelíes luego de la guerra que siguió a la autoproclamación del Estado de Israel en 1948), crucé los check points y recorrí los territorios ocupados. En especial caminé Hebrón más de una vez —una de las ciudades palestinas con fuerte presencia militar y de colonos israelíes— y conversé con familias y jóvenes palestinos residentes ahí. No tuve la suerte de conocer Gaza. Para alguien con nacionalidad israelí es prácticamente imposible hacerlo desde hace 16 años.

Este dato biográfico no pretende que mis palabras valgan más que otras gracias a una autoridad que no siento, pero sí intentan inhibir falacias ad hominem que suelen esgrimirse contra quienes critican al Estado de Israel. Ya sea en este contexto particular del terrible ataque a civiles por parte de Hamas seguido de la represalia inhumana contra la población gazatí, ya sea en cualquier otro momento histórico del debate, se aduce que una posición antisionista se basa en una falta de sensibilidad y carencia de empatía frente al padecimiento del «pueblo judío», sea señalando en el interlocutor un supuesto antisemitismo o posición «ideologizada» o argumentando un desconocimiento del territorio y su complejidad. Un conjunto de afirmaciones que evitan responder argumentos y que pretenden, en cambio, cancelar la discusión anulando al interlocutor.

Para poder hacer una lectura sobre el conflicto entre Palestina e Israel y la actual coyuntura es necesario en primer lugar desarmar dos falacias nodales que voy a ilustrar a partir de una argumentación que está circulando entre aquellos que exigen una defensa del Estado de Israel. El argumento propondría este falso silogismo: ser humanista, progresista o de izquierda implica estar contra el racismo; el antisemitismo es sin duda una forma de racismo; ergo, culpar a los israelíes por su propio asesinato es antisemita. Este argumento u otros similares que apelan a la sensibilidad y empatía con las víctimas del ataque de Hamas se viene utilizando sin excepción para exigir empatía con el Estado de Israel y ser sensible hacia su posición en el conflicto. Hay que develar ese artilugio y no permitir lo que no es más que una extorsión argumentativa.

 Sionismo y judaísmo son sencillamente dos cosas distintas, y por lo tanto el antisemitismo y el antisionismo también lo son. El sionismo es una ideología política nacionalista con menos de doscientos años de existencia, mientras el judaísmo es una religión, una cultura para algunos, una nación, una comunidad para otros, que data de varios siglos de existencia ya antes de la era cristiana. El vínculo entre uno y otro, sin embargo, es innegable. El sionismo es una corriente ideológico-política surgida y pensada como solución y salvaguarda para el perseguido pueblo judío, que logró establecer un Estado autoproclamado judío en Palestina en 1948. A pesar de ello, el sionismo no deja de ser una corriente, una parcialidad, como lo es el integrismo islámico teocrático frente al Islam o una secta cristiana para el cristianismo. Es verdad que el sionismo es hegemónico entre los judíos, y explicar por qué pasa esto excede los objetivos de este texto. Sin embargo, el hecho de que sea hegemónico es central: la hegemonía implica que aquello que la ejerce (la ideología sionista) es una entidad distinta que aquello sobre lo cual ejerce su dominación ideológica o política (el judaísmo, en este caso). También implica que toda dominación es circunstancial, es histórica, no esencial. La falsa identificación y consiguiente confusión de uno y otro es una estratagema ideológica del sionismo para que el capital simbólico y las atrocidades cometidas durante milenios contra el pueblo judío se trasladen como prerrogativas al Estado de Israel y, cada vez que se critica las políticas sionistas de Israel, poder decir que estamos ante una posición antisemita. Así, en el culpable y culposo Occidente por las atrocidades que sufrieron los judíos en esas longitudes y latitudes, se genera una suerte de intangibilidad a la critica por el hecho de que Israel encarnaría el espíritu y salvaguarda de todos los judíos, los perseguidos y exterminados en los campos de concentración nazis, así como representaría a sus sobrevivientes y descendientes, fuera y dentro de Israel.

En estos días en Alemania se horrorizan con razón de que aparezcan casas donde viven judíos marcadas con estrellas de David. Es verdad, la aparición de actos antisemitas en diferentes partes del mundo luego de producidos los ataques de Israel a civiles palestinos es una constante. Sin duda el antisemitismo no desapareció con la caída del regimen nazi, y por supuesto es muy anterior a la fundación del Estado de Israel. Sin duda las atrocidades que comete el Ejercito israelí y los colonos son aprovechadas por personas y grupos que no tienen ninguna sensibilidad por el pueblo palestino. Sin embargo, la mencionada confusión intencional entre sionismo y judaísmo llavada adelante por Israel y sus defensores es un componente esencial para entender el fenómeno antisemita en la actualidad.

