Los dos papas
Fernando Meirelles
EU, Netflix, 2019
Basada
en el libro The pope (2017) de
Anthony McCarten, la película Los dos
papas (2019), del cineasta brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios 2002, El jardinero fiel 2005), recrea un
posible encuentro entre Benedicto XVI, apodado el rottweiler de Dios, y
Bergoglio, el Obispo de los pobres.
Anthony Hopkins personifica la soledad
del teólogo alemán; un Ratzinger, preocupado por la vida contemplativa y las
doctrinas basadas en el libro y la alta cultura. Aunque la película no lo dice,
su nombre papal lo vincula a la jerárquica orden benedictina que controló la
cristiandad, la escritura y el poder medieval europeo. Casi del lado opuesto,
un Jonathan Pryce, increíblemente parecido en gestos y miradas al jesuita Jorge
Bergoglio, encarna la opción por los pobres desde el inicio de la película cuando
aparece dando una misa, asado incluido, en una villa marginal de Buenos Aires que
recuerda la película argentina de Pablo Trapero, Elefante blanco (2012).
De ahí que su nombre papal, Francisco, esté más cercano de la orden de los frailes menores y de la teología
de la liberación, —hoy representada por el teólogo brasileño y ex sacerdote franciscano
Leonardo Boff cómplice intelectual de la encíclica Laudato sí, presentada en mayo del 2015 a los
católicos—, que del jesuita Francisco Javier, apóstol de las indias orientales.
Huelga decir, que las relaciones entre la Compañía de Jesús y el papa tienen
aristas, se sabe que múltiples miembros de la Compañía de Jesús en Argentina lo
han acusado no sólo de privilegiar una religiosidad popular, más peronista que
moderna, sino de su complicidad con la dictadura.
De hecho, la película, centrada en la
vida de Francisco y narrada a través de flashbacks
en blanco y negro, muestra los controvertidos hechos cuando Jorge Mario
Bergoglio, siendo superior provincial de los jesuitas, “entregó” en 1976, con
su silencio o delación, a Orlando Virgilio Yorio y Francisco Jalics, ambos sacerdotes
jesuitas de la villa miseria del Bajo Flores, a la ESMA. Nada se dice, en
cambio, del pasado hitleriano de su cófrade alemán.
Aunque Meirelles sitúa el encuentro en
el contexto de los Vatileaks que en el 2012 revelaran una red de corrupción en
el seno de la Santa sede, la película silencia los escándalos de pedofilia y
los complots palaciegos del vaticano. En cambio, expone a través de la música y
los diálogos, llenos de humor, dos visiones institucionales de la Iglesia
católica hoy enfrentadas: la alta cultura ilustrada europea, frente a la cultura
evangelizadora, de carácter oral y popular (con elementos incluso del pop), en
América latina y en África representada por la aparición sonriente del obispo
Desmond Tutu.
Meirelles es un gran cineasta, y
aunque, en el contexto de arribismo protestante neocolonial en la región, toma
partido por un catolicismo a la Bergoglio (latinoamericano, popular y salpicado
por la teología de la liberación), no deja de señalar con ironía los rituales
milenarios del concilio o la soberbia de los obispos de la Iglesia que se confiesan
mutuamente las culpas y se perdonan bajo el glorioso pasado de la cristiandad:
la Capilla Sixtina y el palacio de verano papal, Castel Gandolfo. Su edición,
sutil y vital, señala también la jerarquía patriarcal de la Iglesia, cuando
representa a los dos papas, al finalizar la película, como compinches viendo el
fútbol y atendidos por monjas. Una película interesante y sutil que abre
posibilidades para debatir el presente y el porvenir de una de las Iglesias más
poderosas del mundo moderno; el catolicismo.
Los dos Papas, en Sacro y Profano (Aquí)
Los dos Papas, en Sacro y Profano (Aquí)
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