lunes, 7 de enero de 2019

Solsticio 2018

 

Tengo una amiga, lucero de la tarde, que explica la existencia desde una pista de baile de salón decadente, de esos que antaño iluminaban la ciudad de México. En ellos, las palabras se borran y sólo hay espacio para el cuerpo y la danza. Ahí, todos los cuerpos importan, los que tienen manos rugosas de tanto cargar ladrillos y varillas, los solitarios que arrastran los pies al bailar, los viejos que hablan de glorias y haceres de otros tiempos, los estudiados que temen que el cuerpo revele sus secretos. Este año, mi tránsito por la tierra fue un vaivén entre las palabras solitarias de una tesis, la música reencontrada y los salones de baile acompañada de cómplices alegres, amigas con doble A mayúscula. Escuché mucha música (integrada al grupo de los choux que regocijan el oído), bailé en el universo con la abuela, la serpiente y la niña interior que guía mi existencia y con todos los Yoes que me atraviesan; supe que vine a este mundo a estar cómoda conmigo misma así tuviera que vivirlo al revés. Una noche de invierno, entre bailes, llegaron noticias de los 400 elefantes que caminan por Managua, las trajo un quiróptero desplumado que daba giros con el cuerpo mientras me enseñaba a abrazar lo perdido y a perderlo a él en un abrazo.
Al bailar se recupera la alegría y las ruinas que somos, oculto todo por la modernidad y el progreso; por un instante se olvidan los desaparecidos, las ciudades abandonadas o guardadas temerosas en paredes y las tierras que prometen los políticos. Y a pesar de los pesares, cierta dureza y la melancolía propia de mi traje de baile, este año escuché agradecida a mi mentor y no bailé con quienes pisan los pies y se regocijan de las caídas de otros; tampoco bailé con los patanes que creen merecer cuerpos por sus altos salarios o por su cara de machos. Este año supe bailar con el rostro anónimo que nunca me trastocará, con los amigos queridos y con mi hija adolescente que me enseña nuevos pasos y giros, así como el difícil arte de bailar sonriente en la cuerda floja…
Que sus fiestas de solsticio hayan sido conmovedoras y ricas en semillas para la siembra del próximo ciclo.
Un enero y 2019


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