domingo, 11 de agosto de 2019

6.-Nuevas voces Narrativas, Pedro Salamanca

You’d be so nice to come home to

PEDRO SALAMANCA
 
A diferencia de otros escritores en ciernes que han pasado por mis aulas, Pedro no era nada silencioso. Participaba, hablaba y le gustaba, incluso, dar el último tono al debate; precisarlo, otorgarle sazón. Le ayudaba, quizás, estudiar literatura. No era el único raro de una carrera de ingeniería que en secreto leyera a Borges, o el comunicólogo, que más allá de la imagen, se interesara en la palabra. Estaba, de hecho, rodeado de amantes de la lectura y de los libros, y algo de ese ambiente de letrados se cuela en su foto y en este cuento.
Les presento a Pedro Salamanca...*

 

You’d be so nice to come home to
 
Orfeo era un natural, un bohemio de hueso colorado. A sus tertulias y sesiones de improvisación asistía sólo un grupo selecto de músicos, poetas y amantes del jazz, invitados personalmente a escuchar la suave hipnosis de su saxofón. Entre los habituales estaba el Venado, baterista que acompañaba el saxofón de Orfeo con el ligero trote de sus tambores y platillos; el Cenzontle, poeta de cuatrocientas voces; y la Serpiente, que proveía al grupo cada noche de distintas dosis tóxicas. Y aunque atraía a personajes peculiares, Orfeo no era opacado. Los reunidos mantenían su atención fija en él y en su saxofón dorado. Tocaba hasta que se le secara la garganta; o hasta que llegara el Conejo, a él le decían así por putañero.
— ¿Quién es ella?
— ¿Eurídice?, es una ninfa de Colima. Creo que es su primera vez en la ciudad y sigue virgencita, no tiene ni diecisiete —, le contestó el Conejo.
Comparada con las arpías que traía a ritmo frecuente, Eurídice era una niña. Hablaron un buen rato. Desde que salió del internado ansiaba por intimar con alguien y desmentir la imagen de hombre depravado que le habían pintado las monjas. Orfeo parecía el indicado, tenía una voz melosa que le generaba confianza. Por eso cuando le ofreció un puñado de hongos, hierbas y ajos, Eurídice se los tomó de golpe.
Orfeo le ayudó a desvestirse y mientras lo hacía, ella temblaba. Era su primer contacto íntimo con otra persona. Le pidió a la Serpiente algo más fuerte. Se picó el antebrazo ansiosa, dejando entrar todo el veneno de un jalón. Orfeo pensó que así Eurídice dejaría de temblar, pero pasó lo contrario. Su cuerpo se contorsionaba sincopado, agitando el pecho descubierto hacia un lado y la cadera para el otro. El latido, acelerado a destiempo, paró de repente.
La llevó de inmediato con el Buitre; él seguro tendría jeringas de adrenalina. Le tuvo que prometer un lugar en la siguiente bacanal para que accediera a inyectarla. La apuñaló con la agu- ja en el pecho y su pulso volvió en un instante. Después de cobrarle un solo a Orfeo, el Buitre los dejó ir con una sola advertencia: no podían coger hasta el día siguiente.
—Hasta que la luz del sol la cubra por completo, ¿entendiste? —, le dijo mientras gorro- neaba otra canción. — Está drogada hasta el tuétano.
Pero para Orfeo fue imposible. Eurídice le rozaba la cara con intentos torpes de besarlo y apartarlo. Luego le metió la mano en los pantalones. Él resistía, intentaba no dejarse llevar para salvarla. Pero Eurídice no quería ser salvada, quería a Orfeo. Respondió a los jalones agresivos; le arrancó la camisa y desgarró las medias blancas que tenía puestas. Las primeras luces del alba aparecían e iluminaban el torso desnudo de la ninfa. Él trató de seguir el paso marcado por el alba, bajando con los rayos del sol por su cuerpo, pero la luz se aletargaba y besó sus pies aún sombreados. Eurídice lo apartó, se apresuró en quitar su braga para montarlo. Orfeo se dejó enredar entre sus piernas y se volcaron sobre el colchón. Luego sus labios plantaron un beso en la almohada donde hacía un segundo estuvo la boca.
Las luces del sol llenaban el cuarto, iluminando a Orfeo acostado de lado, solo. Cambiaría cualquier día su frío saxofón por el calor que dejó Eurídice en la sábana y que entonces se disipaba.




* Pedro Salamanca Smith, por el mismo: Nació en la Ciudad de México el 25 de septiembre de 1996. Es estudiante de Literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Ha escrito para revistas como Gatopardo, Esquire y Perro crónico.
Sueña con un día convertirse en director de arte de alguna editorial. 


 

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