lunes, 22 de enero de 2018

Cine: Señora Venganza

SRA VENGANZA, 
Park Chan Wook, 
Corea del sur, 2005
Revista Siempre, 2005






“Para invocar la pureza que esperamos o deseamos del otro, se regala un pastel blanco de tofú.” Con esta explicación, hecha por un cura católico coreano, inicia la película Sra. Venganza, última de una trilogía (Sympathy for Mr. Vengeance y Old Boy) del director sudcoreano, Park Chan- Wook. “Vete a la mierda”, le responde una hermosa mujer de mirada dulce, mientras tira al piso el pastel. El cura, desconcertado, la ha esperado los 13 años de condena considerándola un ángel a pesar del crimen del que se le acusa: secuestro y asesinato brutal de un niño de 5 años.

¿Qué se oculta detrás de ese rostro infantil e ingenuo, un ángel o un monstruo? Sólo una venganza que ha sido lenta y cuidadosamente tejida. Al salir de la cárcel, escena tras escena, la bella solitaria va recogiendo fragmentos, hilos de una sola madeja que terminarán por conducirla al maestro de escuela infantil, Baek, secuestrador y asesino de niños. Cada persona es una deuda contraída en prisión. En efecto, durante su estancia carcelaria, siempre con rostro angelical, se dedicó a ser la necesidad de la otra: Una donante de riñón; un refugio para el desamor; la justicia para las humilladas o el cuidado para la vejez y el olvido…, y cada necesidad colmada aumentó su aura de santidad y belleza. Luz angelical equívoca, o dual, pues con sus actos, también crueles, hereda el apodo de la sádica que torturaba a las presas: La bruja. He aquí a una diosa que con una mano da la vida y con la otra la quita. En el principio fue una nacimiento al final una muerte…

A pesar de sus rasgos católicos dualistas, o de una estética tachada por la critica de mercadotecnia, (muchos afirman que la estética del cine asiático actual responde a la demanda occidental que imagina un Asia bello e inalcanzable), lo cierto es que la película se asienta sobre dos premisas muy interesantes (y por lo menos discursivamente, muy lejos de los valores modernos de tipo occidental). Por un lado la imposibilidad del acto individual (la necesidad de los otros), para amar, para asaltar, para secuestrar, para vengarse, para criar, para creer… y por el otro, la mezquindad humana que todos llevamos dentro pero que descargamos en el “malo” social; el convicto, el secuestrador, el asesino, el otro, el chivo expiatorio.



Por ello el climax narrativo se da cuando los padres, víctimas dolidas por la muerte de sus niños, al estar congregados deciden una venganza personal contra el secuestrador; más allá de la ley. La escena inicia con los padres mirando un televisor donde se proyectan las muertes de sus niños en llanto pidiendo al secuestrador: “No me mate”. El todo puede ser acusado de efectista, pero la narración es más compleja pues va revelando la pulsión de muerte y sadismo que todos llevamos dentro, incluso las víctimas. Más allá, un micrófono, castigo psicológico para el secuestrador inmovilizado, reproduce el debate de los padres. Todos cargan historias negras, pecados silenciosos; incluso el cura que unas escenas antes ha vendido las fotos de su ángel caído haciendo mueca frente al bajo precio obtenido.





Nadie está libre de culpa, todos somos culpables concluye la foto colectiva que se toman los antes víctimas ahora verdugos. Escena análoga a los ritos antiguos de escarnio público que purificaban a los habitantes de un pueblo con el sacrificio propiciatorio de una víctima. Rito frente al tótem que solía ser sacrificado para la redención de todos, y donde la sangre bebida limpiaba a la colectividad. En el caso de la cinta del director Park Chan Wook la sangre se convierte en un delicado pastel, negro con mermelada roja, que todos comen después de cantar una canción de cumpleaños. Es el nacimiento de algo, y todos lo saben cuando al despertar de su acto se levantan y se lanzan a la calle a recibir la nieve, gotas blancas que caen del cielo y los purifican.

Sola, sin haber podido encontrar la redención que esperaba en su acto de venganza colectiva, dirige sus pasos cabizbaja con un pastel envuelto en la mano. Suponemos que es un regalo para su hija, la niña que a pesar de haber sido criada por unos viejos y amables australianos, ha decidido, con chantajes, seguir a esta madre aparecida. Silencio y noche, mientras camina seguida por el joven ayudante de pastelero, única relación ajena a su cuidadosa planificación de venganza. A la mitad del camino se encuentran la madre vestida de cuero, botas y saco negro, y la hija descalza en camisón blanco. Entonces la bella desenvuelve el regalo, pastel blanco de Tofú que la hija prueba y ella no se atreve a comer.

Después de 13 años y una venganza sigue sintiendo la suciedad primera que la manchó cuando ayudó a secuestrar a un niño. Sin embargo la redención ha llegado, lo saben la niña y el joven enamorado, ambos hilos no usados en el telar de la venganza. Lo saben porque están ahí, alrededor del pastel de tofú, ahí, debajo de la nieve que cae para todos. Y es que la vida, afirman algunos, no es blanca ni negra sino una infinidad de grises posibles.

Zyanya Mariana
Revista Siempre 2005



SRA VENGANZA, 
Park Chan Wook, 
Corea del sur, 2005



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