lunes, 9 de julio de 2018

Cine: Isla de perros Wes Anderson







Isla de perros,
Wes Anderson,
Estados Unidos 2018


Revista Siempre 2018*


Para Itzel y Olympia, mis amigas



Wes Anderson no corresponde a la idea que uno se haría de un director de cine texano cuasi cincuentón. Al contrario, su elegante e impoluto estilo recuerda al de un demiurgo adolescente recreando, a la manera de los niños, mundos e historias mordaces. Cineasta independiente, acusado de perfeccionista por sus obsesivas simetrías, sus paletas de colores, su melancolía omnipresente regresa al stop motion, ocho años después de El fantástico señor Zorro (Fantastic Mr. Fox, basada en una novela de Roald Dahl), con Isla de Perros, película que ganara el oso de plata en Berlín (2018). Esta técnica que consiste en fotografiar imagen por imagen las figuras hechas a mano dentro de una escenografía reducida, Anderson la utiliza para contarnos una fábula política en un Japón distópico, que más allá de oriente recuerda a los EU de hoy. Un país de segregaciones donde, en nombre del progreso y la manipulación de la opinión pública, se desechan algunos miembros de la comunidad.

En efecto, a partir de la excusa de una enfermedad de gripe, el gobernador autoritario Kobayashi firma un decreto que prohíbe los perros confinándolos a una isla de basura en espera de una solución final; ecos terroríficos de algo que ya pasó y que sigue pasando en las fronteras desiguales. El primer perro enviado a la isla de desechos es Spot, el perro de Atari, sobrino huérfano y pupilo del político Kobayashi que, sublevado ante la decisión, decide ir en busca de su perro amado.

En general, el cine de Anderson se asume y se lee apolítico. Cada historia es un mundo completo, una isla en algún lugar del mundo saturada de emociones (La vida acuática con Steve Zissou), delimitada por la complejidad de sus personajes ensimismados (Viaje a Darjeling) que a partir de sus acciones, sus emociones, sus diálogos o sus correspondencias (Bottle Rocket: Ladrón que roba a otro ladrón), siempre enfocadas desde lo alto, suelen aislarse del entorno. Se fronterizan incluso con el vestuario. Si en la multipremiada Hotel Budapest estos recursos de autor están omnipresentes, como los uniformes que morados implican gentileza y servicio y del gris al negro poder; en Isla de perros los recursos son literales.

Para cuestionar cualquier tipo de segregación, incluso la lingüística, Anderson plantea la historia en japonés; el espectador sólo habla y entiende el idioma de los perros. Al mirar la historia todos devenimos perros, entes segregados y enfermos que necesitan de la traductora de naciones unidas o del periódico (ambos elementos pivote para entender los diálogos en japonés), del científico, de los niños y del amor para reinsertarse en la sociedad. Por otra parte, la isla de basura es una isla de exilio que permite la utopía y el retorno del mundo al derecho; finalmente las placas con nombre no sólo dividen a los perros de casa de los callejeros sino que trazan la épica de los personajes.  

Más allá de la crítica, el ritmo frenético de la película, como la escena donde se prepara un plato de sushi; las ricas arborescencias de la trama o las digresiones encabalgadas no permiten detenerse en el Japón futurista que contextualiza la historia. No es un Japón cualquiera sino un reinvención sacada del cine de los años 60, un múltiple homenaje al cine de Kurosawa y a las estampas de Hokusai e Hiroshige. Muy posiblemente por ello, este país futuro no carece de una estética ceremonial o de una épica simbólica. Pienso en la escena donde el héroe Atari y el perro se encuentran, se miran y se lanzan hacia los confines, hasta las cutículas de los dedos del islote, unidos de la mano y la pata, comunicándose sólo con silbidos.

La idea de que sólo los niños y los pubertos son capaces de la entrega total es un pauta común en el cine de Anderson. No así los perros, que suelen servir para revelar los síntomas disfuncionales de las familias; es el caso de Bucley (La familia Tenenbaum), de Spitz (Fantástico Mr Fox) y de Snoopy (Moonrise Kingdom: un reino bajo la luna). Sin embargo, en Isla de perros, en un ambiente de desechos, de oráculos y experimentos científicos obscenos, los cuatro patas encarnan el ideal igualitario contra la opresión, a ellos la dignidad, la camadería y el altruismo que han desaparecido de las orillas humanas; en pocas palabras para los animales el humanismo.



Zyanya Mariana

Junio 13 y 2018


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