lunes, 12 de marzo de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS; Chile y las nostalgias infantiles

ZyanyaM
Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.       
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo 

    
Santiago de Chile, detrás la cordillera; el Ritisiyu andino



Al poeta Reynaldo Lacámara que me ha regalado muchas cosas, incluso nostalgias 

NOSTALGIAS INFANTILES
La semana pasada, entre días de la mujer, feminismos y misoginias, me llegó desde tierras del sur un disco de folclore, también conocido como nueva canción chilena.  Música y cantautores que acompañaron la campaña, la presidencia y el golpe de estado a Salvador Allende, el primer y único presidente socialista electo.  Escucho “plegaria a un labrador” y no puedo olvidar las voces de esas mujeres que con acento sureño me contaban, cuando era niña, que las manos del que cantaba habían sido golpeadas con la culata de un revolver hasta romperlas.  Años después en Nicaragua sabría que esa historia era la de Victor Jara que también cantaba “te recuerdo Amanda”.  Algo parecido le sucedería al argentino Atahualpa Yupanqui en tiempos de Perón.  En sus memorias narraría que en esa época olvidable lo acusaban de todo, hasta de los crímenes de la semana que viene.  De esos tiempos conservaba el índice de la mano derecha quebrado pues habían puesto sobre su mano una máquina de escribir y se habían sentado sobre ella hasta quebrarla.  Claro, como hombres disciplinados que no cuestionan las ordenes, nunca se dieron cuenta que era zurdo.  De Allende y el golpe de estado hice mi primer trabajo escolar, me contaron todo, no usé ni un solo libro, y yo lo puse sobre cartulina blanca para exponerlo en la escuela.  Supongo que mis compañeros no entendían nada pues recuerdo mi sonrisa de satisfacción puberta que intuye que sabe algo que los demás desconocen. 
Mi casa era la de unos provincianos, universitarios de primera generación que creían en el trabajo, la familia y el progreso.  Miraban al norte, así que esos hombres y mujeres provenientes del sur trajeron a mi infancia y a mi casa muchas cosas.  En sus maletas cargaban el socialismo y la “izquierda latinoamericana”, que no es lo mismo, llena de canciones e ideales, entre chalecos de lana estaba también el feminismo.  En mi imaginario infantil eran maravillosos; argentinos, chilenos, algunos peruanos y pocos centroamericanos eran todos iguales hasta confundirse; venían de allá, muy allá.  Tuve que crecer para diferenciar y humanizarlos.  Pero de aquel entonces recuerdo las siguientes pinceladas: Eran de alguna manera más modernos que nosotros, por lo menos que mi casa.  Cultos, blancos y barbados cual Quetzalcoatls, provenían de una gran clase media.  Les gustaba el cine de arte y sus departamentos se decoraban con libros y artesanía mexicana.  Sus mujeres casi no se pintaban, ellos, fieles y desaliñados decía mi mamá, eran profesores universitarios que vivían añorando el regreso.  Mi casa, por mi madre, fue refugio muchas veces, siempre a regañadientes de mi padre que a pesar de él terminaba preocupado por esos extranjeros y su porvenir.
Aquel tiempo del exilio que un día pernoctó entre mis paredes de niña se ha extinguido, la izquierda es casi inexistente, los ideales y las utopías han pasado de moda y hoy en América latina nos matamos por un reloj, unos tenis o un “rush”.  Peor aún nos describimos para vendernos, para ser agradables al inversionista de la siguiente manera: “Alegres y generosos, somos arrogantes culturalmente cual insula.  Por ello no permitimos que ningún extranjero critique al país, deporte que solemos practicar entre nosotros cotidianamente.  Sobrevivientes, hemos visto pasar dictaduras, desparecidos, guerras sucias y muertos; muchos muertos.  Clánicos, en mayor o menor medida, agrupados alrededor de la madre que reproduce el sistema patriarcal y machista, solemos decir que nuestras mujeres son apasionadas y entregadas cual heroínas de telenovelas mientras los hombres se pelean, liberales contra conservadores, por el poder.  Si nos enfermamos buscamos en el mundo indio los remedios pero nos divididos en infinitas clases sociales y siempre le exigimos al otro “se ubique”, al final nos arropamos casi todos, evángélicos, ateos, masones, agnósticos y new ages, en la iglesia que funge como madre cuando no se alía con el poder.”  En esta descripción, manual de venta estandarizado, muy poco o nada queda de aquellas ideas y utopías, de identidad y diferencias.
El tiempo ha transcurrido y sigo escuchando mucho folclore latinoamericano: Silvio Rodríguez, Cafrune, la negra Sosa, los hermanos Godoy, Violeta Parra, Atahualpa, Zitarrosa y tantos otros… Ahora escucho este recién llegado del sur y me avergüenzo un poco al no compartir ya esos ideales recogidos durante mi infancia.  Sin embargo me avergüenza más pensar y repetir lo que pienso y lo que ahora escribo: “el mundo es miserable, fue miserable y será miserable y, de alguna manera que yo no logro entender, es perfecto tal y como es.”  Y mientras escribo esto y me reafirmo, no puedo dejar de recordar con agradecimiento, casi devoción, esos hombres y mujeres que fueron cómplices y artífices de mi educación sentimental, que me regalaron mis primeros libros, mi primeras películas de arte, mis primeros exilios.  Fueron indudablemente mi primera fragua, mis primeros modelos de vida; sin ellos la mirada con la que he transitado por el mundo no existiría.  De muchas maneras han sido una vela en mi camino.

También pienso que dada la diversidad de nuestro país es necesario refundarnos como un país plurilingüe. Que de las 53 lenguas indígenas que sobreviven hasta el día de hoy, se elijan 5 y junto al español se conviertan en nacionales; que se le exija a todo profesional hablar una de ellas, además del castellano.  Es fundamental, por otra parte, que nuestra capital recupere con su nombre México Tenochtitlán, su vieja vocación de grandeza.
Zyanya Mariana

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