viernes, 14 de septiembre de 2018

Cine: Una ventana indiscreta Hitchcock



Una ventana indiscreta

Alfred Hitchcock

EU 1954




Revista Siempre 2018*


A raíz de la exposición dedicada al “maestro del suspense”, Alfred Hitchcock, que inaugurará en septiembre la Cineteca Nacional, he decidido hablar de la película del cineasta inglés que me parece más interesante: Una ventana indiscreta (Rear window). No sólo por considerarse, según la clasificación de AFI's 10 Top 10, la tercera mejor película norteamericana de misterio, sólo después de Vértigo, también de Hitchcock, y la espléndida Chinatown de Polanski, sino por su vigencia. La película no ha envejecido nada y sigue hablándonos del voyerismo, hoy sólo superado por las redes sociales, particularmente FB; pero, sobretodo, por revelar, a partir de imágenes y de mucha ironía, la miseria humana en épocas de paz y el flujo del pensamiento de un mirón. Mirones, insiste Hitchcock quien nos dice sin decir que todos los amantes del cine somos mirones, voyeristas irredentos, como su personaje principal.

La anécdota es muy simple, el fotógrafo Jeffries (James Stewart, actor fetiche de Hitchcock), inmovilizado en su departamento por una pierna enyesada, observa la vida del patio trasero de su departamento. Mira en las ventanas vecinas, cual viñetas de red social modernísima, a la mujer sola sin marido ni amante; a los recién casados que cogen todo el día; al músico solitario que se emborracho anhelando compañía, a la rubia bailarina que los hombres apetecen, a la pareja sin hijos que deposita en un perro su necesidad de afecto y a los casados que se disputan violenta y cotidianamente. Puros problemas amorosos, ¿no es acaso el vaivén del amor y el desamor el único percance en tiempos de paz que nos convierte en seres grotescos?

De repente, como Edipo, Jeffries debe resolver un enigma. Su resolución implicará una inversión de papeles sintetizada en la escena donde su prometida, Grace Kelly (la rubia hitchcockiana dos años antes de devenir princesa de Mónaco), le muestra como trofeo el anillo matrimonial en el dedo. Él, que no quiere casarse, terminará sometido a los deseos de su prometida. El coro, representado por una Thelma Ritter impecable, se percata desde el principio que la vida que se pergeña desde las ventanas esconde secretos “Algo hay de podrido en el patio”, insinúa. Por su estructura trágica (enigma y coro incluido), y porque sucede desde una habitación se le ha comparado al teatro, pero nada más alejado de ello.

Esta película filmada en un NY impregnado de la paranoia que te hace dudar de todo ser vivo, en época de la Guerra Fría y el maccarthismo, es cine puro. A diferencia del teatro tradicional sustentado en la palabra, aquí los diálogos son un ruido más de la trama y las acciones de los personajes, como sus miradas, narran una historia profundamente visual: la imagen viola la intimidad para ponerse al servicio de la intriga. Esta violación de lo privado exterior que sólo es posible porque revela el conflicto interior del protagonista, ha sido denominada por grandes directores, Chabrol, Rohmer o Truffaut, como la metafísica del cine de Hitchcock.

Pero ¿qué es esta metafísica hitchcockiana, homenajeada por Brian De Palma en su película Hermanas (Sisters 1973)? En una entrevista Hitchcock afirmaría: “la ventana indiscreta es totalmente un proceso mental, conducido a través de medios audiovisuales”. Podríamos decir que sólo nos trastoca el mundo de afuera si lo llevamos dentro, consciente o inconscientemente; así nuestros gustos y odios en las redes sociales. Somos lo que miramos.


Zyanya Mariana
Agosto 19 y 2018

*La nota apareció en la Revista Siempre el 8 de septiembre del 2018, aquí el enlace 

  

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