lunes, 7 de enero de 2019

Solsticio 2017



Cada año, en estas fechas, escribo para agradecer el tiempo vivido y los quereres que hacen camino conmigo. Este tiempo que aún sucede me ha traído paz y fuerza para poner distancia y palabras donde ha sido necesario. Extraña sensación esa de escribir una tesis de doctorado con silencio y gozo, pensar que eso es por ahora lo más importante de mi existencia, cuando el país que amo y que me da de comer se derrumba entre sismos y sierpes; se descuartiza entre leyes ignominiosas y partidos políticos; entre una élite aristocratizante cada vez más indiferente y una población hambreada; entre rostros sonrientes en los medios y fosas comunes que esperan silenciosas ser abiertas por Juanas Preciados, madres de los desaparecidos. 

Retablo, #19S 2017

Este año, me he refugiado dos veces del mundanal ruido en las montañas de Guerrero, bajo el abrigo y la sabiduría de mi medieval amigo “serpiente”. He querido ser útil con los quereres que se postulan para gobernar ciudades, pero mi escepticismo y el poder que todo lo enturbia me alejan irremediablemente. En cambio, agradezco el río cotidiano que Maria Elena y sus hijas traen a mi casa cada mañana, mientras se abren ventanas y se expulsa el polvo insignificante de todos los días.
Han aparecido miradas nuevas, inesperadas, otras se han ido o distanciado, algunas más se han perdonado. Y es que este año, como ningún otro he entendido que el oleaje constante de la vida, como el vaivén del mar, todo erosiona... como diría el bellísimo personaje de una serie de detectives: "todo florece para morir y esa es la ley secreta de la vida".
Gracias a todos por andar conmigo y hacer camino.
Un enero y 2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario