jueves, 31 de diciembre de 2020

Solsticio 2020

             Sofía Echeverri, Sacrificio, 2019
(Acrílico s/lienzo, 180 x 220 cm)

 

 

Somos mortales! Nos lo ha venido a decir un ser cuasi invisible, que trajeron los viajeros desde Wuhan, dicen los medios y la oficialidad; un ente que llamamos virus y más científicamente SARS-COVID19. No es la primera vez que una calamidad biológica llega para recordarnos que todo cambia, que todo fenece. 

Pericles, el primer ciudadano de Atenas,  cayó ante un mal que trajeron los comerciantes al puerto de Pireo desde Etiopía; cuenta Tucídides, el historiador y político que sobrevivió a la peste. El puerto de Pireo que fuera la entrada a el mare nostrum de los romanos, a el Aslan Liman de los otomanos; hoy, uno de los mayores puertos marítimos de la cuenca mediterránea es controlado por China que lo compró después de las exigencias financieras alemanas a la deuda griega. China, a la que no le interesa “la nueva normalidad”, ni la vieja, sino otra realidad más tecnologizada donde el obrero-patrón-sindicato; el profesor universitario y el artista genial desaparezcan de nuestro sistema de representación. No hablo de los trabajadores, ni de la enseñanza o de la creación, eso ha sido y será, sino de nuevas jerarquías y desigualdades.

            Y es que todo aquello que nació en el siglo XIX burgués, europeo y monoteísta; que en el XX se volvió desechable y en las dos primeras décadas del XXI líquido y obsoleto está muerto o moribundo; lo supo un día de febrero una plataforma artística itinerante llamada Modern Love 4 y sus artistas. Y es que las pestes o las pandemias —como este siglo tecnológico y cientificista llama a las enfermedades planetarias y a la tentación del control—no sólo matan, también trastocan los poderes y transforman al sobreviviente.

 

            Somos sobrevivientes y mortales, y dicen los sabios que los inmortales nos envidian!

           

            Dicen también que el emperador Marco Aurelio, el estoico, aconseja en sus Meditaciones escribir posibles epitafios, de vez en vez, para redirigir nuestras vidas; les deseo que las pérdidas, muertes y tropiezos del 2020 convoquen reflexión y Renacimientos, con R mayúscula. En mi epitafio personal quiero agradecerles a todos su presencia: a mi hija y su adolescencia; a mi editor JP' (Pablo y Jacinto incluidos) por nuestro parto lleno de  Tránsitos, y claro a todos los Reencuentros, también con R mayúscula. A Cuernavaca con sus cañadas, su Francisco Leyva #15, su Humboldt de casas abandonadas y su Amatitlán que quiso ser arte; a Tikal con sus muros rosas, sus personajes y sus comensales. A mis alumnos y exalumnos, en general, pero particularmente a los integrantes del círculo de lectura que tanto sentido y fuerza me dieron, sobretodo cuando la grilla universitaria se evidenció. Mi gratitud a BB', mi mentor, por sus consejos: le dedicaré más tiempo a la escritura, sin miedo; a mi amiga I', la bailadora, y sus brazos que me cobijaron el llanto; a mis amigos de la tercera edad A' y E' por su amistad y sabiduría condensada en llamadas telefónicas y mensajitos; a FV' por el tótem venido de tierras negras, las pláticas, las mudanzas y las enseñanzas y a JJ', sin palabras La Ballena dirá.

            Dicen que Wittgenstein afirmó antes de morir :“diles que fui feliz”, a pesar de haber renunciado, en su juventud, a la cuarta fortuna europea del momento para dedicarse, trabajando un poco de y en todo, a la reflexión y posibilidades del lenguaje. Como él, ante las penurias económicas, les deseo para este ciclo que inicia lenguajes. Palabras para representar lógicamente lo que se viene y acaecerá en el mundo; palabras para transmutar la herida de Quirón que todos llevamos dentro y darle sentido al cambio y a los acontecimientos; palabras para encontrar la devoción ante el mar de la adversidad; palabras para convocar proyectos y futuros. Les deseo claridad, transparencia y lenguaje para este Renacimiento que inicia… aquí algunas palabras para enviarles mi amor…

Zyanya Mariana

Diembre 31 y 2020, año de la pandemia

 

 

 

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