No hay que ser brillante para darse cuenta de que si se atribuye al «judaísmo» el colonialismo, la opresión y los crímenes de guerra que comete un Estado contra un pueblo prácticamente indefenso, traerá aparejado el desarrollo de un antisemitismo sui generis. Lo escandaloso es comprobar una y otra vez que a las organizaciones de la comunidad judía en la diáspora, financiadas y alineadas con el sionismo israelí, y a muchos de sus intelectuales, no les preocupa en absoluto el crecimiento potencial del antisemitismo sino la defensa de actos y políticas indefendibles que lleva adelante el Estado de Israel. Escandaloso es que sólo nos preocupemos por las casas judías marcadas y no por leyes que prohiben ondear la bandera palestina (no la de Hamas, sino la nacional palestina) y reprimir manifestaciones pacíficas que denuncian el castigo colectivo al pueblo gazatí.

Para combatir la semilla del prejuicio y odio al pueblo judío —que existe— el camino no es amparar actos criminales aduciendo que criticarlos es antisemita. Por el contrario, debemos repetir una y otra vez que el Estado de Israel hace lo que hace en tanto que sionista, no en tanto que judío. E insistir en los valores humanistas, en la propia experiencia del sufrimiento, de resistencia frente a la crueldad, de amor por la palabra y la reflexión que distingue tajantemente al judaísmo del sionismo.

El supuesto silogismo quedó muy arriba, pero recordemos que además de la confusión de sionismo y judaísmo, operaba sobre la nocion de víctima. Podemos reponerlo y ampliarlo del siguiente modo: si condenamos la matanza de víctimas civiles israelíes (por supuesto que lo hacemos) y creemos que una persona que está en una fiesta cerca de la franja de Gaza es una víctima inocente, uno debería derivar sin más que el Estado de Israel está siendo víctima en el conflicto y que, por tanto, señalar su responsabilidad primaria en el ataque de Hamas sería análogo a tratar de responsabilizar a una víctima de lo que le hace su victimario.

 A pesar del efecto argumentativo derivado del dolor por los muertos de civiles israelíes, el razonamiento contiene un pase de magia lógico bastante transparente. Sirve para neutralizar extorsivamente por sensibilidad un debate, pero no aporta a tratar realmente de desentrañar qué está pasando en el conflicto. El argumento en cuestión toma la parte por el todo (ciudadanos por Estado). Los muertos y secuestrados civiles son víctimas inocentes, sin duda; pero eso no hace inocente al Estado de Israel. Este movimiento, que toma la parte por el todo, produce a su vez el aislamiento de un hecho atroz y condenable de sus condiciones históricas, materiales y políticas de existencia. Es necesario poder condenar el ataque de Hamas a la vez que se explica cómo las políticas israelíes son condiciones necesarias para que los actos de resistencia del pueblo palestino se vuelvan desesperados y cruentos.

Los atentados a civiles por parte de la resistencia palestina comenzaron a principios de los años setenta, más de veinte años después de la fundación del Estado de Israel. El despojo palestino y limpieza étnica por parte de las organizaciones sionistas y luego por parte del Estado de Israel comenzaron décadas antes de la expansión colonial que significó en 1967 la Guerra de los Seis Días. Pero los atentados a civiles israelíes solo comenzaron a ser una práctica de la resistencia palestina a partir de la ocupación de Cisjordania y de Gaza, hecho que consolidó el colonialismo israelí y le dio una realidad particularmente cruenta en esos territorios: una minoría ocupante que se atribuyó el derecho de gobernar a una población nativa y mayoritaria, juzgarla, administrarla, encarcelarla, bombardearla, invadirla progresivamente con colonos, despojarla de sus tierras, humillarla, destruir cualquier posibilidad de desarrollo económico, de infraestructura, de futuro.

Israel domina Cisjordania por medio de un sistema colonial de apartheid condenado por la Organización de Naciones Unidas que produce la fragmentación del territorio y la obstrucción de la libre movilidad, impulsa la intrusión de colonos, administra militarmente el territorio, asesina y convalida progroms por parte de los colonos custodiados por el Ejército regular, produce continuas muertes de jóvenes en acciones represivas. Gaza lleva 16 años bloqueada a todo nivel, y ese bloqueo se radicaliza al sitiarla y bombardearla, estableciendo cortes de suministros esenciales de forma periódica según lo considere necesario su ocupante militar.

