lunes, 7 de enero de 2019

Solsticio 2014



El circo 1939, María Izquierdo (1902-1955) 


Tengo un amigo, antaño cómplice adolescente, que suele decir que nuestra existencia transcurre en el escenario de un circo. Tiene razón, a veces se ilumina al acróbata y otras al ventríluco. Hay noches que nuestra mirada se centra en los domadores de leones y otras en los elefantes ajuariados aunque nostálgicos recordemos a los caballos blancos haciendo suertes con anillos. Otras veces las luces se olvidan de la cuerda, los columpios, las pelotas y las telas para concentrarse en los payasos y desatar las risas, esas que tanta falta le hacen a un público que todavía llora la desaparición de 43 expectadores…
Payaso, 1945, María Izquierdo (1902-1955)


Y a pesar de los pesares y la tristeza propia de mi traje, este año dejé el maquillaje blanco, la pintura roja en mi nariz y la tradicional máscara de Pierrot para iniciarme en otras artes. Al principio fueron trapecistas quienes me exigieron la fe y el vacío. Luego, con la flores de primavera llegó el malabarista con sus artilugios sagrados y profanos. En verano, la niña equilibrista, desde sus zancos de bambú, me invitó a subir montañas y observar el mundo desde lontananzas orientales. En otoño, los vientos de la costa occidental trajeron libros y guerras, mientras los magos mesoamericanos, después de 10 años de intentos fallidos, me aceptaron en el gremio y me otorgaron el título de Ilusionista.
Cada arte adquirido se convirtió en la conquista de un nuevo espacio, mi tierra y mi cuerpo se ensancharon. Sin embargo, todos las mañanas regreso al clown materno y sigo a mi hija, la funámbula, quien me enseña el difícil arte de andar en la cuerda floja…
Que sus fiestas de solsticio hayan sido conmovedoras y ricas en semillas para la siembra del próximo ciclo.
Zyanya Mariana
Un enero y 2015


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