Isla de perros,
Wes Anderson,
Estados Unidos 2018
Revista Siempre 2018*
Para Itzel y Olympia, mis amigas
Wes
Anderson no corresponde a la idea que uno se haría de un director de cine texano
cuasi cincuentón. Al contrario, su elegante e impoluto estilo recuerda al de un
demiurgo adolescente recreando, a la manera de los niños, mundos e historias
mordaces. Cineasta independiente, acusado de perfeccionista por sus obsesivas
simetrías, sus paletas de colores, su melancolía omnipresente regresa al stop
motion, ocho años después de El
fantástico señor Zorro (Fantastic Mr.
Fox, basada en una novela de Roald Dahl), con Isla de Perros, película que ganara el oso de plata en Berlín (2018).
Esta técnica que consiste en fotografiar imagen por imagen las figuras hechas a
mano dentro de una escenografía reducida, Anderson la utiliza para contarnos una
fábula política en un Japón distópico, que más allá de oriente recuerda a los
EU de hoy. Un país de segregaciones donde, en nombre del progreso y la
manipulación de la opinión pública, se desechan algunos miembros de la comunidad.
En efecto, a partir de la excusa de una enfermedad de gripe, el
gobernador autoritario Kobayashi firma un decreto que prohíbe los perros confinándolos
a una isla de basura en espera de una solución final; ecos terroríficos de algo
que ya pasó y que sigue pasando en las fronteras desiguales. El primer perro enviado
a la isla de desechos es Spot, el perro de Atari, sobrino huérfano y pupilo del
político Kobayashi que, sublevado ante la decisión, decide ir en busca de su
perro amado.
En general, el cine de Anderson se asume y se lee apolítico. Cada
historia es un mundo completo, una isla en algún lugar del mundo saturada de
emociones (La
vida acuática con Steve Zissou),
delimitada por la complejidad de sus personajes ensimismados (Viaje a Darjeling) que a partir de sus
acciones, sus emociones, sus diálogos o sus correspondencias (Bottle Rocket: Ladrón que roba a otro ladrón),
siempre enfocadas desde lo alto, suelen aislarse del entorno. Se fronterizan
incluso con el vestuario. Si en la multipremiada Hotel Budapest estos recursos de autor están omnipresentes, como
los uniformes que morados implican gentileza y servicio y del gris al negro
poder; en Isla de perros los recursos
son literales.
Para cuestionar cualquier tipo de segregación, incluso la
lingüística, Anderson plantea la historia en japonés; el espectador sólo habla
y entiende el idioma de los perros. Al mirar la historia todos devenimos
perros, entes segregados y enfermos que necesitan de la traductora de naciones
unidas o del periódico (ambos elementos pivote para entender los diálogos en
japonés), del científico, de los niños y del amor para reinsertarse en la
sociedad. Por otra parte, la isla de basura es una isla de exilio que permite
la utopía y el retorno del mundo al derecho; finalmente las placas con nombre
no sólo dividen a los perros de casa de los callejeros sino que trazan la épica
de los personajes.
Más allá de la crítica, el ritmo frenético de la película, como la
escena donde se prepara un plato de sushi; las ricas arborescencias de la trama
o las digresiones encabalgadas no permiten detenerse en el Japón futurista que
contextualiza la historia. No es un Japón cualquiera sino un reinvención sacada
del cine de los años 60, un múltiple homenaje al cine de Kurosawa y a las
estampas de Hokusai e Hiroshige. Muy posiblemente por ello, este país futuro no
carece de una estética ceremonial o de una épica simbólica. Pienso en la escena
donde el héroe Atari y el perro se encuentran, se miran y se lanzan hacia los
confines, hasta las cutículas de los dedos del islote, unidos de la mano y la
pata, comunicándose sólo con silbidos.
La idea de que sólo los niños y los pubertos son capaces de la
entrega total es un pauta común en el cine de Anderson. No así los perros, que
suelen servir para revelar los síntomas disfuncionales de las familias; es el
caso de Bucley (La familia Tenenbaum),
de Spitz (Fantástico Mr Fox) y de
Snoopy (Moonrise Kingdom: un reino bajo
la luna). Sin embargo, en Isla de
perros, en un ambiente de desechos, de oráculos y experimentos científicos
obscenos, los cuatro patas encarnan el ideal igualitario contra la opresión, a
ellos la dignidad, la camadería y el altruismo que han desaparecido de las
orillas humanas; en pocas palabras para los animales el humanismo.
Zyanya
Mariana
Junio 13
y 2018
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