El castigo colectivo a la población civil, condenado como crimen de guerra por el concierto internacional, es una práctica esencial y frecuente en el procedimiento colonial israelí. Un filósofo hebreo, Yeshayahu Leibowitz, días después de la ocupación de dichos territorios en 1967, aseguró que Israel debía retirarse de ellos ya que a las naciones que ejercen un poder colonial se les pudre progresivamente el alma. Justificar una colonización solo se logra reforzando una ideología supremacista y consiguientemente deshumanizando al pueblo colonizado. En el año 2007 estuve en Israel en el aniversario 40 de la ocupación y participé en la capital israelí, Tel Aviv, de una manifestación contra la política colonial de Israel en esa efeméride significativa por las cuatro décadas redondas. Éramos menos de 200 personas. El alma de la sociedad Israelí no ha dejado de pudrirse. Pude registrar viaje tras viaje el racismo creciente y transversal de los israelíes para referirse a los palestinos. No los llamaron «animales humanos» ahora tras el ataque de Hamas. Los vienen llamando así, en las calles, hace décadas, y los vienen tratando como tales.

Quienes hayan visitado a lo largo de los años Israel pueden coincidir, sea cual sea su posición ante el conflicto, en algo que podríamos denominar «dialéctica de seguridad y sensibilidad». Cuanto mayor es la sensación de seguridad de la sociedad israelí, gracias a una neutralización casi absoluta de la capacidad de daño de los palestinos por obra y gracia de su infraestructura de «defensa» (muro separador, aparato de inteligencia, el domo de hierro que frena los débiles cohetes palestinos, asesinatos «selectivos», diplomacia y colaboración colonial de la Autoridad Palestina en Cisjordania, etc.), menor es la atención que la sociedad israelí le presta a la situación de los palestinos, menor la empatía, menor la presión de la sociedad Israelí a su gobierno para encontrar una solución al conflicto.

Tampoco hay sensibilidad con el pueblo palestino, hay que decirlo, del resto de los gobiernos árabes, que fueron normalizando las relaciones de sus Estados con el de Israel a pesar de que la situación del pueblo palestino solo se ha agravado a lo largo de los años. No parece descabellado que en esta dialéctica los palestinos piensen que el daño a los israelíes es la única posibilidad para no ser invisibilizados en su desesperada situación.

Y aquí creo que es necesario afirmar algo, por obvio que sea. No hay nada esencial, ontológico, intrínsecamente cruel o supremacista en los genes de ningún pueblo. Pero sí hay movimientos ideológicos y formas de organización política que terminan siéndolo. Las formaciones humanas son realidades históricas, y eso quiere decir que son los procesos históricos los que tallan, enaltecen o envilecen a los grupos sociales que las encarnan. Hamas es una organización político-militar que no existiría si no fuera por la inhumana y cada vez más cruel colonización sionista de Palestina. Esta es una verdad indiscutible.

Siquiera hace falta entrar a discutir la veracidad de las investigaciones históricas que señalan que el gobierno de Israel alentó activamente el surgimiento de Hamas para que confrontara a la OLP, y dividir al enemigo en bandos confrontados entre sí. Lo que es indudable es que hizo posible el crecimiento de la organización, centralmente minando de forma sistemática a la Autoridad Palestina y frustrando toda salida política al conflicto. El objetivo central fue, posiblemente, que se impusiese una vertiente particularmente violenta de la resistencia palestina que eclipsara la violencia colonial cada vez más evidente y el consiguiente fortalecimiento de la causa palestina en foros internacionales y la opinión pública.

Ninguna organización palestina en su historia hizo un acto semejante al del pasado sábado 7 de octubre. Solo se lo puede entender en un contexto de desesperación absoluta de los palestinos y su causa de liberación nacional. En los últimos tiempos, y bien antes del ataque de Hamas, las ya devastadoras políticas del Estado de Israel se vieron recrudecidas significativamente: continuos progroms sobre pueblos palestinos hechos por los colonos fanáticos en los territorios ocupados, aceleración del crecimientos de las colonias y expropiación de tierras, visitas militarizadas y rezos judíos en lugares sagrados para el Islam a modo de provocación, leyes y declaraciones oficiales supremacistas por parte del gobierno ultraderechista de Israel, asedio a Gaza, y ninguna intención de negociar el fin de la ocupación y una salida de autodeterminación del pueblo palestino. No está en carpeta.

A todo esto hay que sumar la escalofriante objetividad de los números. En los diarios podrán aparecer las historias de vida y familiares de los muertos israelíes y prácticamente ninguna historia que permita humanizar el sufrimiento y personalizar la muerte de los palestinos. Pero la única verdad es la realidad. La cantidad de muertos en el conflicto en los últimos 10 años, contabilizados por la organización de derechos humanos israelí B´Tslalem, da cuenta que lo que se vive entre Palestinos e israelíes no es una guerra sino simplemente una masacre. El 95% de los muertos son palestinos, y entre ellos, un alto porcentaje son niños. Tal vez el lector tiene otra sensación porque en la prensa occidental valen y se representan más unas muertes que otras… pero los números son los números.

