Los colores de Oaxaca, detalle, 1996 Rodolfo Morales (1925-2001) |
A mediados de
diciembre me mandaron con el traumatólogo, un accidente de auto. La
cabeza había serpenteado en el respaldo del asiento, veloz, sin
aparentes consecuencias. Así los días hasta que los músculos sitiaron
la columna y el cuello. Nada grave decían días después las
radiografías, algunas indicaciones de cuidado, a lo mucho. Sin
embargo esa tarde por simple fue luminosa, el médico, un hombre canoso y
sonriente, me explicaba con paciencia el funcionamiento del cuerpo
mientras me indicaba movimientos para detectar el dolor o las
lesiones. El doctor García más que un traumatólogo parecía un
contador de cuentos, un encantador que de repente dijo: "Todas las
profesiones tienen sus vacíos. Por ejemplo, los médicos necesitan
mucho por eso se dedican la vida a dar, o los psicólogos que por falta
de cordura se dedican a curar las locuras de los otros." Entonces
como niña chiquita frente al abuelo sabio pregunté: "¿Y los
escritores?- Esos, respondió dulcemente, viven en las profundidades de
las cuales sólo pueden salir escribiendo."
Siguiendo esa lógica
salgo entonces de las profundidades invernales, del equinoccio de
diciembre, cuando los días son más cortos y las noches más largas,
para decirles gracias por un año más de andanzas. Y es que este
tiempo, entre equinoccio y equinoccio, ha pasado lentamente lleno de
días simples... de simples llamadas telefónicas venidas de lugares
remotos donde viven hermanas siempre añoradas; de simples talleres
mecánicos donde voy a mirar los espejos de un tal Jorge, especie de hermano amado... lleno
también de reencuentros, simples reencuentros: algunos con hombres
altos de miradas septuagenarias que de vez en vez me envuelven con
vientos paternales; otros venidos de Oaxaca con nombres de Fuego y
otros más cotidianos con nombres familiares como el de cuñada, puros
reencuentros simples. Ha sido un año también lleno de vergüenzas,
vergüenzas simples, porque uno no fue lo que los otros esperaban o
porque los otros no fueron lo que esperábamos... con las vergüenzas
llegaron algunas despedidas en el mejor de los casos, o el
desencuentro. Hubo un adiós importante, un fin de ciclo, un perdón y
muchos pequeños encuentros... uno venido del África negra y profunda,
otro con trufas de chocolate y paredes azules, aquel con piñatas
sandinistas, este con amores a primera vista y trabajo, aquella entre
notarías y mujeres admiradas y algunos otros más colmados de abrazos y
rutas cotidianas. Fue un año lleno de cosas simples que como son
simples iré olvidando en los rincones de mi memoria o depositándolas
como sedimento de otros tiempos llenos de días hermosamente simples...
Antes
de olvidarlos quiero agradecerles y desearles, más allá de las
fiestas de temporada, días venideros aFortunados y Simples.
Un enero y 2010
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