La casa de las flores
Manolo Caro
México 2018
Revista siempre 2018*
No, La casa de las flores no es una comedia
al estilo Almodóvar, ni una sátira para corregir desenfrenos, sino una parodia de
“la gran familia mexicana”.
Construida a partir del imaginario tradicional; por un lado, mira al
cine de los 40 y por el otro, recodifica varias telenovelas de los 80 que
hablan de la familia urbana de clase media. En ella, el patriarca honrado, trabajador
y gran proveedor familiar está casado con una bella mujer chantajista,
generalmente manipuladora, que sobreprotege a los hijos, sobretodo al varón que
suele ser un malcriado mujeriego (Los
ricos también lloran 1979). La historia culmina con la unión, o boda
religiosa, de una joven pareja heterosexual que se impone por “la fuerza sagrada
del amor” a las envidias, los celos y las convenciones sociales. Con algunas
variaciones, esta es la historia base de todo “culebrón mexicano” y parte del
imaginario social de muchas familias urbanas mexicanas.
Pero, ¿por qué insisto en afirmar que la serie mexicana de Netflix
—articulada como la comedia-thriller Mujeres
desesperadas (2004) donde una suicida (la colgada) se convierte en
narradora—, es una parodia? Aunque los géneros son resbaladizos y nunca puros, se
puede decir que la comedia, a diferencia de la parodia, habla de vicios humanos
que muchas veces enredan las situaciones sin daño irremediable, como la comedia
El gran calavera (Buñuel 1949) o su
remake Nosotros los Nobles (2013) ahí
el proveedor, un viudo ansioso de darles una lección a sus queridos familiares
enreda la situación hasta convertir la pereza en trabajo y el matrimonio de
conveniencia en un vínculo de amor.
En cambio, las acciones ignominiosas de los personajes de la
parodia afectan al mundo entero, como sucede en La casa de las flores: el suicidio de la matrona de la casa chica perturba
a todos, y el castigo que la matrona de la casa grande inflige al marido pinta
cuernos, al dejarlo unos días en la cárcel, trastoca las vidas completas del mundo
que la rodea. Por ejemplo, la hija Paulina (una espléndida Cecilia Suárez, la
única que entiende el ritmo de parodia), deseosa por sacar a su padre de la
cárcel recontacta al ex marido transexual, un abogado español que ha decidido
cambiar su identidad de género convirtiéndose en una mujer con grandes tetas.
En
cuanto a la sátira, su función es didáctica. Intenta con su critica corregir
algún mal hábito o costumbre, alguna situación social. En La casa de las flores los vicios nunca se corrigen, al contrario se
profundizan o ensalzan a pesar de la deshonra. Los zánganos como Elena de la
Mora (Aislinn Derbez) o el mirrey Julián de La Mora (Darío Yazbek Bernal), nunca se arrepienten de su negligencia por el
mundo y los otros. La matriarca (una entrañable Verónica Castro), también se
excede. Chantajista y manipuladora como “buena madre mexicana”, controla y
decide la vida de hijos, marido y negocio, incluyendo los fracasos (como Sara
García en Cuando los hijos se van
1941 o Saby Kamalich en la versión telenovela de 1984). El esposo no se queda
atrás, Arturo Ríos, cual un Roberto Cañedo en la película La casa chica (1948), interpreta al típico macho mexicano canoso con
casa grande y la institucional casa chica, cuando en realidad es un marido
consorte inútil que depende de sus dos mujeres para vivir.
En general, en la parodia, los personajes como los colores y la
escenografía son excesivos, burdamente artificiosos y a veces fantasmagóricos
como el vaivén del espacio nombrado ‘Casa de las flores’, a veces un cabaret
Drag, a veces una florería-casa carente de total privacidad. Por otro parte, la
parodia desplaza los significados tradicionales al estilo retruécano: lo que
era amor se convierte en interés (el amante antes sincero y ahora despechado
roba el dinero familiar); lo que era deslealtad física deviene apoyo
incondicional (idea sintetizada en la frase kitsch “cambie de sexo pero no de
corazón” expresada por el ex marido transexual); lo que era separación entre
judíos y católicos se convierte en amor adolescente con consecuencias, y así
sucesivamente.
La parodia es un travestimento, un
vestirse para esconderse y un esconderse para revelar. La casa de las flores se viste de serie internacional para esconder
una película de los 40 o una telenovela de Televisa, y la producción local,
irreverente y soez, revela el fin de lo que entendíamos los urbanos como la
gran familia mexicana. Desgraciadamente, La
casa de las flores tiene baja calidad de producción eso no ha mermado su
éxito, dentro de un ámbito muy acotado, que muy posiblemente provenga del
narcisismo decadente de la clase media y alta mexicana que goza verse representada,
aunque sea como mirrey. Una situación paralela a la parodia Two and Half Men (2004-2009); su éxito
no sólo anunciaba la decadencia de la sociedad norteamericana sino que
adelantaba la posterior crítica al hombre blanco, rico y sexualmente abusivo
como el protagonista. Así, La casa de las
flores revela la decadencia y fin de “la Gran familia mexicana” y aún no
sabemos que escándalos anuncia.
Zyanya
Mariana
Agosto 21 y 2018
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