Cuando estaba terminando la escuela en Argentina, aun con los recuerdos de mi infancia en un Kibutz bastante frescos, consideré ir a hacer la universidad a Israel. Aun «amaba a mi país», pero ya era crítico de la política del Estado de Israel. De modo que empecé a consultar a conocidos israelíes cómo podía hacer para ir a estudiar pero no hacer la Tzavá (servicio militar obligatorio de 3 años para hombres y mujeres). Había opciones, como empezar a estudiar y luego ser objetor de conciencia y negarme a hacer el ejercito. Pero un amigo israelí me dijo que no tenía sentido hacer eso, porque de ese modo nunca pertenecería realmente a Israel, porque el Ejercito era la columna vertebral afectiva y cultural del país.

Ahí entendí algo. Efectivamente el servicio militar constituye el rito de pasaje a la adultez y ciudadanía para los israelíes. Es el momento en que dejan la casa familiar y conocen a sus amigos de toda la vida, que volverán a ver cada vez que los convoque con cierta regularidad la reserva del Ejército. Esa conversación me sirvió para entender que, a diferencia de lo que sucede entre los palestinos y Hamas, la identificación de los israelíes con la política colonial de su Estado en armas tiene un aspecto bastante estructural. Exceptuando obviamente los árabes israelíes, ciudadanos israelíes exentos por cuestiones de salud, rabinos y los objetores de conciencia, prácticamente la totalidad de la sociedad israelí tiene una férrea educación militar y formación en la violencia armada. Hamas tiene, se dice, 20.000 combatientes. Menos del 1% de la población de Gaza.

Soy un militante por una paz justa entre palestinos e israelíes. Sin embargo, me es imperioso desarmar y denunciar los discursos pseudopacifistas que no son más que una encarnación de la «teoría de los dos demonios», bien conocida por los argentinos. Hablar del «péndulo del terror», como hizo Jorge Drexler, es un ejemplo entre otros de la igualación reprobable e injusta de dos violencias diversas. La violencia palestina, aun en su forma más condenable, es un acto de resistencia. Decir eso no es romantizarla: es ser descriptivos; se trata de una violencia que se está resistiendo a otra cosa, a una violencia primera y originaria que inició y es la fuente cotidiana y continua de la violencia del conflicto. Esa violencia terrorífica originaria, que no es un péndulo, es la de la colonización.

La última vez que visité los territorios ocupados fue en 2016. Las fotos que acompañan este artículo son de mi visita a Hebrón. Sabiendo que era judío (mi nombre es Ariel, como el infame famoso Ariel Sharón), me abrieron sus casas, contaron sus historias, dejaron fotografiarse. La nena del retrato sobre pared de piedras sufrió un intento de asesinato por parte de colonos, los adolescentes en la terraza me contaban de sus futuros imposibles. Hebrón es una ciudad altamente disputada porque ahí se encuentra la Mezquita de Abraham, donde estarían las tumbas de los patriarcas que comparten religión judía y musulmana (en 1994, Goldstein, un sionista fundamentalista, entró a la mezquita y asesinó a 29 personas que estaban rezando e hirió a más de 100). En esta ciudad viven menos de mil colonos y más de doscientos mil palestinos. Las fotos de soldados y niños son de cuando presencié cómo el Ejército israelí custodiaba, como cada viernes, un provocador desfile de los colonos por las calles del mercado palestino de Hebrón para demostrarles que no solo dominan el barrio judío en el corazón de su ciudad, sino que la ciudad toda les pertenece.

En Gaza la realidad es radicalmente peor. Los palestinos de Cisjordania muchas veces se excusan de opinar sobre los métodos de Hamas en la Franja porque dicen que no pueden saber qué harían ellos bajo ese nivel de opresión. Si pensamos en el sistemático intento de deshumanización que implica el colonialismo israelí, que busca llevar a los palestinos a su mínima expresión, la perseverancia del pueblo palestino es sencillamente admirable. Gaza lleva 16 años de bloqueo terrestre, aéreo, marítimo, bombardeos constantes de población civil, cortes del suministro de agua, electricidad, combustibles y productos esenciales. Es ya habitual llamar a Gaza una cárcel a cielo abierto. Pero hay que agregar que es una cárcel en la que no se respetan los derechos humanos más básicos. Gaza es un gueto, y estamos presenciando en tiempo real y televisado el proceso de aniquilación de ese gueto y de su población. Los antepasados judíos, a quienes los nazis intentaron deshumanizar en los campos de concentración, las víctimas de los progroms en Europa del este, los dignísimos alzados del gueto de Varsovia, hoy se levantarían indignados frente al racista colonialismo del Estado de Israel y su genocidio en curso. Una vez más, no en nuestro nombre.

 

 

*Ariel Feldman: Director de @laboratorio.cine para jóvenes. Profesor de cine y de filosofía. Realizador audiovisual y fotógrafo

 

 

PENSAR, REPENSAR Y DISENTIR
EN TIEMPOS DE GAZA BOMBARDEADA: ÍNDICE